La abuela de Mamá Carlota

AutorAndrés Henestrosa
Páginas182-183
182
ANDRÉS HEN ESTROS A
La abuela de
Mamá Carlota
Pocos escritores mexicanos de su tiempo gozan de una fama tan extendida
como Vicente Riva Palacio. Una fama que no sólo abarca a su condición de
novelista, soldado de la República y hombre de Estado, sino también a hechos
de su vida diaria y familiar, en la que su genio alegre, burlero y epigramático
mostró sus inagotables galas. No obstante, Riva Palacio es en cierto modo un
escritor frustrado, o por lo menos cumplido a medias, si atendemos a lo que
sus extraordinarias condiciones de pensador y de literato anunciaron en el
campo de la indagación acerca de lo que somos como colectividad y como pue-
blo. El tiempo que le tocó vivir, las vicisitudes de nuestra Historia, lo alejaron
del campo de las letras frecuentemente y lo llevaron al de las armas, que en él
venían a ser lo mismo: sus novelas históricas se parecen mucho a acciones de
armas contra un mundo del que penosamente había salido el país, y mostrar
sus iniquidades era una manera de impeler a los mexicanos a la decisión de
luchar por su libertad y su independencia. Y lo que se dice de sus novelas, se
puede decir de sus trabajos de historiador. En las pausas que le dejaban las
campañas, se recreaba en lanzar dardos contra sus enemigos políticos o de su
patria. Todos aquellos que de una manera o de otra se atrevieron contra los
sagrados fueros patrios, encontraron en el General una respuesta oportuna
y despiadada. La tradición oral y la escrita registran sus epigramas, sus chis-
tes, sus sarcasmos, sus réplicas airosas. Y todas estas cosas hay que reputarlas
como parte de su obra de escritor y de ciudadano.
No era Riva Palacio un escritor que rehuyera los lances en que la musa
tocara los temas triviales y populares. En los campamentos, en el cuartel y
en la cárcel, aprendió a encontrar aun en los actos más terrenos ese sentido
trascendente que es connatural de los pueblos viejos y desventurados. Hasta
en el rugido del viento encontró las sílabas de la palabra “Patria”. Su obra de
poeta se reduce de ese modo a unas cuantas piezas, entre las que hay que
destacar dos o tres sonetos que las antologías han recogido piadosamente.
En cambio la musa popular le dio, como a Guillermo Prieto, hijos que tras
de cumplir su tarea de dar pasajeras alegrías al pueblo levantado en armas,
volaron a los picos de la sierra, y constituyen esas letras de canciones sin au-
tor que inesperadamente nos salen al encuentro. Una hay entre todas esas
coplas que se incorporó al acervo de los cantos populares y que no hay boca
mexicana que no haya entonado: “La mamá Carlota” que es fama que Riva

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