La sociología política de Émile Durkheim: La centralidad del problema del estado en sus reflexiones del período 1883-1885

AutorGraciela Inda
CargoCandidata a doctora en Ciencias Políticas y Sociales por la Universidad Nacional de Cuyo, Argentina
Páginas135-168

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Introducción

Es indudable que las obras más conocidas y discutidas de la producción de Émile Durkheim (1858-1917), considerado un clásico de la sociología académica surgida en Europa en el curso del siglo XIX, son contemporáneas o posteriores a De la división del trabajo social y a la Contribución de Montesquieu a la constitución de la ciencia social, trabajos presentados en 1893. En contraste, los textos anteriores a ese año,Page 136sólo recientemente difundidos a nivel internacional y en su inmensa mayoría no traducidos al español, han recibido escasa atención por parte de comentaristas e intérpretes, concentrados en sus obras de más largo aliento (De la división del trabajo social —1893—, Las reglas del método sociológico —1895—, El suicidio —1897—, Las formas elementales de la vida religiosa —1912—, etc.).

En los últimos años, las tareas que realizan la Société d’études durkheimiennes asociada con el British Centre for Durkheimian Studies y la Bibliothèque electrónica Paul-Émile-Boulet de l’Université du Québec à Chicoutimi (Canadá) han facilitado las investigaciones, al impulsar la difusión de los escritos menos conocidos de Durkheim. Entre ellos, se encuentran las intervenciones correspondientes al lapso 1883-1885, objeto de nuestro análisis.

Con algunas excepciones (Lacroix, Giddens, Steiner, Lukes1), las obras dedicadas al estudio de la vida y obra de Émile Durkheim ni siquiera mencionan los escritos y discursos anteriores a 1893, y menos aún los realizados con anterioridad a 1885, sin duda los más tempranos de la reflexión durkheimiana. Además, por lo general, cuando se los considera es bajo una forma más bien anecdótica o biográfica, sin ninguna pretensión de sistematización o de reconstrucción del sistema de preguntas que los sostiene.2

Bajo el supuesto de que la naturaleza de la sociología durkheimiana no se agota en la referencia a sus obras mayores, me propuse un recorrido crítico y exhaustivo por sus descuidadas primeras cavilaciones teóricas y políticas.

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Con la intención de desentrañar la problemática (el sistema de preguntas, vacíos, respuestas y preocupaciones) que habita el pensamiento temprano de Durkheim, se analizaron los textos correspondientes (mencionados en la bibliografía), buscando determinar: ¿cuáles son los tópicos e interrogantes más sobresalientes?, ¿qué objeto de investigación construye paulatinamente el joven profesor francés en ellos?, ¿de qué manera, esto es, recurriendo a qué teorías o conceptos, procede al tratamiento de dicho objeto?, ¿en vinculación con qué posiciones políticas o de clase concretas?

Bernard Lacroix, autor de uno de los análisis más rigurosos de los últimos tiempos sobre la obra durkheimiana, considera que la mayoría de los estudios sobre el pensamiento del sociólogo francés desconoce la importancia y la impronta propiamente política de sus preocupaciones originales. Agrego lo siguiente: en el contexto de una construcción sociológica amplia y diversa, que por lo general coloca en un plano secundario o directamente evita o menosprecia el abordaje de los problemas políticos, del poder y del Estado,3 en los ensayos, reseñas bibliográficas, discursos y cursos anteriores a su tesis doctoral de 1893, puede detectarse, por el contrario, un marcado interés de Durkheim por los problemas propios de la sociología política y, sobre todo, por el Estado.

Los primeros bosquejos (1883-1884)

En 1879 el joven Durkheim ingresa, luego de un período de preparación que le demandó tres años, a la Escuela Normal Superior. En ella, según cuenta Harry Alpert, germina un “verdadero renacimiento filosófico”, una especie de despertar intelectual tras el régimen “represivo y asfixiante” del Segundo Imperio Napoleónico (Alpert, 1986: 19).4

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Pese a esa efervescencia intelectual, la mirada que tiene Durkheim sobre el medio académico que lo rodea no es de admiración. Critica tempranamente el carácter superficial, literario y místico de las discusiones que tienen lugar en la Escuela. Cree que se le da excesiva importancia a la retórica ociosa y que se dejan de lado la precisión y la investigación especializada que deben caracterizar a los trabajos científicos y filosóficos. Los estudiantes y la mayoría de los profesores buscan, según sus palabras:

[…] no la exactitud del análisis y el rigor de la prueba, es decir, las cualidades que hacen al científico y al filósofo, sino un tipo de talento literario de especie bastarda que consiste en combinar las ideas de manera semejante a como el artista combina imágenes y formas: para encantar al gusto y no para satisfacer la razón; para despertar impresiones estéticas y no para expresar cosas (Durkheim, 1895a:19).

Dada esa insatisfacción ante el estado de la disciplina filosófica se comprende la decisión que toma Durkheim entre 1882 y 1883, en los días de su graduación: dedicarse al estudio científico de los fenómenos sociales. “Fue entre el primer proyecto de lo que iba a convertirse en La división del trabajo, en 1884, y su primer borrador en 1886 cuando, a través de un análisis progresivo de su pensamiento y de los hechos […] llegó a ver que la solución del problema pertenecía a una nueva ciencia: la sociología” (Mauss, 1969: 67). Lo anterior, en un momento en que la sociología no constituye una disciplina autónoma, es más, ni siquiera es vista con buenos ojos.

En 1895 Durkheim lo dice de esta forma:

Cuando, hace unos diez años, decidimos dedicarnos al estudio de los fenómenos sociales, la cantidad de gente que se interesaba por estos problemas era tan restringida en Francia que, a pesar de la gran benevolencia con la que fueron recibidos nuestros primeros intentos, no encontramos en ningún lado los consejos y la ayuda que necesitábamos para evitar largos titubeos y para que nuestras investigaciones fuesen más sencillas. En especial, en el medio universitario, la sociología era objeto de un verdadero descrédito […] (Durkheim, 1895b: 4).

Ahora bien, ese descrédito no dura mucho. En poco tiempo más, en el medio intelectual francés, se estudiará el positivismo científico procedente de Augusto Comte, creador del neologismo “sociología”.

Cabe destacar con énfasis que el interés de Durkheim por la sociología no nace de un problema meramente disciplinar, sino que es producto de su compromiso con el frágil Estado republicano de su tiempo. Quiere una ciencia que proporcione las directrices “morales” para la consolidación de la Tercera República, que sirva de orientación a la conducta política.5 En sus primeras reflexiones se muestra obsesionado por la cuestión de la unidad nacional.

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Primer indicio. Como mencioné, alrededor de 1882, según refiere su sobrino Mauss, Durkheim empieza a definir el campo temático de sus investigaciones. Estudiar las relaciones entre el individualismo y el socialismo constituye la primera formulación de su proyecto. “Los tér- minos utilizados marcan la imprecisión del pensamiento: remiten a un enfoque filosófico muy general que buscaba confrontar lo que en ese momento se consideraba como dos modos antagónicos de organización social y política (el individualismo, que refería al liberalismo político y sobre todo al liberalismo económico y el socialismo, en relación con las doctrinas que ponían énfasis en la primacía del Estado o de cualquier otro centro regulador de la vida social)” (Steiner, 2003:23). El novel profesor es plenamente consciente de que la cuestión de la amplitud de intervención del Estado es esencial para distinguir entre dos propuestas de organización de las sociedades modernas: la de los socialistas y la de los liberales.

También en 1882, en el mes de marzo, Durkheim asiste a una conferencia dictada por Ernest Renan en la Sorbonne, la cual lleva por sugestivo título: ¿Qué es una nación? En 1885 todavía la tiene en mente, pues en la reseña que escribe sobre una obra del alemán Schäeffle la menciona en la bibliografía (Durkheim, 1885a).

Avancemos en nuestro recorrido. Egresado de la Escuela Normal, es nombrado profesor de filosofía, cargo que desempeña en los liceos de Sens, Saint Quentin y Troyes entre 1882 y 1887 (con la excepción del año académico 1885-1886 en que obtiene una licencia para avanzar en su formación y viaja a Alemania). En el discurso que dirige en 1883 a los alumnos del Liceo de Sens sobre El papel de los grandes hombres en la historia (cuya reproducción es, hasta donde sé, el escrito más temprano que puede encontrarse de Durkheim), discute abiertamente la tesis presentada por Renan en sus Dialogues philosophiques, según la cual los “grandes hombres” son el “fin propio de la humanidad”.

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El tono aristocrático y el desinterés por la “felicidad de las masas” que conlleva la tesis renaniana desagradan al joven Durkheim. “El mundo no está únicamente hecho en vista de los grandes hombres. El resto de la humanidad no es simplemente la tierra sobre la cual crecen esas flores raras y exquisitas. Todos los individuos, por humildes que sean, tienen el derecho de aspirar a la vida superior del espíritu” (Durkheim, 1883: 4). El tema de fondo: una nación no es el producto de uno o dos grandes hombres, que un día están y luego pueden faltar repentinamente; es, por el contrario, “la masa compacta de ciudadanos”. Lo que debe importar a la nación toda, insiste Durkheim, no es el progreso de una “pequeña aristocracia cerrada y celosa” sino el de la “cultura media de espíritu” que la masa “está en estado de recibir”.

Si es falsa la teoría que posterga a la masa, lo es también aquella que sacrifica al genio en pos de la muchedumbre. Es la aparición de un gran hombre, exponente de una existencia superior, la que proporciona una meta para los esfuerzos de todos, la que estremece a la muchedumbre inmóvil y la pone a trabajar para alcanzar un ideal superior. Tampoco hay que pensar que...

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