La ciudad y sus residuos. Notas para una reconfiguración del concepto de heterotopía

AutorSergio Tonkonoff
CargoProfesor e investigación de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires
Páginas315-343
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Andamios
LA CIUDAD Y SUS RESIDUOS. NOTAS PARA UNA RECONFIGURACIÓN
DEL CONCEPTO DE HETEROTOPÍA
Sergio Tonkonoff*
RESUMEN. Este trabajo busca trazar una caracterización de los
espacios urbanos marginales estigmatizados por su valor estruc-
turante respecto del conjunto que los define negativamente. Se
afirma que ellos deben comprenderse en relación con el sistema
que forman junto con los espacios socialmente considerados pu-
ros y los considerados neutros. A partir de la revisión crítica del
concepto de heterotopía realizada de acuerdo con los diversos
desarrollos de la teoría social francesa, se sostendrá la tesis de
que estos emplazamientos, cuyo peso relativo en la economía
material y política de las ciudades contemporáneas es, por regla
general, insignificante, resultan ser imprescindibles para su eco-
nomía simbólica y afectiva. Estos espacios cumplen la función
socialmente eficaz —y humanamente cruel— de señalar los
límites inferiores del conjunto urbano que cobra consistencia
mediante la actividad sostenida de su exclusión. Encarnando
el exterior radical de las ciudades contemporáneas, obran, ade-
más, como el locus proyectivo y catártico de la imaginación y las
pasiones colectivas que de ellos se alimentan y contra ellos se
descargan.
PALABRAS CLAVE. Heterotopía, espacio urbano, residuos, sagrado.
Normal es aquel que camina por las aceras y se desplaza por las
calles ignorando lo que sucede bajo sus pies: el cuerpo erguido, la
mirada recta, la atención puesta en el mundo exterior, en el propio
entendimiento y —de vez en cuando— en el corazón propio o ajeno.
Más abajo los genitales y los pies, y más abajo aún las cloacas de la
ciudad, son ignorados con creciente intensidad, a menos que irrumpan
para generar ansiedad, dolor o disgusto.
Volumen 12, número 28, mayo-agosto, 2015, pp. 315-343
* Profesor e investigación de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de
Buenos Aires. Correo electrónico: tonkonoff@gmail.com
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SERGIO TONKONOFF
Normal es considerar que el interés persistente por las partes bajas
del cuerpo y de la ciudad concierne a la anormalidad o la ciencia, que
el reencuentro con lo que fue expulsado como impureza sólo puede
producirse bajo el modo de una distancia radical o una contigüidad
malsana. El sentido común, el conocimiento científico y la técnica
constituyen una alianza para el alejamiento de los objetos repulsivos.
Según su perspectiva los desechos son, en principio, inútiles. Su utili-
zación, de tener lugar, se dará a partir de abstracciones que permitan
ma nipularlos, abstención hecha de toda experiencia de lo manipulado.
El contacto directo con los excrementos queda del lado de la desviación
y de los niños. Detenerse vívidamente en los detritus resulta pueril o
perverso.
También los miserables, los parias, faltan a la distancia normalmente
aceptada frente a ese caos fluido. De hecho, tal vez sean ellos los más
contaminados. Esto es porque la impotencia caracteriza su relación con
lo excretado: carecen de la fuerza necesaria para rechazarlo, también
de la inocencia que permite jugar con ello; los parias, ellos mismos
son excretas. El individuo normal los ignora en la medida de sus po-
sibilidades. Tampoco en este caso parece capaz de mirar fijamente a lo
descompuesto. Normal es anular toda voluntad de abyección o anona-
damiento. Se trata, sin dudas, de un problema de imagen. Los parias no
pueden ser vistos de frente, porque su figura es la de una forma humana
corroída. Su descomposición descompone. El hombre y la mujer nor-
males sólo pueden relacionarse con ellos por mediación de la piedad, la
pericia técnica o el sadismo —atributos todos que, en general, no po-
seen muy desarrollados—. Por eso la función social de manipulación de
los miserables suele quedar en manos de terceros: la religión, el Estado
burocrático, los líderes carismáticos.
Hablamos de los parias, los niños y los perversos, debemos suponer
que están cerca los poetas.
En su novela Los miserables, Victor Hugo (2003) escribió profusa-
mente sobre las toneladas de excrementos transportados por las cloacas
de París. Veía allí superabundancia, energía malgastada. “Oro estiércol”
que desde las ciudades podría derramarse y abonar los campos, reali-
mentando el ciclo vital y el económico, y que, sin embargo, se perdía
sin remedio. “El intestino del Leviathan” es el nombre que el poeta,

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