La venganza de Wilson. Una critica a los enfoques seleccionistas analogicos de la evolucion cultural.

AutorBaravalle, Lorenzo

Resumen: En este artículo se hace una crítica de los enfoques teóricos, aquí llamados por analogía o analógicos, que pretenden abstraer conceptos darvinistas del sustrato biológico para aplicarlos a dominios ontológicos (parcialmente) distintos, estrategia adoptada por versiones de la epistemología evolutiva y, sobre todo, por la teoría memética. Para ello se utiliza el argumento de la exclusión causal, tomado en préstamo de la filosofía de la mente; se hace evidente la existencia de un paralelismo entre causalidad mental y memética, y se muestra cómo cualquier posible caracterización de la segunda a partir de la primera conduce a graves problemas metafísicos y epistemológicos. En las conclusiones se esbozan, sin intención de exhaustividad, algunas ideas sobre cómo evitar posiciones reduccionistas sin adoptar una postura teórica analógica.

Palabras clave: sociobiología, epistemología evolutiva, memética, naturalismo, exclusión causal

Abstract: The main purpose of this paper is criticize theoretical approaches --here called by analogy, or analogical--which aim to extract Darwinian concepts from a biological substrate to apply them to (partially) different ontological domains. This strategy is adopted by some versions of evolutionary epistemology and, especially, by memetics theory. An argument borrowed from philosophy of mind, namely, the argument of causal exclusion, is used to carry out the critique. The existence of a parallelism between memetics and mental causation will be shown, and it will be argued that any possible characterization of the first in terms of the second implies serious metaphysical and epistemological problems. In the conclusions, with no intention of completeness, some ideas on how to avoid reductionist positions, without taking an analogical posture, will be outlined.

Key words: sociobiology, evolutionary epistemology, memetics, naturalism, causal exclusion

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Desde la publicación de El origen de las especies de Charles Darwin (1859), los intentos de ampliar el dominio de la teoría de la selección natural para abarcar el contexto cultural, y así justificar la dependencia de éste del mundo natural o, al contrario, su relativa excepcionalidad, han sido variados. Pero fue sólo a partir de la segunda mitad del siglo XX, gracias también a una mejor comprensión de los procesos evolutivos proporcionada por el desarrollo de la genética de poblaciones, que el debate evolucionista sobre la relación entre naturaleza y cultura empezó a tomar una dirección más definida. Por un lado, influidos en cierta medida por la idea de una epistemología naturalizada (Quine 1969), algunos autores (Popper 1972, Toulmin 1972, Campbell 1974a) elaboraron tesis que, bajo la etiqueta de epistemología evolutiva (o evolucionista), sugerían una fuerte analogía entre los procesos adaptativos naturales y la evolución de las categorías cognoscitivas humanas, en especial las de la ciencia. Por otro lado, en el ámbito de la biología y en particular, de la etología, apareció un conjunto de propuestas conocido como sociobiología (Hamilton 1964, Wilson 1975), el cual, de manera cada vez más marcada, extendió sus categorías explicativas a las conductas humanas (Wilson 1979, Alexander 1979, Barash 1979). Para los sociobiólogos, la mayoría de las conductas culturales humanas son analizables en términos biológicos, ya que su función principal es incrementar la fitness individual. Su presencia en una sociedad se debe a su carácter adaptativo (presente o pasado) y por lo tanto, no merecen un tratamiento distinto al de las conductas de los demás animales. Este enfoque se asienta en un presupuesto reduccionista según el cual la aparición de estrategias conductuales--incluidas las complejas, como el altruismo--puede ser explicada satisfactoriamente con independencia de la presencia de causas próximas psicológicas como efecto de la difusión de ciertos genes, los cuales se consideran la unidad básica de la selección.

El programa sociobiológico inicial sufrió muchas críticas, algunas tal vez injustas, y otras, en mi opinión, más justificadas. Se dijo que la sociobiología tenía matices políticos conservadores e incluso racistas (Allen et al, 1978), debido al determinismo genético que propone. Se condenó a Edward O. Wilson como homófobo y sexista por su análisis biológico de la homosexualidad y de las diferencias de género. En relación con tales críticas, concuerdo con Michael Ruse (1979, cap. 5), quien niega que las tesis de la sociobiología tengan necesariamente implicaciones éticas y sugiere que, en el caso de que las tuvieran, no serían tan negativas como sostienen Elizabeth Allen y sus colaboradores. (1) También por esta razón no nos ocuparemos aquí, en general, de cuestiones éticas, sino únicamente epistemológicas. Desde este punto de vista, las críticas a la sociobiología son más incisivas. Richard C. Lewontin (1979) observa que la teoría sociobiológica es ampliamente indeterminada, ya que no puede individuar regularidades reales entre dotaciones genéticas y conductas de forma consistente. En la misma línea, Elliott Sober (1996, pp. 297-310) denuncia el carácter no nomológico de las explicaciones sociobiológicas, que se ven así reducidas a meras descripciones de vagas correlaciones, carentes de un valor propiamente científico. Otro punto débil para ambos autores es que la teoría establece arbitrariamente una fuerte "dependencia evolutiva" (en términos de homologías o de homoplasias funcionalmente semejantes) entre nuestras conductas y las de otros animales. Para sustentar sus tesis, atribuye un carácter antropomórfico a las conductas animales y aplana las diferencias entre éstas y las conductas humanas, sin tomar en consideración que el parecido entre las dos podría ser debido a homoplasias funcionalmente desemejantes y por lo tanto, resultaría, desde el punto de vista del origen en común, engañoso (Sober 1996, pp. 314-322; Lewontin 1979, p. 8). Vale la pena notar además que, desde un punto de vista empírico, la sociobiología no logra demostrar la adaptabilidad de muchas conductas humanas, las cuales son simplemente dejadas de lado y etiquetadas sin más como conductas maladaptativas.

Como consecuencia de éstas y otras críticas (para una reseña completa véase Ruse 1979), emergieron otros programas de investigación que, aunque inspirados en mayor o menor medida en los trabajos de Wilson, intentaron ir más allá de las posiciones más reduccionistas. En el ámbito de estas propuestas podemos distinguir dos clases de enfoques que, aunque heterogéneos, están ligados por cierta inspiración metodológica: por un lado se encuentran los que llamaré enfoques de extensión, los cuales proponen una ampliación de las categorías de la selección natural a las conductas culturales manteniendo la base biológica como referencia material (cfr., por ejemplo, Lumsden y Wilson 1981, Tooby y Cosmides 1992, Richerson y Boyd 2005); por otro lado se ubican los enfoques por analogía, que consideran que cualquier proceso que muestre características selectivas compatibles con el modelo darwinista puede analizarse independientemente del sustrato biológico (Dawkins 1976, Dennett 1995). Mi objetivo en este artículo es criticar el segundo tipo de enfoque (parecido al que adoptan ciertos epistemólogos evolutivos) basándome en la incompatibilidad entre dos principios teóricos que, implícitamente, lo fundamentan. Me centraré en particular en el análisis de la teoría memética (Dawkins 1976, 1993; Dennett 1995, 2006; Blackmore, 1999), argumentando que, si aceptamos sus presupuestos, nos convertimos en víctimas de un problema bastante conocido en filosofía de la mente, a saber, el de la exclusión causal (Kim 1993, 1998). Sin embargo, mi crítica quiere ser, en términos más generales, una advertencia metodológica sobre cómo no deberíamos interpretar el evolucionismo en el ámbito cultural, independientemente de una teoría específica. De acuerdo con esta idea, en la última parte del artículo ofreceré algunas indicaciones sobre los enfoques de extensión y sobre cómo, sin repetir los errores de la memética, pueden explicar los procesos selectivos en múltiples niveles.

  1. Enfoques por analogía y memética

    La expresión "enfoques por analogía" se deriva del análisis de Ruse (1986) de las perspectivas evolucionistas de Stephen Toulmin, Karl Popper y Donald T. Campbell, que aquí llamaré "epistemologías evolutivas clásicas" (2) para diferenciarlas de desarrollos más maduros en este ámbito (cfr. Hull 1988). Estos autores, en su intento de aplicar los conceptos darwinianos a dominios no estrictamente biológicos, no tratan de abarcar todas las categorías de lo cultural, sino solamente la ciencia, entendida como el producto cognitivo más elevado del ser humano. Proceden por analogía en el sentido de que individúan, en los procesos de desarrollo científico, entidades discretas (las teorías) y dinámicas de selección (por ejemplo, las "conjeturas y refutaciones" popperianas; Popper 1962, 1972) respectivamente análogas, en su opinión, a las unidades orgánicas y a las presiones adaptativas. A partir de eso, fundamentan sus tesis por medio de una doble estrategia. Por un lado, minimizan el aspecto intencionalmente dirigido, aparentemente progresivo, de la evolución científica, comparándola, en la medida de lo posible, con un mecanismo de retención selectiva de hipótesis avanzadas aleatoriamente (Campbell 1974b). Por otro lado, sostienen que las variaciones genotípicas a partir de las cuales se desarrollan los procesos evolutivos naturales no son tan casuales como se podría pensar, sino que son parcialmente dirigidas (Popper 1974). De acuerdo con Ruse, estos modelos fracasan porque, por más que intentan identificar los dos procesos, no consiguen demostrar la existencia de un isomorfismo, ni siquiera aproximativo, entre las entidades y los mecanismos que definen la teoría de la selección natural y los que postulan las epistemologías evolutivas. De manera que la analogía se reduce...

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