¿Alucinación?

AutorAndrés Henestrosa
Páginas256-257
256
ANDRÉS HEN ESTROS A
¿Alucinación?
El joven poeta Enrique González Rojo, que ahora lee, si es que no relee, porque
es un ávido lector y le son familiares todas las literaturas, hasta la mexicana, lo
que ya es un buen signo, ha descubierto en el Ulises criollo de José Vasconcelos
una página en la que se hace la descripción de un fenómeno óptico que, si no
fue un caso de alucinación colectiva, no puede ser otra cosa que una lejana
visión, la primera entre nosotros, de lo que el mundo de nuestros días conoce
con el nombre de “platillos voladores”, o platívolos, y que a tantas hipótesis se
prestan, siendo para muchos los equivalentes de la aviación de otros planetas,
de Venus y de Marte, se dice.
Ulises criollo debe haberse publicado en junio de 1935, y se refiere en su pri-
mera parte a la niñez de Vasconcelos, al tiempo de oro en que era un retozo en
el regazo materno. El capítulo aludido es de los primeros y se titula “¿Alucina-
ción?” Diez años escasos tenía el autor por aquellos días, pero el espectáculo fue
de tal modo sorprendente, peregrino y extraño que el hombre no pudo olvidarlo,
y al referirlo cerca de medio siglo más tarde, su pluma se llena de temblor, ni
más ni menos que su cuerpo y su alma temblaron aquella mañana fronteriza.
Por la descripción que en seguida se inserta, los lectores podrán ver que
coincide en todas sus partes con las que han leído acerca de este fenómeno
que ahora intriga al mundo. Vasconcelos al referir el prodigio prefiere no dar
crédito a sus sentidos, y se pregunta si aquello no fue una alucinación colec-
tiva. Sin embargo, su testimonio, producido hace cerca de veinte años, viene
a reforzarnos en la certeza de que el fenómeno se produce en nuestros días
y que no son devaneos y fantasías, ni signos que anuncien manifestaciones
sobrenaturales. Lejos de la visión vasconceliana, ni de su probable significado,
de aquella pregunta que un día formuló ante mi asombro un amigo que yo tuve,
fantasioso genial: “¿Quién nos dice, Andrés, que el arco iris no es un mensaje
de Marte que nosotros no podemos traducir?” He aquí el texto prometido:
“Regresábamos de un paseo ‘al otro lado’. La mañana estaba luminosa y tibia.
Leves gasas de niebla borraban el confín, se esparcían por la llanura. Serían las
11 de la mañana y comenzaba a quemar el sol. Desde el pueblo contemplábamos
la margen arenosa, manchada de grama y mosquitos, cortada de arroyos secos.
En suave ondulación baja el terreno hacia la cuenca del río que corre manso. De
pronto, nacidos del seno humoso del ambiente, empezaron a brillar unos puntos
de luz que avanzando, ensanchándose, tornábanse discos de vivísima coloración

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