Aristoteles y la prueba de que el ser no es un genero (Metafisica III 3).

AutorZingano, Marco

Como es bien sabido, en el tercer libro de la Metafísica, Aristóteles presenta una prueba de que el ser no es el género supremo de todo lo que es, como tampoco el uno lo es. Esta prueba parece gozar de una posición central, pues sirve de fundamento a la tesis básica de la metafísica aristotélica con respecto a la difusión originaria e irreductible del ser en sus diferentes categorías. En este ensayo deseo analizar las pretensiones de esta prueba y el modo como Aristóteles intenta alcanzar su objetivo.

I

La prueba se encuentra en III 3 998b22-28, en lo que se ha convenido en llamar la séptima aporía. He aquí el texto:

No es posible ni que el ser ni que el uno sean un género único de los seres, pues, por un lado, las diferencias de cada género necesariamente son y cada una es una; por otro lado, es imposible que las especies del género o que el género, aparte de sus especies, se prediquen de las diferencias mismas, de suerte que si el uno o el ser fueran un género, ninguna diferencia sería un ser ni sería una. Sin embargo, si entonces el ser y el uno no son géneros, tampoco serían principios si los géneros fueran principios. No hay grandes problemas con este texto. El manuscrito Ab simplifica la primera frase así: "no es posible ni que el uno ni que el ser sean un género"; el manuscrito E, por su lado, crea un paralelismo en las líneas 24-26: "o que las especies aparte del género o que el género aparte de sus especies" ([TEXTO IRREPRODUCIBLE EN ASCII]), lo cual, sin embargo, no afecta el desarrollo de la prueba. (1) La segunda parte de la explicación se refiere al género sin sus especies porque, como se dice en la primera, si las especies del género no se predican de las especies, es muy posible que el género tampoco se predique, ya que de manera subrepticia traería consigo sus especies; la cláusula busca evitar esta posibilidad y con ello enfatiza que el género es, de suyo, lo que no se predica de las diferencias. (2) La última frase necesita una interpretación. Literalmente nos dice que si es verdad que los géneros son principios, entonces el ser y el uno no son principios porque no son géneros. A todas luces, tal interpretación es demasiado endeble para asegurar el resultado esperado, pues el ser y el uno podrían ser principios, incluso no siendo géneros, siempre y cuando elementos que no son géneros sean principios (lo que, según parece, no se excluye en el argumento). Sin embargo, en la aporía anterior, directamente ligada a ésta, se formula el problema de saber si el principio o bien es el género, o bien son los elementos de que están constituidas las cosas. Desde el punto de vista de las cosas, los elementos que las constituyen parecen ser sus principios, lo que llevaría a tomar el elemento material como el principio último de todas las cosas; lo anterior implicaría la exclusión del género. Pero, desde el punto de vista de la definición, es decir, de la fórmula que muestra la esencia de una cosa, es el género lo que, ante todo, parece ser el principio de las cosas (pues, por lo menos --dice Aristóteles--, los géneros son principios de las especies, 998b8). (3) Por otra parte, al tomar este último cuerno del primer dilema y pasar así a la séptima aporía, falta por saber si, estando los géneros identificados con los principios, son principios los géneros más altos o aquellos que lindan con los particulares. En la aporía anterior, la sexta, [TEXTO IRREPRODUCIBLE EN ASCII] designaba a todo universal, al abarcar indistintamente los géneros y las especies; en la séptima, es preciso distinguir, dentro de los [TEXTO IRREPRODUCIBLE EN ASCII], los géneros primeros, los más altos (en este caso, el ser y el uno), de los universales inmediatamente bajo los cuales encontramos a los individuos, esto es, a las [TEXTO IRREPRODUCIBLE EN ASCII] o infimae species. La expresión que Aristóteles emplea para estas últimas es [TEXTO IRREPRODUCIBLE EN ASCII] (998b15-16), "los términos últimos predicados de los particulares". Éstos son los candidatos adecuados en la perspectiva aristotélica; el argumento en 998b22-28 busca obstaculizar la candidatura de los géneros superiores. En este contexto debe leerse la frase final "si los géneros fueran principios", es decir, acepto que los géneros asuman el dominio entero de los principios.

El libro XI, en cuyos primeros capítulos se presentan los libros III, IV y VI con una redacción distinta, nos ofrece en 1 1059b31-34 el siguiente texto de la prueba en cuestión:

Si se postulara que éstos [i.e., el ser y el uno] son géneros, en la misma medida en que las diferencias participan necesariamente de ellos y ninguna diferencia participa del género, parece que no debe postularse que son géneros o principios. De nuevo no hay ninguna variante importante del texto, salvo que en la apódosis figura un [TEXTO IRREPRODUCIBLE EN ASCII], que desaparece en la paráfrasis del pseudo Alejandro y que motivó a christ, en la edición Teubner, a proponer en su lugar un [TEXTO IRREPRODUCIBLE EN ASCII]; sin embargo, como observa Jaeger en su aparato crítico, "frequens est usus particulae [TEXTO IRREPRODUCIBLE EN ASCII] in apodosi apud Aristotelem" [es frecuente en Aristóteles el uso de la partícula [TEXTO IRREPRODUCIBLE EN ASCII] in apódosis], de modo que se puede mantener el texto transmitido por los manuscritos. En consecuencia, el ser no es un género, lo que deja la puerta abierta a la tesis metafísica con la cual se inaugura el aristotelismo; a saber, que el ser está originariamente difuso en las categorías, ellas mismas irreductibles unas a las otras en su calidad de géneros supremos. Aristóteles, como se sabe, deberá controlar este carácter difuso por medio del concepto de unidad focal de significación: la sustancia ([TEXTO IRREPRODUCIBLE EN ASCII]) ocupa el lugar central y funciona a partir de allí como el ser primero (VII 1 1028a30:) [TEXTO IRREPRODUCIBLE EN ASCII] en la medida en que todos los demás seres hacen referencia en sus definiciones (o en aquello que hace las veces de sus definiciones) (4) a la sustancia. Al unificar, por medio de la significación focal, la difusión del ser en sus categorías, Aristóteles por fin estará en posibilidades de proponer una metafísica general, una ciencia de todo lo que es en cuanto que es, al mismo tiempo que sustenta la difusión originaria del ser en las diferentes categorías o géneros supremos del ser.

Imposibilitar que se tome al ser como un género forma parte, entonces, de la estrategia aristotélica para sustentar su propia metafísica. En este sentido, en II 7 de los Segundos analíticos, Aristóteles vuelve a afirmar que el ser no es un género (92b14: [TEXTO IRREPRODUCIBLE EN ASCII]). El tema se aborda también en los libros centrales de la Metafísica. Como todo lo que es es y es uno, cada una de las categorías en que se divide el ser "inmediatamente es una, y también es" (Met. VIII 6 1045b5-6), no como si participasen del uno y del ser porque fueran sus géneros supremos, sino por el hecho de que el ser y el uno se difunden primero que nada en cada una de las categorías. De este modo, ni el ser ni el uno aparecen en sus definiciones. Si figuraran en una definición como género de algo, entonces la definición estaría mal formulada, pues el ser y el uno se atribuyen a todo lo que es (Tópicos IV 1 121a17-19) y, por consiguiente, no establecen distinción alguna. A veces, sin embargo, Aristóteles articula a partir de su propia posición su crítica al ser como género supremo y principio de todo lo que es. En efecto, en Metafísica VII 16 dirá que el ser no puede ser la esencia de las cosas (1040b18-19: [TEXTO IRREPRODUCIBLE EN ASCII]), porque, como demostró en VII 13, ningún término universal puede ser sustancia; ahora bien, el ser es universal por excelencia, puesto que se dice de todo, y, por lo tanto, precisamente su naturaleza universal le impide ser la esencia de algo. (5)

El argumento no tuvo una recepción muy favorable. En su comentario sobre la afirmación de Segundos analíticos II 7 de que el ser no es un género, Jonathan Barnes señala que "Aristóteles ofrece en Met B 3, 998b22-7, un argumento malo y parco en favor de esto." (6) De hecho, esta actitud negativa ya se había presentado en la Antigüedad. Alejandro de Afrodisias, al caracterizar el argumento central --a saber, que el género no se predica de sus diferencias--, escribe que parece ser "verbal", en el sentido negativo de un vaniloquio (206, 13-14: [TEXTO IRREPRODUCIBLE EN ASCII]). En el mismo tenor, Siriano añade que el argumento respecto de las diferencias es "confuso" (32, 40: [TEXTO IRREPRODUCIBLE EN ASCII]). No obstante, la prueba parece concernir a un asunto crucial de la doctrina metafísica de Aristóteles; ¿cómo pudo haber errado tan manifiestamente a este respecto?

Conviene examinar con mayor detenimiento lo que dice Alejandro, quien presenta dos argumentos para fundamentar su posición. En el primero, sostiene que hay casos en los cuales el género se predica de las diferencias; en efecto, si las tomamos como cualidades, podemos predicar de ellas el género "cualidad" del cual son las especies: "de este modo el género se predicaría de sus diferencias mismas" (206, 19). En el segundo argumento, concediendo en principio que puede suceder que el género próximo de algo no se predique de las diferencias --por ejemplo, cuando se trata de algo que es compuesto (como "animal" es "ser vivo sensible")--, si bien la diferencia es simple, aun así el género superior, la "sustancia", se predicaría del género y también de la cualidad. Sin embargo, ni uno ni otro argumento son convincentes. con respecto al primero, Aristóteles no niega que las cualidades, tomadas en sí mismas, correspondan a un género; por el contrario, el mismo Aristóteles se refiere expresamente a los géneros de las diferencias, [TEXTO IRREPRODUCIBLE EN ASCII] (Met. VIII 2 1042b32), que serían diversos tipos de cualidades, por lo que todos ellos se deben subsumir en el género superior de la cualidad. No obstante, el meollo aquí es que...

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