Alma griega en carne india

AutorAndrés Henestrosa
Páginas135-136
para probar sus armas, bien templadas para el ensayo, la biografía y la historia,
campos en que dejó frutos perdurables. Imagen de nadi e, una breve novela pu-
blicada muy al principio de sus inicios literarios, denuncia más que otra cosa,
sus abundantes lecturas contemporáneas, su alerta vocación, su necesidad de
encontrarse. En cambio, Juárez, el impas ible y Cuauhtémo c, vida y muerte de una
cultura son por dondequiera que se les mire, obras en que se conjugan todo el
rigor histórico y todo el temblor de las obras de creación. En el menester de
las investigaciones de la antigua cultura de México, Pérez Martínez hubiera
escrito un libro esencial, aquel en que estableciera y caracterizara la teoría del
arte precortesiano, ambición que lo iluminó en el ocaso de su vida.
Muerto en flor, se quedaron secos en el árbol los botones de futuras obras;
pero lo que llegó a realizar, asegura su permanencia en la historia de las letras
mexicanas. Sin embargo, pudiera hacerse un libro más con los ensayos disper-
sos en los periódicos, principalmente en El Naciona l, que mostrarían a Pérez
Martínez en un aspecto no menos brillante, si bien menos conocido: el de
ensayista y crítico de muchos aspectos de la cultura mexicana.
15 de febrero de 1953
Alma griega en carne india
El 13 de este mes de febrero se cumplieron sesenta años de haber muerto
en San Remo, Ignacio Manuel Altamirano, el indio que tenía alma griega en
carne india y que aspiró como escritor a verter en letra castellana, como en es-
culpido vaso corintio, el vino puro de la sangre indígena. Y hemos recordado,
en ocasión de ese aniversario, las circunstancias en que aquel gran literato
cumplió su obra, al paso que llevaba a cabo el gran ejercicio de ser hombre y
ciudadano. Los pormenores de sus orígenes y niñeces son conocidos de todos,
repetidos por todos; pero habitualmente se olvida resaltar el significado de
una vocación literaria mantenida en medio de las circunstancias más adversas
y ajenas al oficio de leer libros, escribirlos, gozar de su callado influjo; falta de
tiempo para meditarlos, medios para adquirirlos y pensar en su publicación,
cosas todas éstas que Altamirano superó armado de una constancia sin desma-
yos, igual que otros lo hicieron antes, Juan Ruiz de Alarcón y Sor Juana Inés de
la Cruz, pongamos por caso.
AÑO 1953
ALACE NA DE MINUCI AS 135

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