Celia Calderón, pintora

AutorAndrés Henestrosa
Páginas599-600
Celia Calderón, pintora
Despacito, pero no por eso sin tropiezos, se fue haciendo pintora Celia Cal-
derón. Ahora que ya lo es excelente, se pueden ver como naturales aquellas
caídas, aquellos balbuceos. Porque ya se sabe que sólo hablamos porque nos
enseñan a hablar y que en nuestras primeras voces está el eco de palabras
ajenas, la entonación de nuestros prójimos. Antes de mantenernos en pie, que
es nuestra característica esencial, sufrimos caídas. ¿Qué de extraño, enton-
ces, que en las primeras obras de Celia Calderón se advierta la huella de sus
maestros? Pero, además, ¿puede un artista joven sustraerse al influjo de una
generación tan abundante y rica como la de los pintores de los últimos años?
Parece que no. Y ya es una forma de grandeza lograr en un ambiente como el
nuestro, voz propia, o siquiera atreverse a hablar.
Cuando otros, solicitados por el éxito inmediato, por malhadado prurito
de confundir el éxito con la fama y con la gloria, se dejan arrastrar por los ha-
lagos o se arredran por el menosprecio, Celia Calderón resistió firme, segura
de que persistir y trabajar son los dos únicos caminos que conducen a la gloria.
Cada una de sus obras, y cultiva todas las formas de la plástica, denuncia, si
bien se las mira, renunciamiento, la huella del dolor que ha de producir borrar
la enseñanza de ese padre que siempre se tiene, en el arte como en la vida.
Cuando empezamos a conocer sus obras, hará cerca de tres lustros, podíamos
señalar a simple vista, y aun apartar, frases, metáforas, sílabas y palabras que
había tomado prestadas de otros artistas. Pero a medida que pasaban los años
y los cuadros y los grabados y las acuarelas y los dibujos se acumulaban, la voz
de Celia Calderón iba adquiriendo contorno, iba depurándose hasta quedar
como ahora individual en el gran coro de pintores mexicanos.
Con motivo de un viaje a la China Popular, Celia ha realizado una serie
de óleos, grabados y dibujos que ahora se decide a exponer en el Salón de
la Plástica Mexicana del Instituto Nacional de Bellas Artes. Apurado trance,
porque el encuentro con una tierra vieja, lejana, misteriosa y a hora abierta a
fantásticas posibilidades, no podía dejar de trastornarla. Al contacto con los
pintores chinos, la señorita Calderón intentó nuevas técnicas. Valientemente,
arrostrando el disgusto de los críticos ha realizado este conjunto de obras dentro
de procedimientos que a ratos se antojan liquidados. Un realismo pasado de
moda, anacrónico, dirán los que saben mucho. A lo que se puede responder
que aun ahí cabe el genio pictórico, el trazo delicado y minucioso, la reproduc-
AÑO 1958
ALACE NA DE MINUCI AS 599

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