Cardos contra Alarcón

AutorAndrés Henestrosa
Páginas18-20
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ANDRÉS HEN ESTROS A
diano, lo próximo, lo familiar, de sufrir y sentir en carne propia los dolores de
México, no de incapacidad para crearse un estilo, es por lo que Fernández
de Lizardi escribió a la pata llana, y se nos muestra disparejo, ramplón, cuando
no pedestre. Pero su eficacia de estilo quedó grabada por la popularidad que
alcanzaron sus escritos, y que por encima de tanta negación, perdura. La
lengua castellana que Francisco Navarro Ledesma comparó con una capa es-
pañola, no era prenda para sus caídos hombros; ajena era a callejas, mesones y
tugurios, y opuesta a la emoción populista de el Pensador. Qué más, si hasta
los escritores españoles no siempre pudieron con ella. Esto es verdad, decía
Ángel Ganivet; la lengua castellana es una capa, y la mayoría de los escritores
españoles la llevamos arrastrando.
Todo lo que ahora nos agita, estuvo en la pluma de Fernández de Li-
zardi: la educación popular, tema el más constante; el problema del indio,
la miseria infantil, las vocaciones, la necesidad de un oficio, cualquiera que
sea, y con tal que no desplantee, poca fuerza hace que desdore; todo quiso
enfrentarlo y resolverlo para que el pueblo mexicano, el de su época tanto
como el de ahora, no sufriera lo que él sufrió. Y de todo eso, no podría ha-
blarse sino en el lenguaje que el tema exigía inexorablemente, pues parece
evidente una correspondencia fatal entre el tema y su expresión. No escribía
para las clases letradas, enemigas de sus prédicas, sino para lectores cuya
cabeza estaba a ras de la tierra.
De las dos maneras en que se pueden escribir los libros: una en el ocio,
propicio al arte según Horacio, padre del espíritu que dijo Franz Werfel,
a Lizardi le tocó en suerte la otra: ésa que consiste en escribirlos de pie,
sobre las rodillas, con el pie en el estribo.
17 de junio de 1951
Cardos contra A larcón
En la Epísto la a Francisco de Rioja, Lope de Vega afirma que sus enemigos, a
quienes comparó con mil gozques que trabajan por inquietar su vida, no lo-
gran advertir en él descompostura. Pero tan soberbia pretensión se encuentra
contradicha en más de un lugar de su obra. Quizá engañado por ese señuelo,
Julio Jiménez Rueda ha dicho que el fuerte de Lope no era el rencor, que

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