Benito Juarez

AutorEnrique M. de los Rìos - Gabriel Gonzalez Mier
Páginas81-105
˜ 81 ˜
Benito Ju· rez
1806-1872
RODEADO por elevadas cimas, circundado por
un bosque de árboles frutales, y adornado
con un lago formado por las filtraciones de
la sierra, lago al que llaman sus habitantes la
Laguna encantada, por la eterna limpidez de
sus aguas, encuéntrase el pintoresco pueblo
de San Pablo Guelatao, perteneciente al Dis-
trito de Ixtlán, en el Estado de Oaxaca. En
ese humilde pueblecillo existe un pequeño
solar y en él, una pobre cabaña compuesta
de dos cuartitos, el más grande de ellos, pro-
visto de un portalito que cubre la entrada
de la puerta, rodeado todo el terreno por
algunos arbustos, no más grandes que la
cerca que limita el solar; y hacia la derecha
de la habitación más grande y ya fuera de
los límites de esa humilde propiedad, un ár-
bol, que da más poesía si cabe al conjunto
de aquella casita y aquel terreno, rústicos y
pobres, pero adornados soberbiamente con
todas las espléndidas galas de una naturale-
za exuberante.
En ese pueblo y en esa casita, nació Be-
nito Juárez el 21 de Marzo de 1806 y fue
bautizado al día siguiente, según consta
por el documento que insertamos a conti-
nuación y que se encuentra en el libro de
bautismos de la Parroquia a que se refiere el
mismo escrito. Éste, dice así:
En la Iglesia parroquial de Santo Tomás
de Ixtlán, a veinte y dos del mes de Marzo del
año de 1806, yo D. Ambrosio Puche, vecino de
este Distrito, bauticé solemnemente a Benito
Pablo, hijo legítimo y de legítimo matrimonio,
de Marcelino Juárez y de Brígida García, in-
dios del pueblo de San Pablo Guelatao, perte-
neciente a esta cabecera. Sus abuelos paternos
son Pedro Juárez y Justa López, los maternos Pa blo
García y María García, Fue madrina Apolo-
nia García, india, casada con Francisco Gar-
cía, advirtiéndole sus obligaciones y parentesco
espiritual.
Y para constancia firmo con el Sr. Cura.
(Firmado): Mariano Cortabarría.Ambrosio
Puche.
La familia de Juárez tenía las pequeñas
comodidades comunes a los habitantes de
aquellas comarcas; es decir, una chocita, terre-
no donde labrar y algunos animales domés-
ticos; pero todo esto distaba mucho de
LIBERA LES ILUST RES MEX ICANOS DE LA R EFORMA Y LA INT ERVENCIÓ N82
poderse llamar siquiera una mediana rique-
za y dadas la época, las circunstancias y la
raza a que perteneció Juárez, los padres de
éste no podían ofrecerle otro porvenir que
el de una vida monótona, dedicada a las fae-
nas agrícolas.
El humilde indígena fue huérfano cuan-
do apenas contaba tres años de edad, que-
dando por lo mismo, primero al cuidado de
su abuela Justa López, y de su tío Bernardi-
no después. La humilde posición del pobre
niño, el aislamiento en que estaba el pueblo
en que nació y la dificultad grande que aún
subsiste hoy en la República, para instruir
a los hijos de los habitantes de los campos,
impidieron que Juárez recibiera ninguna en-
señanza, creciendo en este estado hasta los
doce años, edad en la cual todavía no sabía
leer ni escribir, ignorando hasta la lengua
castellana.
Había desde entonces en los indios de
la raza Zapoteca a que Juárez pertenecía,
especialmente en los de la sierra N. E. de
Oaxaca, la costumbre de llevar a los retoños
a que sirviesen como domésticos en la ciu-
dad que hoy es capital de Estado, sin exigir
más retribución que el vestido, los alimen-
tos y la instrucción primaria; exigencia esta
última que honra a esa raza de indíge-
nas y que ha dado muy buenos resultados,
puesto que con ella se ha propagado rápida-
mente la instrucción en los pequeños pue-
blos aislados en las montañas.
Varias circunstancias contribuyeron
a que Juárez se decidiera a abandonar su
pueblo y su choza en 1818, cuando tenía
12 años; siendo entre éstas de las más im-
portantes, el desamparo en que vivía como
huérfano, el trato algo duro que recibía en
su propia casa y su deseo de ser más de lo
que hasta entonces fue.
Sin apoyo y sin recursos ningunos, se
dirigió a la ciudad de sus ensueños con el
objeto de buscar un humilde empleo con
alguna familia que pudiese recibirlo. Al lle-
gar a Oaxaca se refugió primero en la casa
donde servía una hermana suya, y se en-
contró poco después con el amparo de un
hombre caritativo que le dio instrucción y
sembró sobre todo en el corazón del niño,
sentimientos de honradez y probidad: este
filántropo fue el Sr. D. Antonio Salanueva,
encuadernador de libros y miembro de la
Tercera Orden de San Francisco.
El protector de Juárez enseñó a éste lo
que entonces constituía la instrucción pri-
maria, reducida en aquella época a la lectura,
la escritura, las cuatro reglas de la aritmética
y el Catecismo del Padre Ripalda, aprendido
de memoria; y esta enseñanza la impartió
Salanueva a Juárez con una solicitud verda-
deramente paternal y un desinterés digno
de todo elogio.
Y no paró allí la solicitud del humilde
religioso, sino que también procuró a Juárez
su instrucción secundaria. La intención de
Salanueva era dedicar a su protegido al esta-
do eclesiástico, por ser éste entonces el más
productivo, el más estimado y el que seguían
preferentemente los pocos indígenas que lo-
graban salir de su primitivo estado; había
además la circunstancia de ser Salanueva
muy religioso y apegado a las costumbres de
sus mayores, y tener como tenía una gran
vocación por la carrera que había abrazado;
así es que con el propósito ya dicho, hizo

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