Alejandro García

AutorGabriel Gonzalez Mier
Páginas401-415
˜ 401 ˜
A lejandro GarcÌa
1818-1872
EL HOMBRE de que ahora nos vamos a ocupar,
ofrece a la historia un aspecto interesante.
No abundan mucho los de su tipo. Más
que un hombre se trata de una cualidad,
pero una hermosa cualidad personal.
En nuestro empeño por formar una ga-
lería biográfica, hemos labrado ya algunas es-
culturas, pero el trabajo no está cumplido:
aún quedan algunos pedestales que piden
sus estatuas. La historia nos ofrece su oro y
la crítica su molde. Vaciemos ahora la de un
buen milita r.
Alejandro García, es costeño: nació en la
ciudad de Campeche y fue bautizado en la
parroquia principal. He aquí el curioso docu-
mento en que se expresa este acto religioso:
“Nicanor Salazar, cura interino, etc.
Certifico: que en el libro 25 de bautismos
de esta parroquia principal y al folio 100, se
registra con el número 1241, una partida cuyo
tenor literal es como sigue: Jueves, 30 de Junio
de 1818, recibió solemnemente el santo bau-
tismo un niño blanco, que nació el día 27 de
dicho, hijo legítimo de D. Gerónimo García y
de Doña María del Rosario Marcín, naturales
y vecinos que esta ciudad, nieto por la madre,
del capitán Don Alejandro Marcín y Dª María
Ángela Escalera, y por el padre, de D. Manuel
José García y Doña Salvadora Ramírez, etc.
Yo, el Pbro. Don J. María Montero, con licen-
cia inscripcio del propio párroco, hice este bau-
tismo, advertí a los padrinos el parentesco es-
piritual y las obligaciones que contrajeron con
el ahijado y sus padres, impúsele los nombres
de Alejandro Pedro Gerónimo: dile por aboga-
do a San Román mártir, etc., etc., etc”.
Los primeros años de esta vida pertene-
cen principalmente a los trabajos lentos de
su educación doméstica y escolar. Poco
diremos sobre este punto. Sería muy im-
portante examinar las circunstancias ín-
timas que sirvieron para determinar aquel
carácter; pero ante la dificultad de acertar
seguramente con ellas, nos abstenemos de
semejante estudio. En cuanto a la educación
científica, nada nos ofrece de extraordinario;
no e ra nue stro hombre para esta clase de pro-
gresos. El desarrollo que vamos a presenciar no
es el de un hombre de ciencias, a no ser que ha-
blemos de cierta ciencia infusa, la de la hon-

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