Salvador Rocha Díaz

AutorJosé Contreras Mantecón y José Juan Janeiro Rodríguez

Tuvimos el privilegio de conocer a Salvador Rocha Díaz en muchas facetas de su historia. Fue el mejor de los socios. Sin duda alguna, un líder para todos los que lo rodeaban. Además, fue nuestro cliente, rubro en el que, curiosamente, él mismo resolvía los asuntos que nos encomendaba. Siempre nos inspiró un gran respeto y una profunda admiración, pero sin duda nos quedamos con lo mejor que tenía Salvador: su amistad, su simpatía y su agudo pensamiento siempre tendiente a ayudar a los demás.

Fue sobre todo un excelente consejero y amigo, un hombre excepcional. Pensamos que la mejor manera de definirlo es como un coleccionista de hazañas judiciales y un aventurero de la vida.

Conocedor como pocos de las distintas ramas del Derecho y dotado de una simpatía natural que resultaba difícil, para quien no compartía sus ideas, resistirse a su carisma. Imbuido con la autoridad de quien ha estado en todas las trincheras, su grandeza provenía del respeto con el que escuchaba los puntos de vista de sus colaboradores y de saber reconocer el mérito de una propuesta o idea a quien la hubiera gestado, ya fuera un humilde pasante o un abogado de reconocido prestigio.

Era obsesivo del orden. Anotaba todo: cada palabra, cada oración y cada idea quedaban plasmadas a tal grado que en muchas ocasiones prefería compartir sus notas de las reuniones en lugar de que los participantes se llevaran las propias.

No es difícil recordar las innumerables juntas de trabajo que sostuvimos con él en las que no comenzara con una anécdota o con un comentario que nos arrancara risas. Y es que Salvador Rocha Díaz no entendía el ejercicio de la profesión como una carga, sino como una diversión; por eso era tan buen abogado: porque amaba su profesión, gozaba litigar y enfrentaba las crisis de sus asuntos con una naturalidad que a todos los demás nos inspiraba una gran confianza y una enorme seguridad.

Era muy común llegar a su despacho y ver cómo en su escritorio se formaban pilas de asuntos y expedientes listos para ser estudiados; devoraba todos, leía hasta la última palabra...

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