Alejandro Cuevas y sus 'Cuentos macabros'

AutorAndrés Henestrosa
Páginas411-412
Alejandro Cuevas y sus “Cuentos macabros”
La segunda edición en “offset” del libro Cuentos ma cabros originales, ilustrados
de Alejandro Cuevas, es ocasión propicia para volver los ojos al libro y a su au-
tor, casi de todos nosotros olvidado. Era Cuevas un artista múltiple: escritor,
músico y compositor, en todo sobresaliente. Para mejor caracterizarlo artista
mexicano, recordemos que se ganaba la vida como abogado, esto es, Calibán
con Ariel al hombro.
Lo mencionan, con alguna extensión, Juan B. Iguíniz, y en una línea, Julio
Jiménez Rueda; los demás, lo ignoran. Injustamente, porque los cuentos de
Alejandro Cuevas no son ajenos a la literatura; pero además, si otro valor no
tuvieran, en ellos se reflejan las influencias de grandes escritores extranje-
ros, aunque también nacionales. El estudio de esas influencias, sobre todo las
extrañas, es capítulo muy importante en la historia de la literatura nacional.
Siquiera por eso no debemos echar al olvido, ni menospreciar por ignorancias,
como lo hemos venido haciendo, a muchos escritores mexicanos. Es verdad
que el cuento es de los menos estudiados: pero también lo es que en el estudio
de la novela, género no suficientemente deslindado del cuento y la narración
con el que guarda estrechas concomitancias, no es completo si no lo toma en
cuenta. A tal grado parece cierta la anterior reflexión, que quizá esos géneros
cupieran en un solo capítulo que se denominaría Novelística.
Pero volvamos a los Cuentos Macabros. La primera edición apareció en 1911 en
esta ciudad de México, con un prólogo de Juan de Dios Peza. Para situar al autor,
Peza menciona los nombres de Emilia Pardo Bazán, entre los escritores españo-
les, y a los franceses Alejandro Dumas, hijo, Alfonso Daudet, Emilio Zolá, Jean
Richepin, Judith Gauthier, Paul Margueritte, Jules Lemaitre y Jorge Courteline; y
al provenzal Federico Mistral. Su estilo recuerda la frescura de Champsaur, la ele-
gancia de Armando Silvestre, la embozada intención de Marcel Prevost; a veces,
el lector cree encontrarse con Camilo Mauclair o con Aureliano Scholl, cuando no
se le figura que está leyendo a René Maizeroy, a Paul Bonnetain o a Charles Mau-
bras. Pero todavía más: Cuevas era para Juan de Dios Peza un fanático devoto de
la literatura narrativa que tanto entretiene y en la que se distinguieron Óscar Me-
tenier y León Hermique; en que tanto culminan Mauricio Barret, León Claudel
y Paul Arene y de la cual son joyas perdurables, los cuentos de Jean Reibrach,
de Hugues Rebell, Gabriel Sarrazin, y Hughes Le Roux. Hasta dónde todo esto
AÑO 1956
ALACE NA DE MINUCI AS 411

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