Actualidad del Romanticismo

AutorMichael Löwy; Robert Sayre
CargoCNRS, Francia
Páginas7-23

    Este artículo forma parte del libro Revolteetmelancolie, publicado en Francia.

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El debate actual en Francia

La visión romántica se ha mantenido viva durante todo el siglo XX, y hay que agregar que en lugar de disminuir, actualmente el romanticismo suscita un gran interés, que se disemina sobre todos los aspectos que enfoca. En efecto, en Francia, en Alemania, en Estados Unidos y en otros países, bajo formas diferentes, existe un debate intelectual de alto nivel sobre el valor que podemos adjudicarle a la modernidad.

Podemos decir, grosso modo, que en la cultura francesa reciente dos grandes tendencias se han confrontado, una romántica y la otra modernizante: "el espíritu del 68" —corriente "caliente" o humanista, que valora la pasión y la imaginación—, y la otra "estructuralista" y "posestructuralista", quePage 8 desde este punto de vista no se diferencia mucho de la anterior —corriente "fría", antihumanista, que valora la estructura y la técnica. A lo largo de estos últimos decenios, estas dos tendencias han coexistido en una relación de fuerzas que fue variando. Con el reflujo del movimiento del 68, hacia la mitad de los 70, la perspectiva romántica conoció un eclipse durante cierto tiempo, pero hoy asistimos a su renacimiento.

Si bien el debate actual se inspira en corrientes culturales anteriores (un cierto número de autores tienen sus raíces en el espíritu del 68), la oposición entre románticos y antirománticos toma ahora una forma sensiblemente diferente, pues se trata de una discusión explícita y tratada en libros y ensayos sobre el estado actual de la "civilización" y sobre las opciones futuras del desarrollo social. Esta discusión hace resaltar varios interrogantes fundamentales de total actualidad, en un momento en el cual las perspectivas de evolución posterior de las sociedades parecen estar singularmente ausentes, y cuando la pregunta "¿hacia dónde ir?" se plantea con una fuerza particular.

Dos referencias filosóficas importantes constituyen el trasfondo intelectual del debate en Francia: Heidegger y Habermas. El primero representa la puesta en cuestionamiento "anti-moderna" de la racionalidad occidental, y el segundo es el continuador del proyecto racionalista de la Ilustración y la modernidad.

Sin embargo, el impacto de su obra es mucho más ambiguo, no solamente a causa de la diversidad de interpretaciones francesas de estos autores, sino porque su relación con la modernidad es en sí misma ambivalente: recordemos que Heidegger veía en la tentativa de controlar la técnica moderna "la grandeza y la verdad interna" del nazismo, mientras que Habermas integraba en su obra ciertos aspectos de la crítica frankfortiana de la modernidad —notablemente en su rechazo a la colonización del mundo realizada por la lógica instrumental de los sistemas.

La ofensiva antirromántica

A partir de los años 70, especialmente en su segunda mitad, se desarrolla en la vida intelectual francesa una reacción creciente contra el espíritu del 68, particularmente por aquéllos que habían participado en el movimiento: izquierdistas arrepentidos (nuevos filósofos y otros), que destruyen alegremente sus ídolos de antaño y echan con el agua sucia del baño toda idea de crítica social.

Lanzados por esta vía llegarán rápidamente a reivindicar parte de aquello que habían puesto en duda en mayo del 68. En los años 80 surge un cierto número de defensores ePage 9 "ilustrados" del status quo de la modernidad, quienes atacan todo aquello que, de manera revolucionaria o no, contesta al orden establecido. Estos "sesentaiocheros", y otros de la misma generación, pasan del rechazo romántico de izquierda, como el del 68, al anatema en contra del romanticismo en su totalidad. Es así que vemos surgir un ataque sistemático contra la tradición y la visión romántica.

De esta manera, un cierto número de intelectuales franceses descubren un poco tarde, después de los ideólogos norteamericanos de la Guerra Fría, que el paraíso existía ya, Hic Et Nunc, y cantan loas a la modernidad en todos sus aspectos: el liberalismo, comprendido en todas sus formas más "avanzadas" (el thatcher-reaganismo), la lógica del derecho y de la política moderna de los países occidentales, la industrialización y la posindustrialización (el reino de la alta tecnología), la sociedad de consumo, etc. Así, la orientación que predomina en algunas de las corrientes nacidas después del 68 es la glorificación de lo moderno en su globalidad y el repudio de aquellos conceptos que habían servido anteriormente para criticarla.

Esta ofensiva de la modernidad militante, esta defensa de la modernidad-realmente-existente prosigue y crece en varios campos del pensamiento: filosofía, filosofía política, sociología, economía. Los trabajos son menos interesantes en sí mismos que como síntoma, como una expresión cultural de un fenómeno social. Es el caso por ejemplo, en filosofía política, de la máquina de guerra antirromántica de Blandine Barret Kriegel con su libro El Estado y los esclavos1 que tuvo cierto éxito; así como en sociología los ensayos de Gilíes Lipovetsky.2

Aunque algunos —como Lipovetsky—terminan sus carrera con un tono apologista, otros manifiestan en sus primeros escritos una tendencia crítica pronunciada, para después dejarse caer en la trampa que les tiende el objeto que critican. Así por ejemplo, si La sociedad de consumo de Jean Baudrillard3 es una "denuncia" al mismo tiempo que un análisis de la sociedad contemporánea, el autor evoluciona en el curso de los años 70 y en su libro América ya no encontramos ninguna distancia crítica en relación con el objeto que analiza.

En su cuaderno de viajes a través de los Estados Unidos, país de la modernidad por excelencia, (Baudrillard) se deleita por la ausencia de todo lo que de buen o mal grado subsiste en Europa, tales como raíces, tradición, espesor cultural e histórico, es decir valores cualitativos. En síntesis lo que a Baudrillard le agrada de América es que en ella se desarrolla en extremo la lógica de lo moderno, esta homogeneidad, este aplanamiento, esta uniformidad radical de la vida que efectúa esa sociedad y la tendencia a reducirla a niveles puramente cuantitativos y físicos.

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Baudrillard, como buena parte de los apologistas de la modernidad, no tiene necesidad de atacar las nostalgias románticas que niega implícitamente. Otros lo harán en su lugar, aunque tengan que pagar el precio de distorsionar considerablemente la realidad. Es el caso muy especialmente, de El Estado y los esclavos de Blandine Barret-Kriegel y La sociedad industrial y sus enemigos de Francois Guéry.4

Barret-Kriegel, antigua izquierdista del 68, trata de hacer responsable al romanticismo, no solamente del totalitarismo de derecha (el nazismo) sino también del totalitarismo de izquierda (el goulag), y esto lo realiza a través de una identificación absoluta (y abusiva, diríamos nosotros) de Marx con el espíritu romántico. Para ella, los primeros románticos alemanes anuncian ya, por su tono, el camino de las izquierdas del siglo XX. Veamos la manera curiosa en que nos evoca este fenómeno:

ya los conocemos, este tono, ya los hemos escuchado: son las consignas, los slogan, la línea, el "espíritu del partido". Los jóvenes románticos experimentaban en las palabras el sabor metálico que venía desde el oeste del Rhin haciendo caer cabezas, edificando un sistema inquietante de línea cultural "justa" [...] Militares, insolentes, perentorios, señores, los Schlegel, Novalis, Tieck, y Schleiermacher, rama pionera del romanticismo.5

Sin haber realizado un análisis serio de las verdaderas concepciones, ideas y maneras de vivir de los románticos, Barret-Kriegel identifica en ellos todo aquello que detesta actualmente. En una imagen caricaturesca tallada a la medida de sus necesidades para lograr su demostración ideológica ella quiere, contradictoriamente, que sea a la vez el terror jacobino y la nobleza arrogante del antiguo régimen lo que prefigura al izquierdista y al militante del partido comunista, reduciéndolos a simples fanáticos.

En la búsqueda de este romanticismo-monstruoso, Barret-Kriegel quiere situarse en la tradición de Las Luces y de la filosofía política "clásica", generadoras de la teoría del "Estado de derecho", adquisición fundamental de la modernidad desde su punto de vista. La democracia parece ser mucho menos importante: ella subraya sobre todo los peligros de ésta,6 y una de sus principales referencias es Hobbes, el antidemócrata por excelencia.

Para Francois Guéry, la modernidad occidental se encarna principalmente en la industria, aunque, como Barret-Kiegel, le dé también una importancia fundamental al mercado. En su ópticaPage 11 de partidario incondicional de lo moderno, Guéry se asombra, sin poder comprender el fenómeno, de que nos encarnicemos tanto en la crítica "de aquello que nos es tan íntimamente propio, como si fuera una potencia extranjera, hostil e invasora";7 e inicia una crítica de las críticas (románticas o parcialmente románticas) de la modernidad, y una parte notable de su libro constituye una réplica a Heidegger y a Marx. En su texto, después de evocar largamente las críticas más elocuentes del costo humano, propio de la industrialización (y de la sociedad mercantil que lo acompaña), Guéry deja finalmente de lado los problemas que él mismo ha puesto de relieve y los esquiva sin darles respuesta. Para él, los "abusos" de la industrialización pueden y deben corregirse a través de un mayor progreso en el mismo sentido: la salvación reside en la automatización. Concluirá con una versión no comunista "de las mañanas que cantan", y querrá seducirnos con "promesas mundanas de felicidad por la industria".8

Pero probablemente la expresión más extrema y consecuente del antirromanticismo contemporáneo —puesto que muestra sus metas lógicas y quiere incluso...

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