La anticonstitución

AutorJosé C. Valadés
Páginas365-403
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Capítulo VIII
La anticonstitución
LA XXVI LEGISLATURA
Aunque sin un partido político contrario, con la fuerza necesaria y
considerada para disputarle el poder público y nacional que había
ganado, primero por medio de las armas; después, como conse-
cuencia de una de las más altas y voluntarias expresiones popula-
res, el maderismo, al entrar el segundo semestre de 1912, estaba
cierto de que la juventud porfirista, asociada a los viejos amigos del
general Díaz, esperaba una oportunidad, una sola oportunidad, para
intentar rescatar el gobierno de la República del que se creía here-
dero; porque, en la realidad, para llegado ese caso, la había querido
preparar don Porfirio.
Esa juventud, no estaba —por lo menos en la apariencia— orga-
nizada ni poseía caudillos visibles. Esto no obstante, no engañaba
a las autoridades de la República ni a sus apetitos vivía ajeno el
presidente Madero; y si éste no hacía espiar todos los movimientos
de tal gente, no por ello descuidaba la importancia de esa juventud
que sin mucho recato hablaba mal del gobierno o se dedicaba a la
conspiración.
Ahora bien: si Madero no se servía de la persecución o de la re-
presalia, para tener a los jóvenes conspiradores o desafectos a raya,
no era por debilidad ni por descuido, sino por considerar las incon-
veniencias de proceder a manera de que el país se sintiera bajo los
efectos que siempre producen los estados de alarma. Además, el
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José C. Valadés
presidente temía que cualquier acto persecutorio diese lugar a los
abusos que generalmente comete la policía cuando los gobernantes
quieren acudir o acuden al terrorismo de Estado.
Por otro lado, los rumores de que los viejos y jóvenes porfiris-
tas o admiradores del gobierno de “mano dura” andaban en los
primeros pasos a fin de preparar un golpe de Estado, no sólo eran
del dominio oficial y popular, antes también de diplomáticos ex-
tranjeros que, como el embajador de Estados Unidos, se mostra-
ban osados al hacer comentario y juicio sobre la situación política
y militar del país.
Y tanta era la intrusión que los diplomáticos extranjeros acre-
ditados ante el gobierno de México pretendían en los negocios
mexicanos, que el embajador norteamericano Henry Lane Wilson,
con audacia insólita y abusando de todos los derechos que las re-
glas diplomáticas conceden a los plenipotenciarios, pretendió que
el ministro de Relaciones Exteriores, Pedro Lascuráin, quien susti-
tuía a Manuel Calero nombrado embajador en Washington, le dije-
ra si el gobierno de México estaba o no en condiciones de dominar
la situación del país o de lo contrario admitiera que era incapaz de
hacerlo.
A ese ambiente pesimista y contrario a los intereses, tranquili-
dad y estabilidad del gobierno y de la sociedad, contribuía, como
ya se ha dicho, la pronta descomposición política observada en el
seno del Congreso de la Unión; pues apenas instalada la XXVI Le-
gislatura nacional y organizado que fue un agrupamiento parla-
mentario llamado Liberal Renovador, constituido por diputados
maderistas, empezó, de un lado, la desorientación de los partida-
rios de Madero; de otro lado, la aglutinación de todos los descon-
tentos capitaneados por el bando portirista quienes, si no se atre-
vían a tomar el nombre, de porfiristas, no por ello dejaban de poner
como ejemplo las ventajas de una paz “acreditada y ennoblecida
por don Porfirio Díaz”.
Caricatura elaborada por Ernesto García Cabral, publicada en Multicolor, 18 de
mayo de 1911

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