Raúl Arroyo. Derechos humanos: entre la realidad y la utopía
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Sin un ánimo triunfalista veo un saldo positivo: logramos una reingeniería de la comisión mediante un plan institucional de desarrollo, para colocarla en una situación acorde con las exigencias que hoy se presentan en la defensa de los derechos humanos; propusimos y logramos la actualización de los ordenamientos legales de la materia; bajamos el tratamiento de los derechos humanos al municipio; consolidamos un cuerpo jurídico altamente calificado; innovamos la promoción utilizando la tecnología y las redes sociales, e iniciamos las actividades de investigación y relaciones internacionales. En lo administrativo, ahora trabajamos con estándares internacionales certificados, establecimos el servicio profesional de carrera e iniciamos el trabajo en oficinas virtuales. Puedo decir que fue una gestión innovadora.
Las limitaciones presupuestarias imposibilitaron el crecimiento institucional, tanto para la atención regional —es decir, no pudimos aumentar el número de visitadurías— como para los programas de promoción, que no crecieron en cobertura ni se diversificaron.
Las hubo, sí. Enfrentar al poder no es sencillo; aunque el objetivo haya sido acompañarlo para que no violentara los derechos humanos, esto no siempre se logra. Y cuando es así hay que actuar, sin ambigüedades, sin titubeos; de otra manera el mandato pierde legitimidad. En esto hay que trabajar mucho, hasta que los servidores públicos entiendan que una recomendación no los demerita; por el contrario, les da la oportunidad de corregir los yerros; y antes que eso, lograr en el servicio público la convicción, más que la obligación, de un actuar limitado por los derechos humanos.
Los veo en dos planos: hay una importante evolución en cuanto a su tutela con la reforma constitucional de 2011, que los colocó como la prioridad del Estado mexicano. Pero cuando...
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