Ambientes culturales, mundos mediáticos y nuevos medios o la totalidad y el orden implicado

AutorHéctor Gómez Vargas
CargoDoctor en ciencias sociales por la Universidad de Colima. Profesor e investigador de la Universidad Iberoamericana, campus León. Correo electrónico: «hector.gomez@leon.uia.mx»
Páginas97-120

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Apertura

Ante la situación de las ciencias sociales, Immanuel Wallerstein ha expresado en varias ocasiones la necesidad de cambiar las ópticas profundas con las que han venido trabajando por mucho tiempo, aquellas que guiadas por los principios de la física de Newton han buscado un mundo estable, fijo, permanente. La propuesta de Wallerstein ha llegado a ser la de "impensar las ciencias sociales", es decir pensar un mundo inestable, discontinuo, incierto; mirar lo que han venido haciendo las ciencias de la complejidad y los estudios culturales (Wallerstein, 2001).

El objetivo de este artículo es simple y complejo a la vez. Simple, porque pretende hallar una serie de relaciones sobre el mundo que ha ido apareciendo a partir de que los principios de la física cuántica, las ciencias cognitivas y el pensamiento complejo, se van materializando y formando entornos culturales y cognitivos, y esto se relaciona con la aparición de los nuevos medios de comunicación, aquellos que han Año 1, número 2, junio, 2005, pp. 97-120

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propiciado una convergencia entre los medios tradicionales con las nuevas tecnologías de información. Complejo, porque no es fácil hacer equivalencias de distintos órdenes como los que aquí se presentan, y porque no todo queda explicado sólo por ellos.

Simplemente son reflexiones basadas en lo expuesto por distintos autores, buscando conexiones que permitan entender cómo nuestro mundo se torna complejo, cómo el pensamiento científico nuevo se vuelve un ambiente cultural y cómo los medios pueden ser pensados desde estos enfoques. Para ello he dividido el trabajo en dos partes. En el primero abordo, de manera principal, algunos postulados de la física cuántica, de los trabajos cognitivos y los sistemas emergentes. En la segunda parte abordo los aspectos culturales, en el sentido de que el mundo ha cambiado y cómo lo podemos observar y cómo estudiarlo por sus contextos, por sus entornos y ambientes.

La totalidad y el orden implicado

La lógica borrosa empieza donde termina la lógica occidental.

BART KOSKO, Pensamiento borroso

Hubo un tiempo, que coincide con los inicios de la modernidad y de la ciencia clásica, la newtoniana, donde había un mundo y un modo de conocerlo. La totalidad cabía en ese conocimiento: el universo, la vida, el hombre, la sociedad. El universo es una máquina y cada elemento es un engranaje de la totalidad. Sin embargo, la nueva física, la no clásica, que comienza con la teoría de la relatividad, sigue con la física cuántica y avanza con la teoría del caos, los estados disipativos y otras más, muestran que la totalidad también puede ser diferente. El universo parece un holograma, y cada parte es un fractal. La diferencia está en las implicaciones de la concepción de orden para cada tipo de física: para la clásica es un orden plegado, cerrado, estable, inmutable, mientras que para la no clásica es un orden desplegado, abierto, inestable, mutable (Bohm, 1988).

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Con los cambios de percepción de la realidad de la ciencia no clásica y el desarrollo tecnológico que llega con ella, los cambios en el mundo parecen entrar igualmente en otra lógica, y otros mundos aparecen: mundos dentro de mundos.

Nubes

El físico Ilya Prigogine en Las leyes del caos (1999) recordaba que Karl Popper tenía una manera de expresar la diferencia entre la física clásica y la física no clásica: la primera trabaja con relojes, la segunda con nubes. La imagen es sugerente pues señala algunas de las concepciones de ambos tipos de físicas, donde cada una presenta un escenario distinto no sólo de la intervención del tiempo y el espacio, sino de los elementos, fuerzas, relaciones y dimensiones de la manera como se manifiesta la realidad (Feynman, 1995).

La imagen del reloj se refiere a un mundo cerrado, completo, estático, con un movimiento lineal, sucesivo; gobernado por leyes, estructuras estables y permanentes donde cada elemento únicamente encuentra su lugar y realiza una función particular. Mundo estable, sólido, regular, donde el tiempo no interviene sino de manera secundaria, con formas que permanecen invariables o vigentes durante mucho tiempo. Mundo donde el azar, la novedad, no aparece, simplemente el movimiento perpetuo y circular, el silencio continuo, el ritmo invariable. Por su parte, las nubes se refieren otras cosas: mundos que aparecen y en instantes se disuelven para adquirir nuevas formas, las cuales no siguen un patrón uniforme, lineal, continuo, sino un permanente movimiento que puede tener ritmos diversos.

Al incluir el factor tiempo como un elemento fundamental, lo que se hace evidente es la magnitud de realidades y objetos no estables, disipativos, que componen el universo y las maneras como sus lógicas permiten entender otros niveles de su manifestación. Un punto clave es que la trayectoria, la secuencia lineal, del reloj, se abandona para trabajar las distribuciones y en particular las propiedades del operador de la evolución (Prigogine, 1999: 50) y, por tanto, lo que aparece con ello es la irreversibilidad y la amplitud de probabilidades, y no el determinismo

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y el tiempo reversible, como lo hace la física del reloj. La atención se coloca en "la emergencia de lo nuevo, y por consiguiente de su propia actividad creadora" (Prigogine, 1999: 9). El mundo visto desde las nubes se vuelve sorprendente y extraño para quien lo mira desde el reloj: las nubes se autorganizan y generan conocimiento de sus propias trayectorias.

Mentes

Cuando incluimos los relojes y las nubes, la visión se amplía, no desaparecen las realidades de una u otra física; pues como expresa el pensamiento borroso, ambas son polos de una graduación diversa de cómo se manifiesta la totalidad, el universo, y ambas dan una visión de conjunto, de una totalidad constituida por diferentes niveles, de creciente complejidad, con organizaciones y dinámicas propias, pero interconectadas, interdependientes. En cada una de ellas, la materia se pliega o se despliega (Bohm, 1988), pero sigue siendo materia, en diferentes grados de manifestación y acción, que va de lo más sutil a lo más denso. La materia, la totalidad, parece estar conformada por un principio de organización de diferentes niveles de manifestación. Esta visión es consecuencia, entonces, de cambios en la comprensión científica de la materia, pues como expresa David Peat (1988: 177) "se ha extendido constantemente para incluir formas nuevas y cada vez más complejas".

Durante mucho tiempo hubo una relación estrecha entre la física clásica y la concepción de la actividad cerebral y de la mente. De una o de otra manera, se buscaba y se explicaba el cerebro como una máquina, un reloj, y la actividad mental que emanaba de ella tenía las mismas improntas. Algunas corrientes de la psicología son un reflejo de ello. Sin embargo, la cibernética y las ciencias cognitivas, que tanto han replanteado el mismo acto de conocimiento como el proyecto de máquinas y tecnología que genere conocimiento (Dennett, 1989), han ido haciendo evidente que hay otras maneras de concebir a la mente.

Un punto importante es el hallazgo de la física cuántica de que la materia está formada por átomos, los cuales están formados a su vez de variaciones de energía e información. La diferencia entre un tipo de átomo y otro se debe a la distribución y a la cantidad de impulsos de energía e

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información. Ambas son la base de todo lo material, es la forma como adquiere una estructura, y esto llevó a los físicos de la cuántica al mundo inasible del mundo mental, de las ideas (Heissenberg, 1998).

Las concepciones del cerebro y de lo mental fueron cambiando radicalmente. Por un lado, la imagen del cerebro y su actividad pasó del órgano a un sistema viviente. Por otro lado, una tendencia multi-disciplinar, donde físicos, psicólogos, neurólogos, filósofos, comenzaron a dar otras imágenes del cerebro y lo mental. Entre ellas destacamos la propuesta de que así como la realidad del cosmos actúa de manera hologramática, el cerebro y la actividad mental lo hacen igualmente, donde el cerebro deja de ser visto a través del empleo de cristales como lo hacía la física clásica para obtener representaciones, al empleo de espejos para obtener quantos de información y energía, como lo hacen los fractales.1

Por su parte, las ciencias cognitivas, inspiradas en la actividad de las neuronas, fueron desembocando en la construcción de tecnología que tratara de imitar la acción del cerebro humano, y luego el desarrollo inusitado de esta tecnología conformó una relación rizomática con la comprensión del mismo cerebro y de la actividad cerebral (Boden, 1994). La imagen de las neuronas cerebrales permitió la construcción de las primeras computadoras, y estas computadoras dieron las metáforas necesarias para comprender de otra manera la actividad mental. Computar fue un equivalente de la acción mental: procesos para almacenar símbolos y significados. Los procesos simbólicos fueron las primeras pautas para comprender la actividad mental, donde se incluía la interacción de los distintos componentes del cerebro humano para almacenar y procesar información. La lógica era la pauta para comprender el proceso cognitivo. Después se cambió la visión y fue la conexión una evolución en la concepción de la actividad mental, donde se concebía que la actividad del cerebro se daba más por procesos de autorganización, por una interconexión masiva y distribuida por todo el cerebro, más que por su localización en lugares específicos del mismo, actuando en entornos locales de los cuales emergía el conocimiento. Esto implica que el conocimiento se da por reacciones a entornos locales, procesos

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de interacción cerebral que se autorganizan, forman redes varias para propiciar emergencias cognitivas. Estas concepciones avanzaban al...

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