Ahorita vengo, no se vayan: el llamado del mar

AutorGerardo Australia
Páginas183-213
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
Ahorita vengo,
no se vayan:
el llamado del mar
Necesito del mar porque me enseña
no sé si aprendo música o conciencia
no sé si es ola sola o ser profundo
o solo ronca voz o deslumbrante
suposición de peces y navíos.
PABLO NERUDA
En 1940 Francisco Gabilondo Soler se entrega a otra de sus pasiones: la navega-
ción, el mar y su inmensidad. Era una vieja cosquilla que traía sin atender desde
joven. Joseph Conrad dice: “El mar nunca ha sido amigable para el hombre. Siem-
pre ha sido cómplice de la inquietud humana”.
En ese entonces el país vivía el Milagro Mexicano, un culto al progreso que se trans-
formó en bonanza económica a causa del forzado chapuzón que Estados Unidos se
dio en la Segunda Guerra Mundial, un negocio nada placentero. Curiosamente esto
ocasionó que en México se tuviera una obsesión por el uso del idioma inglés como
símbolo de estatus y una terca y movida americanización de la cultura, muy apoyado
sobre todo en el cine.

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El Secretario de Gobernación en ese
momento, Miguel Alemán Valdés –que
en 1946 se convertiría en presidente–,
resumió el sentir nacional en una frase:
“Más que inquietudes políticas, lo que
el país necesita es trabajar”. Entonces la
prosperidad económica se convirtió en
lo moderno, en la única libertad conce-
bible; y mientras se daba el brinco de
lo rural a lo urbano y de lo agrícola a
la industrialización, la ciudad crecía y
crecía…
Mientras tanto la gente tomaba el
nuevo refresco Pascual y escuchaba
una de las 5 radionovelas que la XEW
trasmitía al día, o escuchaba esa nueva
canción de Lara, compuesta a su querer,
María Félix, Bonita. Y mientras les bo-
leaban los zapatos, los señores leían el
periódico Ésto, el primer diario dedica-
do a los deportes, o reían con la primera
edición de la tira cómica de La Familia
Burrón. Y mientras entra en vigor la Ley
de la Propiedad Industrial, que regula
también a las patentes y establece pro-
hibiciones de lo que no puede regis-
trarse como marca, además de hacer la
primera referencia sobre el tema de de-
nominaciones de origen, la chamacada
baila al loco ritmo del swing… ¡quiubo!
Para Francisco Gabilondo Soler es
una etapa de blues, tristeza, época de
mucho apuro, sobre todo psicológico.
Hoy se diría que atravesaba por una
enorme depresión, y no es para me-
nos: el retiro de los patrocinadores de
su programa de radio, la apabullante,
demandante y creciente popularidad de
su personaje (Francisco no gustaba de
la multitud ni de la fama), el mal manejo
de regalías y sus malos pagos, la presión
en casa de ser mamá y papá a la vez,
la tambaleante relación con Charito y su
ausencia por largos periodos, así como
la escasez de trabajo en un medio cada
vez más complicado por la situación
reinante, lo llevaron a pensar en otros
horizontes.
Por entonces su amigo, el afamado
tenor Pedro Vargas, regresaba de la Ar-
gentina comentando “lo bien que le iba
a los artistas por allá”. Pancho se quedó
pensando…
Francisco recuerda que abuelita Emilia
(Fernández Flores), la musa de su ins-
piración, adoraba las canciones que ha-
blaban del mar:
Luna ruégale que vuelva
y dile que la quiero
que solo la espero
a la orilla del mar…
Sí, el mar se convierte en canción, pero
sobre todo en fiel respuesta al deseo.
Sus primeras experiencias con el “gran
neurótico”, como llama al mar la encan-
tadora Mafalda, fueron en el puerto de
Veracruz, durante las idas y venidas que

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