Capítulo VI

AutorLorenzo de Zavala
Páginas93-102
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fines de 1823, el nuevo comandante del castillo de San
Juan de Ulúa, Lemaur, abandonando la senda pacífica
y de humanidad que había seguido el mariscal de campo don
José Dávila, a quien había sucedido en el gobierno de la Ciu-
dadela, comenzó a lanzar bombas sobre la plaza de Veracruz.
El comercio se trasladó a Alvarado, villa distante de aquella
plaza doce leguas, sobre el río del mismo nombre y con un fon-
deadero muy malo, como todos los de aquella costa. Cinco o
seis mil hombres inermes, mujeres, niños y ancianos, obligados
a desamparar una ciudad bombardeada desde una fortaleza que
la domina, buscaban asilo por todas partes y no podían encon-
trarlo. Veracruz está colocada sobre la plaza y rodeada de are-
nales estériles y ardientes por el espacio de dos leguas, en donde
se encuentran lugares pequeños y chozas miserables. ¿Qué po-
dían hacer aquellos desgraciados habitantes en tan tristes cir-
cunstancias? Arrojados de sus casas por una repentina lluvia de
balas, anduvieron errantes por algunos días, experimentando
toda especie de penalidades y de privaciones. Muchos fueron
a Jalapa, distante treinta leguas; otros a Córdoba u Orizaba, vi-
llas igualmente distantes, y los más a la de Alvarado, en donde se
estableció provisionalmente el comercio. Veracruz es una ciudad
CAPÍTULO VI
A

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