Un apurado trance

AutorAndrés Henestrosa
Páginas187-188
Un apurado trance
Uno de los documentos que mejor idea dan de Joaquín García Icazbalceta, con-
siderado como historiador, es la Carta que acerca del origen de la imagen gua-
dalupana escribió a Joaquín Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos, en 1883,
y publicada tres años después. Sucedió que José Antonio González solicitó del
Arzobispo la licencia necesaria para publicar su apología de las Apariciones de
Nuestra Señora de Guadalupe, y Labastida y Dávalos trasladó el manuscrito
a García Icazbalceta, a fin de que emitiera su opinión al respecto, pero éste
lo devolvió inmediatamente, arguyendo que no era ni teólogo ni canonista. El
Arzobispo insistió diciéndole que se la pedía por cuanto a historiador y que se
lo rogaba como amigo y se lo mandaba como prelado. Puesto en aquel trance en
abierta contradicción con sus creencias, pero dispuesto a servir a la verdad his-
tórica, García Icazbalceta tras de una brillante argumentación que lo ponía en
paz con sus conciencias, examinó históricamente el capítulo de las apariciones y
las negó abiertamente. La Carta pasó por los ojos de muchas personas ilustradas
y aun circularon muchas copias de ella. José María de Agreda y Sánchez, quien
la tuvo en su poder varias veces y sacó copia de ella, instó a don Joaquín a que la
publicara, pero el autor respondió siempre que no tenía vocación de mártir para
provocar las iras de los aparicionistas. Sin embargo, no faltó quien se procurase
una copia, la tradujera al latín y la publicara en un folleto, sin fecha ni lugar de
impresión. Y a partir de entonces alcanzó varias ediciones, todas infieles, hasta
que en 1896, dos años después de la muerte del autor, y antecedido de una Ad-
vertencia anónima, se dio a conocer el texto íntegro y original de don Joaquín.
Católico soy, aunque no bueno, decía sobrecogido el señor García Icazbal-
ceta. De todo corazón quisiera yo que un milagro tan honorífico para nuestra
patria fuera cierto, pero no lo encuentro así; y si estamos obligados a creer y pre-
gonar los milagros verdaderos, también nos está prohibido divulgar y sostener
los falsos. Creyó de niño en las apariciones, en la verdad del milagro, pero un día
dudó, y recurrió a las Apologías para reforzar su fe, pero el resultado fue adverso:
las dudas se convirtieron en certeza. Con razón decía en alguna parte Miguel de
Unamuno que el estudio de la teología suele conducir a la herejía y a la incredu-
lidad. Así don Joaquín; de profundizar en la historia eclesiástica mexicana dio en
la negación del milagro guadalupano, sin por eso dejar de creer en los milagros.
Y aunque rogó con todo encarecimiento a don Pelagio Antonio de Labastida y
Dávalos que aquel escrito, hijo de su obediencia, no se presentara a otros ojos ni
AÑO 1953
ALACE NA DE MINUCI AS 187

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR