Los certámenes literarios

AutorAndrés Henestrosa
Páginas518-520
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ANDRÉS HEN ESTROS A
al diálogo, aquel supo responder sin necesidad de reducir los símbolos, ni de
limitar la expresión poética. Al final pudo advertirse que se logró crear un pú-
blico para este tipo de actividades culturales, ni más ni menos que lo tienen
otras: la pintura, la música o el teatro. En efecto, de una primera concurren-
cia de cerca de un centenar de personas, se llegó a un público que rebasó la
Sala Manuel M. Ponce. De los recitales de Rubén Bonifaz Nuño y Margarita
Michelena a los de José Gorostiza y Carlos Pellicer, se pudo observar que la
concurrencia se encontraba plenamente identificada con la voz del poeta, que
en este caso, sí, verdaderamente, es la voz del pueblo.
Al titular esta breve antología, integrada con un poema de cada uno de los
poetas que intervinieron en los recitales, con el nombre de Aguin aldo poético,
se ha querido enlazar el presente, con aquella hermosa tradición del siglo pa-
sado, que consistía en dar a los lectores y suscriptores, un presente aguinaldo
de Año Nuevo.
27 de octubre de 1957
Los certámenes literar ios
Desde apenas comenzada la Colonia, los certámenes literarios han sido va-
lioso estímulo para la creación en Hispanoamérica. Muchos grandes poetas y
prosistas se han dado a conocer con ese motivo. No es que el hombre de letras
sólo trabaje por espíritu de competencia, pero ya es cosa averiguada que la
vida de las letras es difícil, poco remunerativa, de lenta y reducida circulación
en nuestros medios, durante tantos años pendientes casi sólo de las excelen-
cias de la producción europea.
El primer certamen de novela de alcance iberoamericano lo efectuaron en
1938 la editorial estadounidense Farrar y Rinehart y la revista londinense Red
Book. La ganó Ciro Alegría con El mundo es ancho y ajeno, sobre las obras que
habían sido Premios Nacionales –el de México fue Nayar de Miguel Ángel
Menéndez. Sólo un año más se celebró ese certamen, debido a que estalló la
Segunda Guerra Mundial. Subsisten muchos concursos nacionales o locales,
mas no se había vuelto a la dimensión hemisférica hasta que en 1953, la Unión
de Universidades Latinoamericanas organizó otra justa, tras la selección de la
mejor obra de cada país. Lo ganaron por partes iguales el guatemalteco Mario

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