Adolfo Llanos y Alcaraz

AutorAndrés Henestrosa
Páginas415-417
un análisis de dos de las elegías atribuidas al rey de Texcoco: la ya aludida y
la que lleva por título Canto de la primave ra, por él consideradas como dos mo-
numentos literarios dignos de admiración, en cuyas bellezas parece que han
puesto algo de su cosecha las musas del cristianismo que llegaron en el buque
de Cortés.
Como se ve, prudentemente Gutiérrez no desecha la posibilidad de que
en las elegías atribuidas a Netzahualcóyotl se haya colado más de un matiz y
un reflejo del espíritu occidental, ni más ni menos que lo hace, si bien abierta-
mente, Garibay K., quien las prefiere poesías novohispanas, o mestizas, muy
bellas, es cierto.
Miguel Gutiérrez se manifiesta buen conocedor de la literatura mexicana,
así de las edades precortesianas como de los tiempos modernos. La alusión a
Agustín F. Cuenca puede ser un elemento más para la consideración final que
ese poeta está en espera. No sólo la civilización que siguió al viaje de Colón
–dice Gutiérrez– ha engendrado poetas ilustres, los hubo antes que Cortés
derribase el trono chichimeca. ¿A sombra la afirmación? ¿Quién no admira la
cultura retratada poéticamente por Antonio de Solís? ¿Quién no ha oído el
nombre de los vates méjico-gentílicos? ¿Es aún completamente desconocido
el de Netzahualcóyotl? Preguntas son to das éstas que Miguel Gutiérrez
formula lleno de entusiasmo por la poesía indígena precortesiana, en un tiem-
po en que lo habitual era negar su existencia. Al desenterrar este artículo, cuya
pista nos dio Pedro Frank de A ndrea, hemos querido agregar su nombre a la
lista de aquellos que han a yudado a reiv indicar para la cu ltura del mundo
la poesía que hicieron los indios de México y que no ha dejado de cantar en
los verdaderos poetas que han nacido en esta tierra.
26 de agosto de 1956
Adolfo Llanos y Alcaraz
Al mediar el año de 1873, llegó a la ciudad de México, el poeta y publicista
Adolfo Llanos y Alcaraz. Como José Zorrilla, unos veinte años atrás, Llanos
venía deseoso de sumarse a la vida de México, que entonces acababa de al-
canzar su segunda independencia. Como Zorrilla, su relación con nuestro país
tiene dos momentos: uno, el primero, de absoluta entrega; otro, el segundo,
AÑO 1956
ALACE NA DE MINUCI AS 415

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