La ética del cambio climático.

AutorAmador Bedolla, Carlos

The ethics of climate change

Introducción

La humanidad existe en la forma anatómica actual desde hace unos 170 mil años. (1) Sin embargo, sólo desde hace unas cuantas centurias su actividad empezó a modificar el mundo en diversas escalas--atmosféricas, energéticas, acuíferas o de biodiversidad, por ejemplo--. Este proceso ha tenido el efecto adicional de acuñar el término "Antropoceno" para describir la era vigente. (2) La asignación precisa del inicio del Antropoceno ha provocado algunos debates, (3) pero se puede argumentar que la invención y el empleo generalizado de los motores de combustión es la referencia más convincente. Su desarrollo fue posible gracias a la combinación de actividades humanas que acostumbramos agrupar bajo los nombres de ciencia y tecnología; sin embargo, han influido de manera igualmente importante aquellas que agrupamos bajo el concepto de economía. El paradigma central de esta última es el crecimiento económico obligado y es, quizá, la idea que compartimos de manera más uniforme los seres humanos del momento actual: la actividad económica debe crecer año con año. Como consecuencia, la producción humana debe incrementarse. El crecimiento económico es necesario porque es la manera de subsanar las injusticias actuales causadas por la desigualdad económica. Nos encontramos ante un dilema: por un lado, el crecimiento económico es indispensable para lograr la justicia y, por otro, es insostenible y su continuación tendrá efectos desastrosos para la humanidad.

El crecimiento permanente en un ambiente limitado es imposible. (4) La Tierra es un sistema cerrado ante el intercambio de materia y es, por tanto, un sistema circunscrito. Su ingente tamaño permitió generalizar la idea del crecimiento ilimitado, sobre todo cuando éste era mucho más grande que el de la población. Ahora, en la situación en la que el tamaño de la población es comparable con el de la Tierra, en la medida en que la actividad humana produce cambios a nivel global de la biosfera, (5) la imposibilidad del crecimiento permanente adquiere importancia. Recientemente (6) se ha propuesto la idea de la transición de un mundo vacío a un mundo lleno para describir esta situación.

Los límites a los que nos estamos acercando son diversos: (7) el de la disponibilidad de energía, (8) el del agua, (9) el del alimento, (10) entre otros, respecto a los que se ha hablado con intensidad y frecuencia desde hace más de 100 años. (11) En este artículo, sin embargo, nos concentraremos en un límite relativamente inesperado (del que tenemos noticias desde hace algunas decenas de años): el producido por la generación y la liberación en la atmósfera de Gases de Efecto Invernadero (GEI), mejor conocido como cambio climático. Con interés creciente, los gobiernos de todos los países del mundo reconocen la necesidad de disminuir la producción de GEI y proponen formas para regularla, lo que ha dado lugar al surgimiento de negociaciones internacionales para discutir estas cuestiones en el marco de las cumbres de Naciones Unidas sobre cambio climático, como la de Copenhague en 2009 y la de Cancún en 2010.

El objetivo de nuestra reflexión se orienta a discutir la viabilidad de las propuestas de disminución del consumo mundial, en vista de la integración al problema de "nuevos consumidores" procedentes de los llamados países en desarrollo. Desde nuestro punto de vista, la complejidad del problema debe considerar la aguda inequidad--tanto mundial como local--en la distribución del ingreso y en la posibilidad diferencial de consumir y derrochar a la que nos enfrentamos los humanos en la actualidad.

Las cumbres de Copenhague y Cancún

La Cumbre de Copenhague se preparó durante más de 10 años, los mismos que han pasado desde el impulso dado al Protocolo de Kyoto. Ahí se reunieron representantes de primer nivel de 192 países del mundo--casi tantos como los que se registran en la Federación Internacional de Futbol Asociación (fifa), lo que confirma la importancia del evento--para decidir el futuro inmediato de la acción humana frente a la generación de gases de efecto invernadero y su aciaga consecuencia: el cambio climático. La esperanza de lo que se podría acordar en Copenhague incluía el arreglo de lo que algunos consideran "el fracaso de Kyoto" (el acuerdo que no ha firmado Estados Unidos y que Australia firmó apenas en 2007) y la atención a las alarmantes conclusiones de la reunión científica previa a la de los gobernantes, (12) de marzo de 2009 en Copenhague, la cual reveló, entre otras cosas, que la producción actual de C[O.sub.2] en el mundo excede la estimación más alta predicha, en 2001, por los científicos que integran el Intergovernmental Panel of Climate Change. La manera de fortalecer esas esperanzas fue muy variada entre la amplia gama de los participantes, pero incluía llegar a acuerdos que obligaban a ciertos países a disminuir la producción de estos gases. El acuerdo alcanzado en diciembre de 2009 fue, en cambio, uno del que "se tomó nota", pero no contiene ninguna vinculación jurídica para ningún país. En 2010 tuvo verificativo la siguiente ronda de estas negociaciones, la Cumbre de Cancún, considerada, según se vea, menos decepcionante, más exitosa o igualmente irrelevante, ya que logró que los participantes reconocieran el peligro del cambio climático y su fundamentación científica, así como la necesidad de reunir 100 mil millones de dólares en 2020 para ayudar a los países pobres a reducir emisiones y adaptarse al cambio climático. En esta ocasión tampoco hubo acuerdos para reducir las emisiones actuales.

El problema es complicado. El descenso en la generación de GEI implica necesariamente una disminución en la actividad productiva y, por ende, un declive en la actividad económica o, cuando menos, un gasto desproporcionado debido a los esfuerzos de la geoingeniería por encerrar C[O.sub.2] en pozos, mares y cavernas. Y eso no lo podemos permitir como protagonistas del siglo xxi, para quienes el crecimiento económico permanente es el paradigma, el único en el que han coincidido tirios y troyanos a lo largo de la historia reciente. Claro que existe convicción respecto a que es obligatorio disminuir la generación de GEI si queremos preservar la continuidad de la humanidad moderna o, al menos, de la sociedad moderna; lo que sigue es discutir lo que se tiene que hacer. ¿Quiénes deben pagar el mayor costo de este arreglo? Una respuesta es que lo hagan quienes han generado durante más tiempo estos gases--o sea, los países desarrollados a partir de la Revolución Industrial. Otra opción es que lo paguen los países que los producen de manera más abundante en la actualidad, aunque el primero (China) tenga más de cuatro veces la población del segundo (Estados Unidos). ¿Debemos anticiparnos a un posible futuro en el que algunos países (India, Brasil, México) producirán una cantidad considerablemente mayor de C[O.sub.2] que en la actualidad o en el pasado y cobrarles a éstos?

Comentemos de manera breve lo que se sabe acerca de la relación entre los gases de efecto invernadero y el cambio climático. Los principales GEI son el dióxido de carbono, el metano y el óxido nitroso, aunque existen varias decenas más. Estos tres gases permanecen en la atmósfera periodos variables: en promedio, el dióxido de carbono se queda 120 años, el metano 12 y el óxido nitroso 114. Juntos tienen en la actualidad un efecto radiativo--es decir, la atmósfera absorbe energía extra debido a estos gases--de más de dos watts por metro cuadrado, lo que equivale a un foco encendido permanentemente cada 50 metros cuadrados sobre el área de la Tierra. No hay duda del aumento en la concentración atmosférica de estos gases en los últimos 100 años. Si acaso, se discute su origen.

Entre quienes favorecen la interpretación de que su origen es la actividad humana, se distingue la contribución de la agricultura en la generación de óxido nitroso, de la ganadería en la generación de metano y de los combustibles fósiles en la generación del dióxido de carbono. Si se combina esto con el hecho de que la humanidad obtiene 88 por ciento de la ingente cantidad de energía que consume (14 terawatts por año (13)) a partir de la combustión de...

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