La antiautoridad

AutorJosé C. Valadés
Páginas11-83
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Capítulo XI
La antiautoridad
LA VIOLENCIA COMO SISTEMA
Si no la Ciudad de México, donde el hilo de los sucesos que prece-
dieron la subversión del orden y el asesinato de Francisco I. Madero
y José María Pino Suárez, formó una urdimbre enmarañada, cruenta y
criminal, pero de todas maneras explicable, sí la República quedó estu-
pefacta con la tragedia del 22 de febrero.
Sin más guía que la conciencia, puesto que Madero no tuvo tiem-
po para hacer y determinar la herencia a las personas individuales,
como proceden los caudillos de los partidos políticos, el país, a partir
del momento de conocer la suerte del presidente y vicepresidente de
México, no poseyó más arma ni más palabra, para repugnar el acon-
tecimiento, que una interjección: ¡Crimen!
La voz significaba asombro y dolor. También revelaba un
amenazante estado de ánimo. El hecho de hablar de crimen, que-
ría decir que quienes ejercían la autoridad eran criminales; y lo
mismo advertía que el alma de la paz estaba convertida en alma
de la violencia. Ésta, porque el país estaba seguro de que a la
autoridad del general Victoriano Huerta no le quedaba otro ca-
mino, después de haber transgredido todas las leyes naturales y
positivas, que el camino de la violencia. Y para aquella autoridad su-
prema, ganada por Huerta a fuerza de armas, no se le presentaba
otro medio de vivir que el uso de todos los medios atropellados.
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José C. Valadés
Además, el fondo de la contrarrevolución era el establecimiento
de un gobierno a semejanza del porfirista; y como el vulgo atribuía
el triunfo de los 30 años precisamente a la función violenta de la
autoridad, los adalides de la Ciudadela, primero; los del huertismo,
después veían con extremada naturalidad y como cosa necesaria,
la aplicación de todo el rigor autoritario, de manera que la Repú-
blica sintiera sobre ella la amenaza del castigo. La idea, pues, de
gobernar castigando, que se atribuyó siempre al general Porfirio
Díaz, era el meollo de los soldados y civiles victoriosos en la Ciu-
dad de México.
La fórmula, sin embargo, era tan falsa como peligrosa; más esto
último que lo primero. Y peligrosa, porque si creía que con ella no
había sujeto que se atreviese a promover la lucha contra la autori-
dad, la realidad era que la autoridad fijaba una competición de la
Soldados en descanso durante la Decena Trágica
Armamento en la Ciudadela, febrero de 1913

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