De las actividades agropecuarias a la diversificación. Trayectorias masculinas y femeninas del trabajo

AutorPatricia Arias
Páginas65-115
I
UNA REVISIÓN, cualquier revisión de la abundante literatura antropológica sobre
la trayectoria de las comunidades rurales permite reconstruir una imagen mu-
cho más compleja y cambiante que la del campesino como un productor agro-
pecuario invariablemente autosuficiente. La imagen sugiere que la gente del
campo buscó, siempre, vías de diversificación económicas y acceso a dinero en
efectivo para enfrentar los cambios económicos que han rondado y, desde luego,
afectado sus formas de vida, sus maneras de ganarse la vida. O, dicho de otra
manera, que en el campo mexicano siempre existieron actividades económicas
y sistemas de trabajo más allá de las actividades agropecuarias que vale la pena
rescatar.
Restringir la economía rural a las actividades agropecuarias simplificó las
relaciones entre el Estado y los campesinos. Lo dramático del asunto es que
uno y otros terminaron por ser víctimas de su propia creación: el Estado no ha
logrado entender ni asumir que en el campo han existido distintas dinámicas
económicas y los campesinos no han podido ser escuchados si no se refieren a
los problemas de la agricultura. Hasta la fecha los campesinos han tenido que
seguir poniendo sus demandas en clave agrícola; clave con que muchos de los
líderes campesinos han terminado por esclerotizar el discurso y las demandas
del campo.
A diferencia de los campesinos, cuya historia del trabajo es fácil y directamen-
te rastreable a través de las actividades agrícolas, la historia femenina del trabajo
en el campo hay que buscarla, reconstruirla y valorarla a partir de los retazos de
información que existen acerca de las actividades complementarias y la ayuda.
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De las actividades agropecuarias
a la diversificación.
Trayectorias masculinas y femeninas del trabajo
Capítulo II
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PATRICIA ARIAS
Tiene razón Soledad González al decir que existe un subregistro de la historia
del trabajo femenina en el campo (1995). Por lo regular, las familias, en especial
los hombres, se han encargado de omitirlo de sus recuentos de actividades; tanto
así que hasta las mismas mujeres, durante muchísimo tiempo, consideraron que
todo lo que hacían por sus familias entraba en cualquier categoría, menos en la de
trabajo. Pero también la investigación aportó su grano de arena. Hasta la década
de 1980 era excepcional que las etnografías dieran cuenta, de manera detallada y
específica, de los quehaceres de las mujeres rurales. Lo que ellas hacían formaba
parte de esa caja negra en la que se convirtió “la economía campesina”.
Desde luego que la participación femenina en los quehaceres y la genera-
ción de ingresos de las unidades domésticas rurales siempre ha existido, pero
se trataba de modalidades de trabajo que no eran reconocidas ni retribuidas
porque formaban parte inseparable de los deberes femeninos e indisoluble de
los beneficios familiares; eran las “actividades complementarias” que formaban
parte de la “ayuda” que toda mujer debía proporcionar para beneficio de sus
unidades domésticas.
Las investigaciones sugieren que a lo largo del siglo XX podemos detectar,
grosso modo, cinco grandes etapas en relación con las actividades económicas y
el empleo en el campo. Aunque la periodización no es estricta en términos de
fechas, se puede hablar de una primera etapa, antes de la revolución de 1910,
asociada a la producción de manufacturas y comercio de pequeña escala; la se-
gunda, entre 1920 y 1960, cuando fue quizá cierto aquello de que la agricultura
era la base de la economía rural; la tercera, entre 1960 y 1980, cuando se advier-
ten procesos muy intensos, privados y estatales, de diversificación económica
por la vía de las actividades agropecuarias; la cuarta, entre 1980 y 2000, que se
caracteriza por la búsqueda de opciones no agropecuarias y, finalmente, a partir
de 2000, una quinta etapa en la que el mundo rural ha dejado de formar parte de
la política nacional de desarrollo para pasar a formar parte de la política social.
Cada una de esas etapas supuso formas distintas de incorporación y exclusión
de los campesinos, de los hombres y las mujeres del campo a las actividades
económicas y al trabajo.
II
Antes de la Revolución de 1910
Quehaceres masculinos
Como es sabido, antes de la revolución la mayor parte de la población rural
carecía de tierras porque la propiedad agraria estaba en manos de terratenien-
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DE LAS ACTIVIDADES AGROPECUARIAS A LA DIVERSIFICACIÓN
tes que habían formado latifundios de diferente talla dedicados, con mayor o
menor eficacia, a las actividades agropecuarias. Esto era verdad sobre todo en
las microrregiones que no estaban demasiado aisladas y donde la tierra resul-
taba apta para las labores agropecuarias. De acuerdo con la historia particu-
lar de cada microrregión los campesinos podían ser peones libres o acasillados
de las haciendas, en cuyas cercanías vivían. Los pobladores de San Francisco,
Peribán, por ejemplo, trabajaban como peones en las haciendas cañeras que
abastecían al ingenio San Sebastián (Echánove y Steffen, 2005). En una comu-
nidad de tierras de mala calidad de la mixteca poblana, Mindek ha constatado
que “desde tiempos remotos los habitantes de Tehuitzingo dependían más del
empleo en las haciendas y ranchos, así como de la migración, que del trabajo
en sus parcelas” (2007: 204).
En otras microrregiones aisladas y de tierras pobres, como Ameyaltepec,
Guerrero, aunque había terratenientes ganaderos, se había desarrollado un sis-
tema de mediería que les permitía a los ameyaltepequenses rentar parcelas para
cultivo “a cambio de dinero o de una parte de la cosecha” (Good, 1988: 182). En
las tierras flacas de Jalmich, las grandes haciendas se habían dividido y vendido
a mediados del siglo XIX, disolución que permitió que los antiguos arrendatarios
y medieros pudieran comprar fracciones de tierra que los convirtió en propie-
tarios privados de medianos y pequeños ranchos. Esos campesinos rancheros se
dedicaban a la ganadería de carne, más tarde de leche y productos lácteos y, en
menor medida, a la producción de maíz y demás productos básicos de la dieta
campesina. Este es el proceso tan bien descrito y analizado por don Luis Gonzá-
lez (1979) en Pueblo en Vilo.
Por una razón u otra, por una u otra vía, la gente del campo había buscado
la manera de obtener ingresos más allá de la agricultura y sabían muy bien lo
que representaba el dinero y trabajar por salarios en efectivo. Para los hombres,
las principales opciones laborales no agrícolas de ese tiempo eran la producción de
pequeña escala, el comercio y el jornalerismo. En las infinitas y diferentes microrre-
giones del país las comunidades y familias habían aprendido a aprovechar algún
recurso local que podía ser transformado, procesado o, simplemente, llevado a
otro lugar donde adquiría mayor valor. Quizá desde la época colonial y con
certeza hasta finales de la década de 1930 los nahuas de Ameyaltepec, Guerre-
ro se dedicaron al comercio de la sal de mar que provenía de la Costa Chica.
La descripción de Good es muy esclarecedora: los jóvenes salían en caravana
arreando burros que iban cargados de maíz y zacate para alimentar a los ani-
males en el trayecto de ida y vuelta; a los siete días de viaje llegaban a la laguna El
Tecomate donde compraban la sal; de paso, por ahí se surtían de pescado seco y
fruta para su consumo y emprendían el viaje de regreso, pasando por alrededor
de 25 pueblos y ranchos. Más tarde, se repartían la sal y “cada quien salía solo

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