Trata de personas: ¿somos cómplices silenciosos?

AutorAmérica A. Nava Trujillo
Páginas56-58

Page 57

Desde tiempos remotos las prácticas de sometimiento de los seres humanos para diversos fines siempre han sido el flagelo silencioso más doloroso para la sociedad: esclavitud, trata de personas, explotación, tráfico. La denominación o el nombre es lo de menos; el resultado es el mismo: lacerante y doloroso para cualquier persona que lamentable-mente se convierte en víctima de esa circunstancia.

Factores como la desigualdad, la discriminación, la falta de oportunidades laborales, entre otros, han propiciado la conformación de determinados grupos de personas en situación de mayor vulnerabilidad ante este terrible fenómeno.

Y es que hemos olvidado que valores como la verdad, la tolerancia, la justicia, la equidad y la solidaridad, sólo por nombrar algunos, son de vital y radical importancia para la convivencia de todos los seres humanos, sin distinción alguna, pues somos quienes conformamos este universo. Como seres sociales e integrantes de comunidades debemos observar y respetar principios, valores, normas y leyes establecidas, justamente para garantizar el bien común dentro de una sociedad, y, a diferencia de los animales, nosotros evolucionamos, buscamos incansablemente trascender, nos educamos y nos transformamos para bien, o para mal. Por esta razón del cambio y la búsqueda constante Aristóteles asegura que fuera de la sociedad sólo podrán existir los dioses o las bestias, es decir, los superpoderosos o los carentes de toda razón, porque los seres humanos debemos ser un equilibrio.

Pero ¿por qué citar esta calidad y esta condición de seres humanos, si ya todos lo debemos saber? Porque tal parece que nos encargamos de olvidar esta esencia; hemos olvidado que todos somos iguales y que no debía haber existido, ni antes ni ahora, la esclavitud ni la trata de personas. Simplemente, no existe razón alguna que justifique su existencia.

Cuando se habla de este tema todos coincidimos en que es uno de los delitos que atenta de manera más violenta contra los derechos humanos, pues vulnera la esencia de la persona, pero a la vez también lacera los bienes jurídicos tutelados de mayor plusvalía para la condición del ser mismo: la vida, la libertad, la integridad, la paz y la seguridad, y el más sensible a todos: la dignidad.

Y sobre este último diremos que “los derechos de la persona son exigibles en razón de su dignidad. La dignidad no es un derecho más: es lo que se debe a la persona por su calidad de tal y, si se quiere darle un sentido...

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