Blas José Gutiérrez Flores Alatorre

AutorGabriel Gonzalez Mier
Páginas683-714
˜ 683 ˜
Blas JosÈ GutiÈrrez
Flores A latorre l
1821-1885
LA PRIMERA vez que asistimos a la Escuela
Nacional de Jurisprudencia nos llevó más
que otro objeto, el de conocer personalmen-
te los hombres que nos iban a dirigir en las
tareas escolares, entre las cuales se contaban
algunas celebridades que habíamos visto fi-
gurar en libros y periódicos. Permanecimos
con este fin en uno de los vastos corredores
del plantel varios amigos, recién llegados a
la Capital y matriculados en ese estableci-
miento para una carrera que emprendimos
juntos y dos de nosotros solamente pudi-
mos terminar, luchando con la mayor
dificultad.
El primero que pasó a nuestro lado —lo
recuerdo muy bien— fue un señor grueso,
moreno, de aspecto bondadoso, larga levita
negra y sombrero alto.
Alzó la vista; nos dirigió una mirada
afectuosa y luego se descubrió cortésmente.
Un estudiante de quinto año a quien
nos habían presentado, dijo adivinando
nuestro deseo:
—¿Ustedes querrán saber quién es el ca-
ballero que acaba de pasar?
—En efecto, le contestamos con interés.
—Pues ese caballero es el Lic. Castillo
Velasco, nuestro Director.
—¡Ah! ¡vaya! El digno Director de esta
Escuela, observé con satisfacción; un liberal
ilustre, un buen abogado.
—Hermano, agregó otro, de Florencio
del Castillo, el escritor republicano que los
franceses mandaron a San Juan de Ulúa.
Vimos llegar después un anciano correc-
tamente vestido, cuerpo regular, barba y ca-
bello que habían encanecido con una blan-
cura resplandeciente y limpia, ojos azules y
porte de hombre distinguido…
—Y este señor ¿quién es?
—Don Juan José de la Garza, profesor
de Derecho Natural. ¿Quieren saludarlo?
—¡Oh, si! con mucho gusto.
Nuestro amigo se acercó a él diciéndole:
—Maestro, voy a presentarle a estos jó-
venes que vienen a estudiar derecho, y de-
sean conocer a usted.
Nos anunciamos como discípulos suyos
para ese año; nos dijo algunas palabras de
jefe que se prepara a llevarnos a campaña, y
684 LIBERA LES ILUST RES MEX ICANOS D E LA RE FORMA Y L A INTERV ENCIÓN
desde luego nos recomendó “sus lecciones”
cuyas copias debíamos sacar en la Secretaría
de la Escuela.
Envuelto en un palto gris, corto y de
buen gusto, adelantó en esos momentos
otro profesor; usaba lentes, su aspecto re-
velaba rectitud y firmeza; no muy pródigo
en reverencias, sin distraer en el tránsito
su marcha un tanto acelerada, llegó direc-
tamente a la cátedra, como hombre que no
tenía tiempo que perder.
—Don Protasio Tagle, nos dijeron; el
enérgico y honrado Ministro de Justicia, de
la primera administración de Tuxtepec. Ha-
bía pasado del Gabinete a la Escuela como
profesor de Derecho Romano.
Cuando apartamos la vista de este per-
sonaje, que tan vivamente había llamado
nuestra atención, vimos en el fondo del
angosto y oscuro vestíbulo de la entrada,
recortando el cuadro de luz que penetraba
desde la calle por la puerta principal del edi-
ficio, una sombra de típico individuo.
—Fíjense, fíjense ustedes en este sujeto,
nos dijo el estudiante. —¡Esto es magnífico!
¡Delicioso! exclamaba regocijado, preparán-
donos para saborear una sorpresa de espiri-
tual originalidad.
Avanzaba lentamente el hombre del ves-
tíbulo. Por fin, desembocó en el corredor a
cura luz se descubrió a nuestros ojos en toda
la plenitud de sus extravagantes pormenores.
Era una personalidad pintoresca. Gordo,
serio, la redonda cabeza rapada a estilo de
cuartel; recios zapatos cuadrados de bajo y
amplio tacón, pantalones anchos de boca
ajustada al tobillo, chaleco verde y chaqueta
con pasamanería, corbatín negro algo torci-
do, grueso bejuco de oro macizo, pasado el
cuello, sombrero ancho con ribetes de galón
un tanto derribado hacia la oreja izquierda,
y en las manos respetable y lustrosa estaca
de Apizaco, que ostentaba grabado al fuego,
un gorro de la libertad y otros recados pa-
trióticos tan expresivos como aquél.
Pasó sin advertir nuestra presencia; le se-
guimos atentamente hasta que desapareció,
torciendo por la galería de la derecha.
—¿Qué busca este amigo? —preguntó
alguno con marcada curiosidad.
—Es profesor…
—¡Profesor! ¿y de qué?
—De Procedimientos Penales en mate-
ria federal.
—¿Pues quién es?
—Don Blas.
***
La personalidad característica y original de
que nos vamos a ocupar, tiene una filiación
igual a la de todas las costumbres del Méxi-
co revolucionario, profundamente afectado
por los acontecimientos que se desarrollan
desde el Plan de Ayutla hasta el triunfo de
la República.
El México colonial, tiene una fisonomía
indefinida, vaga, nebulosa. La metamorfosis
de su emancipación es el primer hecho que
contribuye poderosamente a imprimirle ras-
gos de nacionalidad.
El periodo histórico abierto a la transfor-
mación social por los hombres del Sur, hace
del país un pueblo nuevo, creándole intereses
de gran magnitud, abriéndole horizontes pro-
pios y grabando por todas partes los hondos
relieves de un genio eminentemente local.

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