Bases Orgánicas de la República Mexicana, 1843

AutorMaría del Carmen Vázquez Mantecón - Alejandro Mayagoitia
Cargo del AutorHistoriadora. Investigadora del Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Nacional Autónoma de México. - Licenciado en derecho. Profesor de tiempo completo en la Facultad de Derecho de la Universidad Panamericana.
Páginas132-189

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Bases Orgánicas
de la República Mexicana, 1843

Las Bases Orgánicas y la danza de los caudillos en los cuarenta

MARÍA DEL CARMEN VÁZQUEZ MANTECÓN*

Introducción

En el año de 1843, los que se autonombraban “notables” hicieron en México una nueva Constitución política. La llamaron Bases Orgánicas, en consonancia con su idea de conformar un cuerpo social organizado. El motor de ese movimiento fueron los militares, que ocupaban por entonces el primer papel en la disputa por el poder. De este asunto tratan las páginas que siguen, y de algunas peripecias de la vida cotidiana de los poderosos, además de los usos y costumbres de ese tiempo, que no son más que unos cuantos hilos del rico entramado que forman los variados episodios de esas Bases. Cada tema tratado abarca la misma cronología, esto es, se inicia en diciembre de 1841 y termina en agosto de 1846, porque éstos son los años con los que tuvo que ver esta Constitución. Esto permite elegir el orden de la lectura sin perder el hilo conductor. Estas páginas son también un homenaje a los escritores que tuvieron el gusto de contar lo que acontecía en su tiempo, lo que nos permite no sólo disfrutar esa historia, sino traer su memoria hasta nosotros.

* Historiadora. Investigadora del Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Nacional Autónoma de México.

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Breves hechos políticos que antecedieron a las Bases Orgánicas

El decenio de los treinta de nuestro siglo XIX vivió, entre muchas otras cosas, la pugna de dos caudillos por el gobierno del país. Anastasio Bustamante y Antonio López de Santa Anna prove-nían del ejército realista y también de las tropas insurgentes que pactaron la independencia en 1821. El primero derrocó a Vicente Guerrero en diciembre de 1829 y fue presidente menos de dos años, hasta que perdió una revuelta contra su gobierno, en la que participaba Santa Anna. Éste se presentó como candidato a las siguientes elecciones y resultó triunfador. Estuvo en el poder no más de tres años —entre los que cupieron otros presidentes interinos y la guerra contra los “tejanos”—. Después de caer prisionero de los angloamericanos, en las elecciones en México el voto de los departamentos eligió como presidente a Anastasio Bustamante, cuyo gobierno heredó las recién estrenadas Siete Leyes y vivió una invasión de tropas francesas por Veracruz. Aunque nadie lo llamó, Santa Anna robó escena en una de esas batallas contra los galos y se adjudicó el triunfo. Poco tiempo después una sublevación federalista hizo que Bustamante dejara el poder para dirigir el ejército contra ella. Diputados y senadores declararon que, por voluntad de la nación, Santa Anna ocuparía la presidencia interina aunque estuviera dolido por la reciente amputación de una pierna. Anastasio Bustamente volvió cuando Santa Anna había salido para Manga de Clavo y gobernó casi dos años y medio hasta que fue depuesto por un levantamiento en su contra que terminó con el triunfo de Antonio. Corría entonces el año de 1841. Fue Mariano Paredes el primero que se levantó en Jalisco para lograr la reforma de las Siete Leyes, y que declaró a Bustamante incapacitado para gobernar. A éste le siguieron muchos pronunciamientos, entre ellos el de la capital. Santa Anna se inmiscuyó entre Bustamente y Paredes, pero al no ser reconocido por Anastasio como mediador, se levantó en armas contra él para retarlo a combatir. Mientras Paredes publicaba su adhesión a Santa Anna, éste dio a conocer su famoso Plan de Tacubaya, donde de nuevo “la voluntad de la nación” decidía que cesaban los poderes supremos establecidos por la Constitución de 1836. Prometía la convocatoria para reunir un Congreso Consti-

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tuyente, mientras una junta elegiría al presidente provisional, que resultó ser Santa Anna, quien firmó con Bustamante un convenio de “cordialidad entre los miembros de la familia mexicana” antes de que don Anastasio saliera desterrado a La Habana.

Las Bases Orgánicas: algunos episodios de su historia

La disputa por el poder en los cuarenta estuvo protagonizada por el mismo Santa Anna, aunque ahora contra otro caudillo militar: Mariano Paredes y Arrillaga. Se aliaron en el movimiento que culminó en Tacubaya con la derrota de Bustamante. Empezó entonces una dictadura condicional, que sin embargo no descuidaba ciertos principios liberales; de acuerdo con éstos, se reunió un Congreso desde el 10 de junio de 1842 para elaborar una nueva Constitución. Ese día Santa Anna condenó las Siete Leyes por haber conducido al pueblo y a las autoridades “a la inercia”. Convertido en oráculo, según cuenta Olavarría y Ferrari, pontificó: “Yo no adulo al pueblo porque mi deber es instruirlo”, y alertó contra los terribles escollos que se vivían por “la inexperiencia de unos y la ambición de otros”. Dos meses después la comisión que redactaba el proyecto de Constitución lo dio a conocer. Un punto, sin embargo, dividía la opinión: ser una república federalista o una centralista. Las crónicas de los debates que siguieron elogiaron a dos contrincantes de tribuna, que representaban las corrientes políticas que disputaban el apellido del poder: al diputado Mariano Otero, defensor del federalismo, y al representante del gobierno, José María Tornel, quien abogaba por una especie de centralismo al que nunca llamó por su nombre, pero que no estaba dispuesto a que el “sansculotismo” dominara en la asamblea. Santa Anna les debía a varios generales el apoyo que le dieron para derrotar a Bustamante. El más fuerte de ellos era Mariano Paredes, quien proponía un plan de regeneración para las “clases privilegiadas”; a él primero le hicieron creer que éste sería observado, pero muy pronto se lo quitaron de encima. La oposición, decía Santa Anna, estaba en ese Congreso en el que dominaba una mayoría de liberales puros y moderados. Mientras el proyecto se devolvía a la comisión, Santa Anna se retiró a Manga de Clavo, no sin antes advertir que

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deseaba vivir con un gobierno libre. En su ausencia se llevó a cabo el golpe al Congreso, que se inició con un oscuro pronunciamiento en Huejotzingo en diciembre de 1842, que desconocía al Constituyente por no respetar “la religión de nuestros padres”, por ensanchar la libertad de imprenta y por desconocer la utilidad y la necesidad del ejército, compuesto, decían ellos, por “mexicanos virtuosos”. El pronunciamiento cundió, escribió Olavarría, como “flama”. Se adhirieron al plan las guarniciones de San Luis, Puebla, Querétaro, Morelos, Zacatecas, Aguascalientes, Jalisco y, finalmente, la de la ciudad de México. En sus actas respectivas reconocían como presidente provisional a Santa Anna e instaban al gobierno a que nombrara una junta de ciudadanos “notables” que se encargara de redactar las bases para organizar a la nación. El Congreso de 1842 fue disuelto. Antes de iniciar su trabajo, los recién nombrados para hacer la nueva ley juraron sostener la religión, la independencia y el sistema popular representativo republicano. Paralelamente empezaron las intrigas entre los militares: Paredes fue nombrado general en jefe de la división del ejército que entonces combatía a los separatistas yucatecos, pero se negó a aceptar porque sintió que lo alejaban de la escena política. Santa Anna decidió volver a la capital —ya que, entre otras cosas, se decía que había un plan para derrocarlo en favor de Valencia—. Acá designó a Paredes coman-dante general de México, pero a los pocos días, sorpresivamente, lo destituyó sin mediar mayor explicación, aunque se decía que sucedió así porque ahora Valencia se había sentido desairado. Mariano insultó públicamente a Santa Anna y se instruyó una sumaria para abrirle un juicio. Los testigos no pudieron probar nada, por lo que fue exonerado, aunque todavía tuvo que soportar una breve prisión en Toluca por haber ofendido al “ministro” de Santa Anna, de la que huyó para refugiarse en Jalisco. La junta de notables, mientras tanto, terminó su trabajo el 12 de junio de 1843 y un día después Antonio López juraba en solemne ceremonia, con tedéum y felicitaciones, las nuevas Bases Orgánicas, según un reglamento de ceremonial que habían publicado. Ese día la fiesta era triple: el dictador celebraba su cumpleaños los treces de junio, que era también el día de su santo. Desde el balcón principal de Palacio arrojó monedas al pueblo, cenó con 80 comensales y, rodeado de tropa, fue al teatro, cuyo cartel

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ofrecía una puesta de Un vaso de agua, de Bretón de los Herreros. Para el “pueblo” no faltaron castillos en la plaza mayor, a pesar de la lluvia, y jarros de sangría, que sacaban de una fuente de la Alameda llenada para ese objeto. Al día siguiente se publicaron las Bases por solemnísimo bando, desfiló un ejército con cerca de 6 000 de todas las armas y —para regocijo de los niños— la batería de cañones. De acuerdo con este nuevo texto, la participación política quedaba restringida al clero, al ejército, a los propietarios y a los “fabricantes” con cierto capital. Guillermo Prieto retrató escenas de ese tiempo en las que percibía una fuerte tradición colonial y observaba sus “condiciones peculiares”. Observó que siempre que se centralizaba el poder, la vida entera se refugiaba en la capital, ciudad que era fuente de empleos, favores, manantial de negocios, reunión de los más ricos, lugar de diversiones, de modas y donde más se podían ver los “adelantos y tesoros de la civilización”. Pintó a un Santa Anna rodeado de una corte con mucho brillo —aunque en los departamentos reinara la miseria y el descontento— repleta de bailes, banquetes, reuniones, juegos en San Ángel y en San Agustín de las Cuevas. En medio de tanta fiesta, algunos diputados no quitaban el dedo del renglón y fueron...

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