La salud y la enfermedad en el templo de Asclepio

AutorDolores Escarpa
Páginas201-236
La salud y la enfermedad en el templo de Asclepio.
(De Hipócrates a Galeno)
Dolores Escarpa
La medicina de nuestros días, a pesar de hallarse tan desarrollada, es, por su es-
pecialización rigurosamente profesional, algo completamente distinto de la cien-
cia médica antigua.
W. Jaeger: Paideia. Los ideales de la cultura griega.
MEDICINA HIPOCRÁTICA: ¿QUÉ HACEMOS CON LA «CUESTIÓN HIPOCRÁTICA»?
omo suele ser habitual en el quehacer del historiador de la ciencia, el acceso
a los textos y a los paisajes filosóficos de la medicina hipocrática comienza
con una pregunta aparentemente básica que, sin embargo, parece irresoluble.
Nos referimos, claro está, a la famosa «cuestión hipocrática», que pretende determinar
qué textos del Corpus Hippocraticum (C. H.) fueron escritos por el supuesto padre de
la medicina griega o, lo que es más notorio aún, de la primera medicina científica. Ni
siquiera podemos estar seguros de que, en la colección que lleva su nombre, tengamos
un solo tratado escrito efectivamente por el más famoso de los asclepiadas.1 Del pro-
pio Hipócrates tampoco sabemos mucho. Parece ser que nació en la isla de Cos alre-
dedor del año 460 a. C. y que era, por tanto, diez años más joven que Sócrates.
En efecto, nadie sabe cuáles de los 53 textos médicos que acabaron reunidos —en
forma de papiros— en la biblioteca de Alejandría2 proceden de la mano de ese famoso
médico contemporáneo de Platón y de Demócrito llamado Hipócrates. De hecho, pese
a que la corriente de pensamiento científico y filosófico a la que adjetivamos de «hi-
pocrática» acontece en los siglos V y IV a. C., algunos de los «Tratados Hipocráticos»
fueron escritos en el siglo II d. C. Pero esta pequeña dificultad histórica no debe desa-
nimarnos. De hecho, nos libera de muchas disquisiciones interminables, y nos permite
zambullirnos sin más en los contenidos concretos de los textos «hipocráticos». Desde
allí intentaremos delinear un supuesto paisaje filosófico común a todos ellos, y señalar
en sus planteamientos metodológicos (explícitos o implícitos) lo que la medicina hipo-
1 C. García Gual, Tratados Hipocráticos, p. 27.
2 Los filólogos de la biblioteca de Alejandría recopilaron en el siglo III a. C. una serie de obras anti-
guas que encontraron en el archivo de la escuela de medicina de Cos.
C
202 ÁTOMOS, ALMAS Y ESTRELLAS
crática tiene de «moderna» o —lo que desde un punto de vista epistemológico viene
a ser lo mismo— de ciencia experimental.3
La atalaya científica y cultural desde la que propondremos al lector de hoy esta
relectura de la medicina hipocrática será, por una parte, su pasado. Y por tal no nos
referimos tanto a la medicina homérica, cuanto a la propia filosofía presocrática. Por
otra parte, no podremos evitar que nuestros pies se mantengan en todo momento sóli-
damente apoyados en los principios que la moderna epistemología propuso, ya en el
siglo XIX,4 a toda medicina que quisiera erigirse en «buena ciencia». Será desde esta
situación privilegiada que nos proporciona nuestro lugar en la historia desde donde
analizaremos si la nueva senda por la que se adentraron con paso decidido los médicos
griegos conducía realmente a la Arcadia soñada —y para muchos imposible— de una
medicina científica.
Vamos a comenzar, pues, examinando qué le debe la medicina hipocrática a la
filosofía y, a la inversa, qué ideas toman Platón y Aristóteles de la medicina hipocráti-
ca para construir sus sistemas metafísicos.
HIPÓCRATES Y PLATÓN: ¿QUIÉN FUE PRIMERO? LA DEUDA DE LOS MÉDICOS
CON LOS FILÓSOFOS
Todos los autores coinciden en señalar la existencia de un abismo cualitativamente
insalvable entre la nueva medicina científica ejercida por los griegos y la «medicina
homérica» primitiva, plagada de supuestos mágicos y religiosos, que se practicaba con
anterioridad a ellos. Jaeger, por ejemplo, sostiene que las ideas fundamentales de la
medicina hipocrática siguen imperando en nuestros días, pues «la medicina se basa
desde entonces en el conocimiento de las reacciones, sujetas a leyes, del organismo
frente a los efectos de las fuerzas que rigen toda la naturaleza».5 En efecto, con la
irrupción en ciencia del concepto fundamental de la metafísica presocrática, el de Phy-
sis (Naturaleza), el médico griego se ve epistemológicamente armado para hacer de
su disciplina una auténtica ciencia en el sentido planteado por Jaeger. A partir de aho-
ra, la medicina construye su objeto partiendo de la premisa de que el hombre —tanto
sano como enfermo— es un producto natural más, regido por las mismas leyes inva-
riables que afectan a todos los objetos naturales. La tarea del médico sólo puede con-
sistir en descubrir dichas leyes, esto es, en determinar cómo los agentes causales pro-
pios de la naturaleza en general interactúan de hecho con la physis propia del hombre,
bien sea alterándola (enfermedad) o contribuyendo a su salvaguarda (salud). Todo el
3 C. García Gual: «Al margen de que se atribuya, con mayor o menor crédito, un opúsculo concreto
al mismísimo Maestro de Cos, podemos distinguir en la colección las trazas de una teoría y un método
que podemos calificar de “hipocráticos”», op. cit., p. 31.
4 Con la obra de Claude Bernard.
5 W. Jaeger, Paideia, p. 28. Las críticas a la interpretación de Jaeger hacen hincapié en la falta del
ideal cuantificador que, en nuestra cultura, resulta inseparable del de ley.
LA SALUD Y LA ENFERMEDAD EN EL TEMPLO DE ASCLEPIO 203
contenido de los tratados hipocráticos se puede entender como la aplicación de estos
supuestos al tratamiento de la enfermedad y al mantenimiento de la salud. Con el fin
de establecer una cartografía más precisa del marco ontológico que toman los médicos
griegos de los filósofos presocráticos, vamos a examinar a continuación cómo entien-
den la physis humana los científicos de Cos.
Los médicos hipocráticos toman de la metafísica pitagórica dos hipótesis funda-
mentales sobre las que asientan la posibilidad misma de su nueva techné (arte). La
primera consiste en entender los organismos vivos como un microcosmos análogo en
todo al macrocosmos en que consiste el universo. La segunda se refiere a la existencia
de una organización formal en ambos ámbitos de la realidad, expresable en términos de
relaciones matemáticas. La influencia de estas hipótesis en la construcción de lo que
acabará siendo la física moderna ha sido ampliamente analizada en multitud de obras
de filosofía e historia de la ciencia. Menos seguido ha sido, sin embargo, su rastro a
lo largo de la historia de las teorías biológicas. Y en el caso que nos ocupa, es preci-
samente esta concepción pitagórica de la naturaleza y de la ciencia lo que explica que
la categoría ontológica de armonía o equilibrio adopte un papel tan relevante en la
medicina griega. El buen médico no es, por tanto, un simple empirista que recopila
observaciones y experiencias y sabe cómo curar al enfermo gracias a lo aprendido por
ensayo y error. Muy al contrario, el buen médico es el que conoce la physis del hom-
bre (esto es, la naturaleza humana), sabe que dicha physis no es una realidad simple,
sino compuesta (de múltiples cualidades opuestas entre sí), y conoce en qué propor-
ción deben encontrarse dichas fuerzas para que su equilibrio y armonía se expresen
adoptando la forma de un cuerpo sano. Poco sabemos acerca de las sospechas que en
los clínicos griegos debía despertar la precariedad ontológica de dichas «fuerzas» o
«cualidades», pero han llegado hasta nosotros fragmentos de textos de Alcmeón de
Crotona (siglo V a. C.) en los que la salud se atribuye al equilibrio (isonomía) entre
estas fuerzas opuestas (húmedo, seco, frío, caliente, amargo, dulce, etc.).6 La enferme-
dad, por su parte, aparece en el momento en que alguna de ellas predomina sobre las
demás, estado éste denominado monarchía por el genial médico pitagórico Alcmeón.7
El recurso a hipótesis extraídas de la metafísica pitagórica no debe hacernos ver a
Alcmeón como a un erudito alejado de la cabecera del enfermo. Muy al contrario,
nuestro médico entendía que la práctica clínica exigía información empírica de prime-
ra mano, y su afán experimental le llevó incluso a hacer descripciones minuciosas de
6 Alcmeón renunció al ideal jonio de la búsqueda de los principios para centrar su modelo explicativo
en las cualidades. Se trata de una categoría ontológica más próxima a la fisiología que a la anatomía. Más
adelante veremos cómo las cualidades (dynameis) deben ser entendidas como estímulos capaces de pro-
ducir en el organismo una determinada reacción. Ambas teorías se fusionaron cuando se atribuyó a cada
elemento una cualidad: lo seco a la tierra, lo húmedo al agua, lo frío al aire, y lo caliente al fuego. Cf.
M. D. Lara, Tratados hipocráticos I, p. 129.
7 Las resonancias políticas y sociológicas de esta teoría médica son señaladas por C. U. M. Smith,
El problema de la vida. Ensayo sobre los orígenes del pensamiento biológico, p. 69.

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