El caudillo

AutorJosé C. Valadés
Páginas441-543
441
Capítulo XXV
El caudillo
DESMEMBRACIÓN DEL CARRANCISMO
Desde que Venustiano Carranza, después de haber sido la inspira-
ción incuestionable del triunfo constitucionalista, se hizo cargo de la
presidencia legal y efectiva de la República (1 de mayo de 1917), to-
dos los augurios le fueron desfavorables. No existían amenazas de
carácter militar; tampoco reinaba un descontento popular. La gente,
eso sí, exigía qué comer y vestir. Exigía asimismo la reconstrucción
del país: pero no culpaba a Carranza de la situación reinante, aun-
que ésta era bien amarga y sombría.
Hablábase mal, entre la gente de paz, de la Revolución; mas no
debido a males producidos por la guerra, sino por creerse que ésta
sería impotente para rehacer la vida nacional. Carranza tenía, cierta-
mente, numerosos enemigos. No era para menos: había vencido a
muchos miles de hombres, y cada uno de ellos sentía el despecho y
deseo de vengarse. Así y todo, tampoco esta gente que se creía hu-
millada acusaba a Carranza como responsable de las penalidades
que atrofiaban al país.
Otros, pues, eran los motivos por los cuales se hacían desfavo-
rables augurios a Carranza. Uno de éstos, quizá el principal, se debía
a que empezaba a entenderse la fuerza de una grande y verdadera
pléyade de gente nueva que se preparaba, por malas o buenas artes,
pero de todas maneras se preparaba, a gobernar al país con o sin
Carranza.
442
José C. Valadés
Éste llegó al poder con las experiencias propias; también con las
observadas en los caudillos guerreros. Tales experiencias consti-
tuían una inigualable escuela útil a la paz nacional y al desenvolvi-
miento de México.
Por otra parte, Carranza se creía cierto de que su autoridad ten-
dría dilatación y durabilidad en el trato y dirección de los asuntos del
país —y esto con la acostumbrada sencillez de su alma—, que los
triunfos de partido en los campos de batalla, se debían más que a jefes
guerreros, a él, a Carranza. Una vez más, la imagen y pensamiento
de Benito Juárez le hacían considerar que una vida hazañosa, pa-
triótica y victoriosa como la de 1860, se repetiría sin dificultades en
1917, y que, al igual de Juárez, podía estar seguro de su fuerza polí-
tica personal, y que por todo eso, ninguno de los jefes revoluciona-
rios, aunque sobre sus hombros brillasen las insignias del triunfo o
del generalato, podría obtener, aunque la procurase, la supremacía
política en la República, como no la habían conquistado sobre Juá-
rez ni Jesús González Ortega ni Porfirio Díaz.
Inspirado, pues, en la invicta y conmovedora personalidad de
Juárez, cuyas lecciones patrióticas había tratado de seguir, tanto en
días de guerra como en horas de paz, y siempre con resultados
favorables, el presidente Carranza desdeñó las determinaciones de
quienes habían conducido al triunfo a los soldados del Ejército
Constitucionalista.
Entre esos hombres a quienes el presidente menospreciaba, es-
taba el general Álvaro Obregón. A éste, le había visto con admiración
y respeto organizando tropas, movilizándose audazmente al frente
de un ejército y derrotando a las poderosas fuerzas de Villa. Carranza
no pudo escapar a la diligente, eficaz e imantadora personalidad guerre-
ra de Obregón. Inclusive, llegó a tenerla por muy respetable; pero
después, habiéndole nombrado ministro de Guerra y teniéndole de
cerca, le pareció un subordinado más. La idea de que los gran-
des hombres han de ser siempre deslumbrantes hasta en nimiedades
Don Venustiano Carranza hacia finales de 1917

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR