Problemática de la educación jurídica en México

AutorYadira Aideé Huerta Reyes
Páginas14-21

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Existen diversas hipótesis sobre la manera como podría resolverse la problemática de la educación jurídica de nuestro país. La que proponemos a continuación se basa en el establecimiento de valores.

Iniciemos con temas tan trillados y tan socorridos como el impulso del desarrollo sociocultural a través del desarrollo económico. Enfoquémonos única y exclusivamente en considerar que aplicando políticas públicas eficientes que fomenten la superación de las condiciones de pobreza y atraso que padece nuestra nación, vamos a obtener un desarrollo considerable, digno de ser alabado por propios
y extranjeros, sin tomar en cuenta que dicho desarrollo conlleva no sólo la inyección de capital en un determinado núcleo social, sino el compromiso de fomentar mecanismos de ayuda, de cooperación, de reconocimiento, de capacitación y de solidaridad con todos los pueblos que
se encuentran marginados y que no son tomados en cuenta por quienes nos encontramos en un mejor nivel económico
y sociocultural, porque los consideramos menos importantes y, erróneamente, menos productivos.

Dicha situación es de suma importancia para sembrar la idea de que, reconociéndonos como una nación única (unida y sin rasgos de discriminación), podemos salir adelante, adoptando a contrario sensu el proverbio militar que sirve de estrategia para ganar batallas y que se basa en la división del enemigo para obtener
la victoria sobre él. Es necesario pensar que formamos un todo si no queremos estar más divididos de lo que ya estamos. Necesitamos identificarnos como iguales, pues a partir de la igualdad se fomenta el respeto mutuo y la empatía con los demás.

Lo anterior no quiere decir que debamos desechar la idea del desarrollo como tal. Por el contrario, tratar de lograrlo es muy loable, si realmente nos abocáramos a buscar y a fomentar las medidas necesarias para alcanzarlo, no sólo pronunciando un discurso de buenas intenciones, que demagógicamente se dirija hacia organismos e instituciones culpándolos de lo que no somos capaces de llevar a cabo por nuestra cuenta, pues, indudablemente, sostenemos que la educación es un mecanismo de desarrollo social con el cual se puede alcanzar la equidad entre los individuos que han obtenido determinado nivel educativo, sea a nivel nacional o internacional.

Existen jóvenes que malbaratan la profesión al egresar de la carrera sin el menor entusiasmo y con escaso conocimiento, contratándose por un sueldo bajo, en virtud de la sobreoferta de trabajo que genera la profesión jurídica.

Sin embargo, en nuestra sociedad la educación pareciera ser una cuestión de suerte. Si uno nace dentro de un determinado esquema sociocultural, en el cual los padres se preocupan por el desarrollo educativo de sus hijos (sea por convicción personal o por el que dirán si no los atienden de manera adecuada), podríamos hablar de que los menores en cuestión obtuvieron la lotería o de que desde su nacimiento dieron un buen golpe de suerte y por lo tanto su futuro educativo está garantizado.

La pobreza en la educación no es un fenómeno que se debe aceptar, como dijeran algunos, sino un hecho que se debe combatir a través de diversos actos, como la propia voluntad de quien la padece, mediante procesos de cooperación comunitaria, de solidaridad familiar y social, del fomento de estímulos deportivos, sociales y culturales, que sirvan de impulso a los deseos de quienes desafortunadamente creen que no pueden obtener una mejor educación. Debemos dejar de pensar que la falta de recursos es una condición que impide el crecimiento intelectual, moral y ético. La pobreza no puede ser un obstáculo en la educación; si acaso podemos considerarla un bache que a algunos les cuesta más trabajo saltar que a otros, pero al fin y al cabo debemos verla como una pequeña piedra que, lejos de impedir continuar en el camino hacia la educación, sólo muestra los rubros que hay que sanear y mejorar.

No debemos vivir en la mediocridad educativa. Conformarnos con el “más o menos” implica estancarnos en lagunas mentales que nos impiden arriesgarnos
a explorar más caminos que los que nos han marcado aquellos que no promueven la superación del ser humano, sino su subyugamiento. Qué contradictorio resulta obstaculizar el camino de aquellos individuos con los que convivimos, a quienes tratamos, con quienes trabajamos, sea en un plano superior o inferior, jerárquicamente hablando, ya que mientras más obstáculos pongamos, menos reconocimiento obtendremos de ellos. ¿Qué comunicación puede existir entre individuos que no se entienden y con quienes no podemos darnos a entender?

Tan importante es la búsqueda y la obtención de un mejor nivel cultural personal, como poder brindar dicha educación
a los demás, para construir una comunicación que permita entendernos y convivir.

Se han establecido políticas públicas e incluso consensos privados para que en la educación formal los alumnos puedan validar a los maestros, pero, ¿con qué criterios se puede obtener tal validación? ¿En qué

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nivel educativo debemos considerar a los alumnos capaces de valorar a sus maestros? ¿Quiénes establecen los rangos para hacerlo? ¿Qué validez y confianza nos brinda la institución que contrató a maestros mal calificados? ¿Bajo qué rango los consideró aptos para impartir clases?

Si lo que se pretende con dicha evaluación es conocer el nivel académico y pedagógico de los profesores que imparten clases, quienes deben valorar sus conocimientos, su trabajo y su desempeño debe ser personal capacitado, y no delegar dicha responsabilidad en los aprendices, quienes por simpatía, agrado...

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