Apuntes sobre la paz hasta el sitio de Puebla en marzo de 1856

AutorJosé María Lafragua
Páginas61-93
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echa la paz, volvi a México, en junio. A fines de 1848 fui
reelecto senador por Puebla. Durante ese año y en 1849
no ocurrió cosa notable relativa a mí: apoyé al gobierno siem-
pre, excepto en las facultades extraordinarias de Piña y Cuevas,
presenté de nuevo el proyecto de garantías individuales que,
en 1847, había presentado al Congreso y que, modificado y
largamente discutido, se aprobó y quedó durmiendo en la otra
Cámara, hasta que yo lo di como parte del Estatuto en 1856.
A principios de 1850 comenzó a agitarse la cuestión de la
presidencia: Otero insistía en Elorriaga; Cardoso, en mí; yo,
en Pedraza. Navarro proponia a Trías y Comonfort e Ibarra,
a Almonte. Éste, que trabajaba con delirio en su negocio, pro-
puso la reunión de una junta para uniformar el partido liberal.
La componíamos Almonte, Yáñez, Otero, Ibarra, Comonfort,
Cardoso, Navarro, Godoy y yo. En ella, después de varias dis-
cusiones sobre el programa que debía adoptar el partido li-
beral, convenimos en que cada cual formase uno, que los
puntos en que conviniera la mayoría, quedarían resueltos, y
que, de los demás, se formaría un plan que se discutiría. Así se
hizo por todos, menos por Cardoso, quien, en castigo, fue co-
misionado para redactar el programa completo. Se discutió y
APUNTES DESDE LA PAZ HASTA
EL SITIO DE PUEBLA EN MARZO
DE 1856
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aprobó éste y se acordó que se remitiese a los gobernadores
en nombre de la junta. Por supuesto que nada se había ha-
blado sobre la elección de presidente, pues esperábamos, para
tratar ese punto, oír la opinión de los gobernadores, a fin de
uniformar verdaderamente el partido liberal contra el conser-
vador, que trabajaba con empeño.
El 31 de mayo murió Otero, y el día misma de su entierro,
en el panteón de San Fernando, me dijo Ibarra que tanto él
como Comonfort estaban por Pedraza. Extrañé aquel cambio,
y entonces Ibarra, visiblemente irritado, cosa inaudita en él,
me dijo que Almonte había querido servirse de ellos como
instrumentos y que al mismo tiempo que celebraba juntas con
nosotros, estaba en relaciones con el club de los puros, por
medio de Del Río, Alcalde y Moncada, y que por tal motivo
él y Comonfort habían variado. Convenimos, pues, en traba-
jar por Pedraza y yo escribí a Ceballos y a varias personas de
Guanajuato y Jalisco. Pero en el curso de aquel mes fatal, todo
cambió para mí. La muerte de la señorita Escalante me mató
moralmente, y desde el 24 de junio no volví a pensar en la
política. Para colmo de males, el inestimable Domingo Ibarra
murió también el 19 de julio, con lo que quedó de hecho di-
suelto el núcleo del partido moderado.
Hacia el mes de agosto, vi publicado, en un periódico de
Veracruz y en otro de la capital, nuestro programa: en ambos
se decía que era el programa de Almonte, cuya candidatura
sostenían aquellos periódicos. La superchería y el abuso no po-
dían estar más de manifiesto: Almonte había repartido como
suyo el programa de todos. Si mi espíritu hubiera estado más
tranquilo, habría yo publicado la curiosa historia del programa.
En ese mismo año de 1850, ocurrió otro incidente muy triste
para mí. El día 22 de junio me hallaba en la casa de Escalante,
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cuando recibí un oficio del juez Contreras citándome a la di-
putación en el acto. No estando yo en continuo ejercicio de la
abogacía, era extraña la cita, mucho más a la hora y en medio
de un fuerte aguacero. Sospeché luego la verdad: el asesino de
Cañedo1me había nombrado su defensor. Contreras me dijo
que el pobre Avilés se había empeñado en que lo defendiera,
pues me conocía, por haberme servido la mesa varias veces
en el cuarto del general Mendoza. Acepté. Fui en seguida a
la casa de Lola,2la instruí del negocio y me fui a comer con
Villaseñor, a quien encontré atacado fuertemente del cólera.
A las diez de la noche me llevaron la causa: yo estaba cu-
rando al enfermo, y Lacunza3dijo al escribano que volviese
al día siguiente. El 23 a las 9 de la mañana pasé de la cama
de Villaseñor, todavía en grave peligro, a la de Lola, atacada
también del cólera. En la tarde recibí la causa, que firmé al pie
de aquella cama y con la misma pluma de la mujer que ama ba.
El 24… Todo estaba perdido... En la noche, obligado por el
deber, leí la causa, pero, no teniendo verdaderamente cabeza
para pensar en cosa alguna, instruí al juez de mi desgracia y
1Juan de Dios Cañedo (1786- 1850). Canciller mexicano. Siendo abogado
participó en la elaboración de la Constitución de Cádiz. Al declararse la
Independencia de México, se unió al movimiento y luego fue nombrado
diputado y senador en varias ocasiones por Jalisco. Fue embajador en
Sudamérica y Europa. Fue asesinado en su hotel en la ciudad de México.
2Dolores Escalante (1823-1850), prometida de José María Lafragua.
3José María Lacunza (1809-1869). Político y diplomático. En 183 6 fue uno
de los fundadores de la Academia de San Juan de Letrán. Formó parte de
la Comisión del Congreso enviada a Querétaro para la firma de los Tra-
tados de Guadalupe-Hidalgo. Al término de la Invasión estadounidense,
fue ministro de Relaciones Interiores y Exteriores en el gabinete de Herrera,
de mayo de 1849 a enero de 1851, y ministro de Estado, de abril a mayo de
1867, en el de Maximiliano. Al triunfo de la República fue desterrado.

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