Benito Juárez. Su vida y su obra

AutorAlexandra Reyes Haiducovich
Páginas181-204
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BENITO JUÁREZ nació, hijo de Marcelino Juárez y de Brígida
García, en San Pablo Guelatao, estado de Oaxaca, el 21 de
marzo de 1806. Tres años tenía cuando murieron sus padres,
quedando al cuidado de sus abuelos paternos. Cuando éstos
mueren, pasa al de su tío Bernardino Juárez.
Apenas tuvo uso de razón, se dedicó a los trabajos del
campo, al pastoreo de un rebaño de ovejas. Pero como era de
aquella raza selecta de los que quieren saber, mientras pas-
toreaba el rebaño iba obteniendo lecciones de la vida, de su
propia condición; fue balbuciendo y deletreando el ideario
que cuando hombre y gobernante aplicaría a la realidad de
su país. De esa manera, puede decirse que antes de saber
de letras supo de la descarnada verdad del México de su tiem-
po: la pobreza, la ignorancia, la injusticia. Quizás entonces
formulara el pensamiento, que realizado en la edad madura,
define a los hombres superiores, según la opinión de Alfredo
de Vigny, recordada por Rafael de Zayas Enríquez.
*Prólogo de Andrés Henestrosa al libro de Rafael de Zayas Enríquez, Juárez:
su vida y su o bra, México, Secretaría de Educación Púb lica, 1971, Colección SEP/
Setentas, pp. 7-28.
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En cuanto al deseo de saber, cuenta Juárez en los Apuntes
para mis hijos que, cuando el tío Bernardino le tomaba la lec-
ción de gramática, él mismo –al igual que Juana de Asbaje−
le llevaba la disciplina para que lo castigara, en caso de no
saberla.
Era indio, nunca dejó de serlo. Pero muy niño se dio cuen-
ta de que para actuar sobre el mundo y cambiarlo a la medida
de la justicia, era preciso hacerse de una lengua de alcance na-
cional, que le permitiera servir a los mexicanos todos y no sólo
a sus coaborígenes, los zapotecas. Esto explicaría el uncioso
tesón con que bregó por aprender la lengua castellana.
Guelatao era un pueblo corto, carecía de escuelas, ni si-
quiera se hablaba allí el idioma español. Los padres pudien-
tes mandaban a sus hijos a la ciudad de Oaxaca para que se
educaran; los pobres los ponían a servir en las casas ricas, a
cambio de que se les enseñara a leer y a escribir. Para Benito
Pablo no había más camino que este último. Y eso era impor-
tunar al tío para que lo llevara a Oaxaca, único sitio en que
se podía aprender. Pero los quehaceres de labranza del uno
y los de pastoreo del otro iban aplazando indefinidamente
el viaje. Además, Juárez se resistía a la idea del tío querido,
dejar la casa que había amparado su niñez y su orfandad,
alejarse de sus compañeros de infancia, dejar su pueblo. “Era
cruel −escribió cuando hombre− la lucha entre estos senti-
mientos y mi deseo de ir a otra sociedad, nueva y desconoci-
da, para procurarme educación.” Pero pudo más su deseo de
instruirse. Al amanecer del 17 de diciembre de 1818, a los 12
años de su edad, se fugó de su casa, a pie, rumbo a la ciudad
de Oaxaca, adonde llegó la noche del mismo día. Anduvo de

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