La abuela, el centro de su vida

AutorMaría Elvira García Espinosa de los Monteros
Páginas41-62
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La abuela, el centro de su vida
PERO A quien jamás olvidó fue a su abuela, ni todo lo que
le dio y enseñó en su infancia y adolescencia. Ella estu-
vo en su vida desde el día en que él llegó al mundo, el
6 de octubre de 1907. Panchito, como le llamaba su abuelita,
fue el primogénito del matrimonio que formaron don Tiburcio
Gabilondo Goya y doña Emilia Soler Fernández, dos miembros
de la aristocracia orizabeña.
—¿Cómo era el ambiente de su casa de infancia, cómo vivió
usted en Orizaba?
—Yo vivía en la casa de mis padres, pero mi encanto era pasar
todo el día en la de mi abuela Emilia. Ella tenía una casona vieja,
tal vez un poco parecida a ésta en la que hoy vivo; no la recuerdo
bien, pero sí conservo la imagen de que allá en el traspatio exis-
tían varios cuartos con trebejos; además, se podía uno trepar a la
azotea y disfrutar de un paisaje muy hermoso. Yo hacía eso con
frecuencia. Por aquel tiempo, Orizaba era una ciudad muy peque-
ñita y desde allá arriba, en la azotea, se alcanzaba a divisar la vía
del tren... por ahí pasaba la maquinita echando humo de algodón.
Y en la capilla que estaba adosada a la propiedad de mi abuela
vivían muchas palomas... así nació entonces la canción de Los
palomos... Y el ropero, ni se diga; ese mueble todavía hasta hace
poco tiempo se encontraba en casa de mis hermanos; mi abuelita
siempre lo tenía lleno de un montón de cositas; lo que yo veía ahí
dentro significaba un tesoro para mí... y de esos recuerdos viene
la canción de El ropero... y La muñeca fea, pues ahora la tiene
Charo Patiño
3
, porque la va a llevar a que la arreglen y le pongan
un peinado y un vestido de acuerdo a su época; es una muñeca
de porcelana, finísima, que perteneció a mi abuela... Y el libro de
3 Rosario Patiño, su primera esposa, falleció el 14 de julio de 1988.
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De lunas garapiñadas
mil estampas aquí lo tengo. Las cosas que se perdieron fueron los
vestidos de frufrú, que estaban hechos con una seda muy gruesa;
las damas elegantes usaban ese tipo de ropa; el nombre del ves-
tido se debía seguramente a que, cuando las señoras caminaban,
la seda del vestido rozaba entre sí y hacía el ruidito: frufrú. Claro
que para los niños de hoy esa palabra ya no tiene sentido, pues
esa moda ya no existe... Y la espada... pues ésa quién sabe dónde
quedó; era la espada de mi abuelito materno, que fue coronel. Mi
hija Diana la ha buscado por todos lados, pero sepa Dios dónde
habrá quedado, tal vez en la casa de algunas de las exesposas de
mi tío Enrique, quien también fue militar... carrancista, para más
concreto. Mi abuelo, no; él fue de la época de don Porfirio Díaz,
porfirista ciento por ciento...
—¿Y cómo era la Orizaba de su niñez?
—En aquel tiempo era muy agradable; en tres zancadas ya es-
taba uno en el río, jugando con el agua o trepándose al cerro que
estaba por allí cerca; todavía en ese tiempo había muchos árboles
de guayabas silvestres... ¡yo me daba unos atracones de miedo!
El cerro al que Pancho Gabilondo hace alusión se ve desde
cualquier parte de la ciudad, pero se hace más presente desde la
Alameda. Conocido por los orizabeños como Del Borrego, es una
imponente mole que vigila toda la ciudad y se extiende por tres
municipios. Actualmente esa histórica montaña es un área natural
protegida. En el pasado fue escenario y testigo de varias batallas.
Se encuentra a 1700 metros sobre el nivel del mar. En su cima hay
un museo que relata el papel que ese montículo ha tenido en la
historia y la defensa de Orizaba.
—¿Y qué recuerda de las calles de su tierra?
—Pues me acuerdo mucho que corrían carretelas, por allá en
1917, cuando yo tendría como diez años de edad. Recuerdo que
había de dos tipos: las de bandera azul y las de bandera roja; las de
roja eran las más viejitas, las más populares; en las de bandera azul
el viaje costaba 60 centavos la hora, y en la roja apenas 30 o 40.

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