Carlos de Silva
Autor | Luis Pérez de Acha |
Páginas | 66-67 |
Page 66
Año 1986. El Aula Magna Jacinto Pallares de la Facultad de Derecho de la UNAM se engalanaba con la conferencia magistral de Carlos de Silva Nava sobre el amparo contra leyes. El seminario lo organizaba la sociedad de alumnos de la División de Estudios de Posgrado, presidida por el actual ministro Arturo Zaldívar.
La disertación fue excelsa. De singular inteligencia, su lógica era implacable. Con cadencia y elegancia, durante más de una hora embelesó al auditorio. Dejó constancia de su celebridad como jurisconsulto, uno de los mejores en la historia de México, y de por qué se le considera uno de los arquitectos del juicio de amparo.
Año 1995. En la cúspide como ministro de la Suprema Corte, una reforma constitucional precipitó la jubilación de don Carlos. Pero la vida es sabia, tiene sus derroteros. Lo que en principio parecía un tropiezo, con el paso del tiempo nos ofrendó su mejor faceta como jurista.
Ese año el ministro José Ramón Cossío acertó en invitarlo como investigador de tiempo completo en el Instituto Tecnológico Autónomo de México. Como profesor de Derecho constitucional y de amparo acompañó a cientos de jóvenes en su incursión en el mundo jurídico. Era un maestro en el sentido integral de la palabra. Sus enseñanzas no se limitaban a la lectura y la explicación de los textos legales. Su didáctica era amplia y profunda: guiaba a los alumnos en los insondables laberintos del Derecho. Con sustento teórico los inducía en la especulación práctica.
Fue un hombre con iniciativa. Junto con otras personalidades de los ámbitos jurídico y empresarial fundó el Centro de Arbitraje de México, en el que presidió el consejo general. Sin ser árbitro, el juicio sereno e imparcial del cargo reafirmaba su vocación como juez. Un lance que vitalizó sus andanzas procesales.
La teoría pura la preñaba de pragmatismo. De su autoría son las frases: “Tenga usted cuidado con lo que pida en amparo, no vaya siendo que el juez se lo conceda”. O ésta: “Las sentencias deben apreciarse deportivamente: a veces se gana, a veces se pierde. El empate no existe. Lo relevante es la honorabilidad de los jueces y la congruencia técnica de sus decisiones”. O bien: “Don Luis, su argumentación no me convence, pero en una de esas el juez la hace suya. Dependerá de cómo plantee el caso”.
Rezumaba sapiencia. La finura de sus reflexiones potenciaba su ecuanimidad dialéctica. Su lucha contra el automatismo racional era irreductible. Como por ensalmo, la aridez...
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