Las cárceles en México: la verdadera pena de muerte

AutorSergio Arturo Valls Esponda
Páginas56-60

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La sentencia condenaba: "Pública retractación ante la puerta principal de la iglesia de París, adonde deberá ser llevado desnudo en una carreta, después a la plaza de Gréve, y sobre un cadalso que allí habrá de construirse, deberán serle atenaceadas [arrancadas con tenazas] las tetillas, brazos, muslos y pantorillas. A su mano derecha sujetada la navaja de dos filos con que cometió el delito —atentar y herir a Luis XV—, luego quemada con fuego de azufre y sobre las partes atenaceadas se le verterá plomo derretido, aceite hirviendo, resina ardiente, cera y azufre fundidos conjuntamente. A continuación su cuerpo será estirado y desmembrado por cuatro caballos. Sus miembros y tronco consumidos en fuego, reducidos a cenizas y sus cenizas arrojadas al viento". De lo anterior daba fe el periódico la Gazette d'Amsterdam del 1° de abril de 1757.

Así inicia, mutatis mutandis, lo mejor que sobre sistemas penitenciarios he leído: Vigilar y castigar.1 El relato continúa en una forma que no vacilo en calificar como desgarradora, pues la ejecución se complica y resulta un fracaso. Pocas cosas más temibles que la impericia del verdugo. Éste, el encargado de arrancar los trozos de carne, fallaba y repetía la operación varias veces en cada parte del mortificado cuerpo. Los caballos no eran suficientes, por lo que rompían huesos pero no desmembraban; tuvieron que llevar dos caballos adicionales y todo en medio de los horribles alaridos, la mirada de pavor y sufrimiento del infeliz su-pliciado de nombre Robert Damiens. Al fin tuvieron que emplear un hacha para separar las extremidades del

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cuerpo que aún con vida fue lanzado al fuego cuatro horas después de iniciado el perturbador espectáculo. El objetivo se cumplió: castigar un delito con una ejecución pública y ejemplar. La historia es real. El libro, una joya, y en mi opinión el más seguro puerto de arribo al pensamiento foucaultiano.

La institución disciplinaria y su poder normalizador, que se ve en forma tan nítida en la prisión, va inundando como forma de poder las relaciones del hombre en la sociedad actual. También la notamos en la escuela, en la fábrica, en el hospital. Un severo diagnóstico del objetivo del Estado: disciplinar.

Es apasionante la obra del psicólogo francés, pero el tema es otro.

Sancionar y matar

Platón, en sus Diálogos, pone en voz de Sócrates la siguiente sentencia: "El castigo es la medicina del alma". Quizá cuando no es clara la diferencia entre pecado, delito, mala conducta o enfermedad, se encuentra la salida en la pena como un medio que cura, sana, rehabilita o, como decimos en estos días, reinserta en la sociedad. A lo que hacemos referencia sin enunciarlo es a la intención de volver al sujeto sancionado "normal", palabra que tiene la misma raíz que "norma". El anormal, entonces, es el que vive fuera de la norma.

Así, con ese enfoque medicinal, el papa Francisco se refería al castigo frente a un grupo de presos: "La reinserción o rehabilitación -como la llamen— comienza creando un sistema que podríamos llamar de salud social, es decir, una sociedad que busque no enfermar contaminando las relaciones... Un sistema de salud social que procure generar una cultura que actúe y busque prevenir aquellas situaciones, aquellos caminos, que terminan lastimando y deteriorando el tejido social".2

"Multa" en su origen griego, la palabra latina poena deriva en la expresión castellana pena (tristeza en su primera acepción pero también pesar y castigo) y en la voz inglesa pain (dolor). Llama la atención cómo, desde la raíz, dolor y castigo son expresiones ligadas. El castigo, desde la perspectiva occidental, redime la culpa: estar apenado también es estar avergonzado. Asociar castigo a lección permite que prevalezcan las nociones de sabiduría popular según las cuales "lo que duele enseña", "lo que no mata fortalece" o "la letra con sangre entra". Tomando en cuenta esos matices se vuelve tan deslumbrante el verso de Miguel Hernández: "Tanto penar para morirse uno".

La pena es un tema que no se limita al ámbitojurídico; también es un asunto religioso, filosófico, psicológico y, por supuesto, político. Su naturaleza parece clara: lograr una justicia retributiva, proporcional. Un mal, digamos, corresponde a otro mal: ojo por ojo, vida por vida, ya establecía la Biblia, y antes el Código de Hammurabi.3 Su propósito, además de que el acusado no cometa más actos en contra de la sociedad, también es prevenir que otros los cometan, por lo que no se dirige exclusivamente al delincuente sino a la sociedad; busca disuadir. La pena de muerte es, desde ese enfoque, aceptable para alguien que...

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