Los caminos de la justicia

AutorJorge Ojeda Velázquez
Páginas77-108

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SUMARIO: 1. El origen del bien y del mal. 2. La necesidad del derecho y de la existencia de la justicia. 3. Del derecho natural al positivismo jurídico: primo dibattito. 4. Del positivismo jurídico al realismo sociológico: secondo dibattito. 5. Del positivismo al neoconstitucionalismoconvencionalismo. 6. El neoconstitucionalismo y el control convencional: fases intermedia y superior de la justicia iusnaturalista.

El origen del bien y del mal

Los caminos de la vida nos ha llevado a menudo a preguntarnos: ¿por qué existirá tanta maldad en el mundo?, ¿qué hacer para encauzarla? Es posible que desde el punto de vista teológico podamos encontrar una de las tantas respuestas que se pueden dar a estas cuestiones y además emitir una conclusión obtenida de la realidad: si el ser humano se inclina algunas veces hacia la justicia y en otras hacia la injusticia es porque dentro de él coexisten el bien y el mal que lo llevan hacia uno u otro lado.

La tesis que sostenemos encuentra apoyo en las Sagradas Escrituras cuyos libros del Génesis, capítulo I:26, 27, en concordancia con el Evangelio de San Juan 1:1-5, nos llevan a reflexionar sobre el origen del bien y del mal, su lucha entre sí y el surgimiento de la justicia como corrector funcional del correspectivo.

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CUADRO 3.1. Lucha entre el bien y el mal en las Sagradas Escrituras

Cuando Dios dijo “hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza”, los teólogos afirman que se dirigía a alguien más, por el uso del plural “hagamos”. Todos ellos piensan que se dirigía a Jesucristo

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porque en concordancia con Juan 1:1, 2, y 3, éste estaba en el principio con Dios y todas las cosas por él fueron hechas.

Es por ello que, en lo personal pensamos que si Dios y Jesucristo hubieran hecho al hombre y a la mujer conjuntamente, en estos no coexistirían bondad y maldad en sus acciones, habida cuenta que los creadores universales representan al bien, a la pureza y por lo mismo en el ser humano habría sólo acciones bondadosas, bienhechoras como existe en los ángeles; más bien creemos que hubo otro tercer constructor celestial, que en aquel tiempo era un ángel de luz, como lo afirma así el Apocalipsis, cuya belleza lo llevó a la soberbia y a su deposición. Este personaje es el ángel Luzbel, quien hoy es conocido como Satanás, quien religiosamente representa el mal. De ahí que llevemos en nuestro cuerpo esa mixtura de bondad y de maldad.

La grandeza de los creadores del universo emerge del hecho que a pesar de haber creado al hombre, lo dotaron de libre albedrío o de autonomía en su voluntad; esto es, de la capacidad de escoger entre el bien y el mal, porque bien Dios pudo haberle dicho al ser humano: “Nosotros te creamos, nosotros representamos al bien; adóranos sólo a nosotros”. Empero, le dieron oportunidad de escoger entre lo correcto y lo incorrecto, entre lo bueno y lo malo, y comprender lo justo e injusto de su acción.

Debido a ese libre albedrío, Adán y Eva ante el mandato de no comer del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal1tuvieron la opción de omitir aquella conducta prohibida; sin embargo, decidieron desobedecer, lo que trajo como consecuencia la muerte, según la referida historia bíblica.

Nosotros los penalistas conocemos este libre arbitrio, que Kant lo traduce como autonomía de la voluntad y nosotros como imputabilidad, como capacidad del ser humano de comprender el carácter ilícito del hecho o de su acción y, a pesar de ello, decide conducirse de acuerdo con aquella comprensión. En el ejemplo bíblico, Adán le atribuye a Eva y ésta a Satanás convertido en serpiente, el haber sido inducido a desobedecer el mandato; sin embargo, Adán tuvo la oportunidad de rechazar la sugerencia del actor intelectual y de su coautora, precisamente por tener autonomía en su voluntad.

Sin embargo, no cabe duda que la lucha entre el bien y el mal, como lucha de los contrarios, ha logrado hacer que la humanidad avance ha-

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cia estadios superiores de conocimiento. De otra manera, estaríamos todavía en el paraíso como unos holgazanes, como unos indolentes alzando únicamente las manos hacia las ramas del árbol cuyo fruto desearíamos comer en esos momentos, o cazando animales cuya carne se nos antojaría probar en ese instante de vida.

A esta visión teológica, se contrapone la posición iusnaturalista de Rousseau, quien consideraba, en Emilio (1762), que el mal no está enraizado ni en la naturaleza humana ni tampoco en la estructura misma de la realidad si no que, innanzitutto, el mal es sólo un producto del error del hombre. De ahí que recomendara que se le proporcionara educación y con ella acabar con las cadenas artificiales, los vicios y las necesidades superluas que lo apartan de la felicidad: “Hombre no busques más al autor del mal, (el mal) eres tú mismo”. Él afirma que los hombres abusan de su libertad y no reconocen los límites de sus facultades, actitud que los transforma en seres desdichados y malvados.

El tema del mal también fue tratado por Voltaire en sus obras Cándido y Cartas Filosóficas, aduciendo que el mal está presente en el mundo en forma de desorden y miseria de la condición humana y de la divinidad, entendida ésta como una instancia de perfección, ajena por completo a los acontecimientos terrenales y, por ende, de los yerros de los seres humanos. Dios no se preocupa por el destino de los hombres, afirma Voltaire, y para remarcar esa distancia agrega la respuesta que recibe Cándido de un viejo sabio de El Dorado, en relación a la existencia del mal en esos lugares: “¿qué importa que haya bien o mal?. Cuando su Alteza envía un navío a Egipto ¿se preocupa por la comodidad de los ratones que hay en el barco?”.

Voltaire piensa que si bien las costumbres, los usos y las leyes difieren de un país a otro, existe una ley natural, uniforme en todo tiempo y lugar que los hombres han recibido del cielo y que deben seguir para ser virtuosos; que depende del hombre usar bien o mal las facultades que Dios le ha otorgado; que en la vida se mezclan placeres y desdichas, el bien y el mal, y que si el hombre fuera perfecto sería Dios; remarcando una vez más la distancia entre la perfección de la divinidad y la imperfección de las criaturas humanas y, finalmente concluye en sus diversas obras, que la naturaleza humana es así, por lo que las normas que se pueden extraer de ella son universales y van más allá de todo particularismo político o religioso.

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La necesidad del derecho y de la existencia de la justicia

Creemos que el derecho es el resultado de un proceso histórico de encauzamiento del uso de la fuerza o de la violencia por medios civilizados, realizado por una comunidad que habiendo alcanzado grados superiores del entendimiento en la resolución de conflictos, decide, partiendo de su experiencia particular, avanzar hacia formas controladas por una autoridad soberana llamada Estado.

Si partimos de la abstracción hobbesoniana (pie de página17) del hombre en “estado de naturaleza” o salvaje, actualizada por Neil McCormick, la experiencia particular, tanto antigua como moderna, nos demuestra que el ser humano cuando deambulaba por el mundo sólo o en pequeños grupos para resolver sus problemas existenciales (búsqueda de alimentos, techo y vestido) tuvo que utilizar su fuerza física y mental. El más fuerte e inteligente de ellos se apropió de esos bienes con mayor facilidad que los otros; y eso lo hizo ser vulnerable a los ataques físicos, puesto que tenía que defender lo obtenido, toda vez que en determinado momento tenía que dormir.

A causa de esta vulnerabilidad, los seres humanos tienden a tomar represalias ante los ataques, tanto por espíritu de venganza como coniando en que, de este modo, al menos disuadirán al primer atacante de posteriores robos, e incluso, tal vez, podrán destruirle. Sin embargo, esta forma de proceder puede generar fácilmente un círculo vicioso de ataques y contraataques. En consecuencia, era necesario que dentro de las comunidades existieran normas contra la violencia interpersonal y el desapoderamiento de las propiedades; reglas que sean fácilmente entendidas y mayoritariamente respetadas. Surgen así las primeras normas básicas o prejurídicas para hacer respetar la propiedad y la salud particular de los ofendidos, a fin de solucionar los consiguientes problemas interpersonales.

Posteriormente, cansado de llevar una vida nómada, los seres humanos se establecieron formando pequeñas comunidades; domesticaron en común a algunos animales, sembraron y cosecharon sus granos, lo cual dio lugar al pastoreo y a la agricultura cíclica. Con sus posibilidades implícitas de afortunado incremento o destrucción desastrosa del ganado y de sus cosechas, aparece entonces la cuestión de quién posee el ganado y quién era dueño de los granos. Surge así la necesi-

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dad de dividir particularmente las propiedades y resolver las posibles inconformidades entre los que tienen en demasía y los que tienen poco o no tienen nada. De esta distinción surgen relaciones de dependencia (quienes carecen de bienes dependen de quienes lo tienen) y actitudes, como ya hemos apuntado, de resentimiento o de envidias hacia los afortunados. Aquellos a su vez crean motivos para la violencia interpersonal y generacional al matar al dueño y tomar sus propiedades. De ahí la necesidad de llegar a acuerdos colectivos u organizarse para la autoprotección entre los componentes de estos pequeños agregados sociales.2

A fin de proteger la vida de los propietarios se crean reglas como: no matarás, no robarás o no desearás cosa alguna...

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