Auge y declive de las letras mexicanas

AutorAndrés Henestrosa
Páginas390-391
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ANDRÉS HEN ESTROS A
Y al llegar a este lugar, Fernández de Lizardi recuerda que ha levantado
el tono y la voz, y la corrige con la intervención del Sacristán, su interlocutor,
quien exclama:
“–¡Caramba, compadre! No pensé yo que sabía usted echar sus rasgos
poéticos; ello se conoce que es usted aprendicillo, pero su buen deseo discul-
pa su poca destreza…
Diga, el lector, si un hombre cuando le place escribe así, no está armado
para dar gusto a los que creen que la literatura es escribir “bonito”.
6 de mayo de 1956
Auge y declive de las letras mexicanas
El escritor Jorge Ferretis, a quien la literatura moderna de México debe más
de una novela de fondo y forma de particular perfección, acaba de manifestarse
en una declaración periodística, escéptico del renacimiento literario mexicano
de nuestros días; justamente cuando otros con similar certeza, se empeñan
en proclamar que las letras nacionales alcanzan una inusitada floración. Es-
tas que voy a citar no son sus palabras textuales, pero son parecidas y no creo
que se aparten mucho de su sentido. La literatura mexicana, dijo más o menos,
se encuentra adormilada. Los escritores nacionales tienen, para no soltar esa
idea, a la musa en ocio, muy lejos de aquella jactancia rubendariana, según la
cual cuando una musa nos dé un hijo, las otras se queden encintas. No puede
pretextarse tampoco, según Ferretis, que faltan a los escritores estímulos, por-
que aunque eso fuera absolutamente cierto, no explica su adormilamiento,
porque cuando hay tema y hay creador, lo mismo se manifiesta en la escasez
que en la abundancia.
Ya José Luis Martínez, gran estudioso de las letras patrias, y quien por
cierto en otro tiempo se manifestó poco entusiasta de su auge, ha limitado
la declara ción de Jorge Ferretis en un programa rad iofónico, diciendo que
no l a encontraba del todo acertada, recordando al efecto el gran número de
revistas literarias que han aparecido en los últimos días, lo mismo en la pro-
vincia que en la capital de la República. Y, en efecto, ése es uno de los signos
de que la literatura mexicana vive, está despierta y se acrecienta. Porque en
esas publicaciones no sólo encuentran cobijo las creaciones de los literatos

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