El canto del centzontle

AutorAndrés Henestrosa
Páginas721-723
Pero, sobre todo, donde se anuncia con más exactos símbolos el carácter
de Benito Juárez es en las manos, integradas a una composición geométrica
donde opera el compás –instrumento dócil que da hasta la justa dimensión– y
la escuadra, rígida limitación expresiva de lo que debe ser de una manera y no
de otra alguna.
La mano izquierda en puño, como una roca en tensiones plurales y concéntri-
cas, es la fuerza ordenada, sin furor no ceguera; pero fuerza al fin y como tal, para
ser y para descargarse donde haga falta. La mano derecha, como un instrumento
de transmisión y de diálogo, con la pluma en ristre, fuente de la verdad y de la ley.
En una mano la flor; en la otra, el látigo, como reza el aforismo zapoteca.
El látigo y la flor, el hombre y la estatua, así era Juárez. Muchos le han
llamado “el impasible” –adjetivo que él se aplicó– por la figura que nos ha
transmitido la plástica de su tiempo y la proseguida en tiempos subsiguientes.
Acaso se ha pensado en la faz concentrada y segura con que recibía los reveses
o se enfrentaba a los peligros decisivos para la patria. Acaso se le piensa también
hermético ante el triunfo y las seguridades del porvenir que en tan gran me-
dida contribuyó a legarnos.
Pero hay también el otro Juárez, el de la pluma en mano, el padre que no
se avergüenza de llorar por sus hijos perdidos mientras dilucidaba uno de los
capítulos más angustiosos de nuestra historia por esos campos. Ése es el Juárez
del ideario sereno, el de la justicia sin guerra, el que consigna con primor
el decálogo de la Reforma sobre las tablas de la ley.
Que así nos quede Juárez recordado y como vivo, expresión de todas las
virilidades y todas las ternuras del pueblo mexicano.
28 de agosto de 1960
El canto del centzontle
Alfa: La sombra, como un lento, suave sueño, cayó sobre nosotros. La jornada
había sido larga y fatigosa: visita a tres pueblitos, a lo largo de muchos kiló-
metros polvorientos. Busqué, después de la cena, la suavidad y curvatura de
la hamaca. Chirriaba en el altar, próxima a expirar, una candela de sebo. En
otras hamacas descansaban mis compañeros, todavía con fuerzas para contar
historias de aparecidos, tan comunes en estos apartados lugares.
AÑO 1960
ALACE NA DE MINUCI AS 721

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