Memorias de mujeres. Un trabajo de empoderamiento

AutorMaría Herminia Beatriz Di Liscia
CargoInvestigadora adscrita al Instituto Interdisciplinario de Estudios de la Mujer, Facultad de Ciencias Humanas, Universidad Nacional de La Pampa, Argentina.
Páginas44-69

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Consideraciones iniciales

Desde hace varios años estudiamos la caracterización de la identidad política y los procesos de constitución de la ciudadanía femenina.1 Para esto, buscamos rescatar la memoria y conocer cómo se ha construido en torno a sus experiencias y a las coyunturas políticas a nivel provincial o nacional.

Un importante número de entrevistas y observaciones acumuladas a lo largo de más de diez años provee de una base empírica que –aunque parcial y no unificada– permite apoyar la argumentación que se presentará a lo largo de este trabajo.2 Se tomarán además, fragmentos de relatos de otras investigaciones.3 El recorrido que nos proponemos realizar supone no sólo identificar prácticas sociales, sino desentrañar cómo son significadas a través de: la relación entre lo “expresado” y lo “vivido”, la apropiación de ideas con sus efectos en el discurso, así como las imágenes y los recuerdos.

No se trata ya sólo de reproducir unos discursos y unos saberes específicos de las mujeres, ni tampoco de atribuirles poderes olvidados. Lo que hay que hacer ahora es entender cómo se constituye una cultura femenina en el interior de un sistema de relaciones desigualitarias, cómo enmascara los fallos, reactiva los conflictos, jalona tiempos y espacios y cómo piensa, en fin, sus particularidades y sus relaciones con la sociedad global.4 La búsqueda de la participación femenina en acontecimientos políticos, junto al compromiso de “dar la voz” a quienes han estado ancestralmente ocultas y marginadas en su expresión, implica una continua tarea de recolección y análisis constante con testimonios orales que remiten a memorias. Rescatar y reconquistar la memoria, posibilitar la palabra, así como contribuir a develar identidades, son tópicos que tienen una enorme vigencia al encontrarse en expansión desde diferentes perspectivas.

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La emergencia de nuevos sujetos de la historia y el desarrollo de los estudios de género en sus distintas miradas abrió la posibilidad –más bien la necesidad– de recurrir a nuevas técnicas y revalorizar otras antes calificadas como pre-científicas. Así, sujetos/as antes inadvertidos/as y nuevos temas, admitieron, desde el plano metodológico, un auge de las fuentes orales y reivindicaron el valor del abordaje cualitativo en sus diversas formas y aplicaciones. Un área particularmente sensible y fructífera para ahondar en las memorias es la de los movimientos sociales, en los cuales el registro y las experiencias individuales se cimientan en el contacto con el conjunto. Surge así el interés por las identidades colectivas, su construcción y sus memorias.

Las vivencias bajo regímenes de opresión, totalitarios y recuerdos de las guerras han emergido como un tema de estudio y análisis de las distintas ciencias sociales. América Latina no es una excepción. Un importante conjunto de investigaciones recientes bucean en lo profundo de las identidades y de la memoria durante la represión de gobiernos militares. Dentro de estos, nos interesan particularmente aquellos que intentan vislumbrar los modos, circunstancias y aspectos de la memoria que relatan las mujeres.5

¿Cómo se constituye una cultura de las mujeres dentro del patriarcado? Lugar tradicional en el que los significados se han creado dentro de relaciones de subordinación, donde ha sido difícil elaborar términos propios. Para el feminismo este ha sido un tema central de preocupación de lingüistas, filósofas e historiadoras. La cultura se crea, recrea y almacena, se guarda a partir de códigos particulares, aprendidos y recurrentemente enseñados en la socialización. Los estudios de la memoria articulan lo individual y lo social, puesto que remiten a lo que la sociedad ha plasmado en el pasado en una persona, cómo y qué le ha enseñado, cómo la ha condicionado o qué le ha posibilitado recordar, cómo significa el presente a partir de lo vivido.

La socialización supone procesos de inclusión y exclusión (de significantes, de símbolos, de espacios, de proyecciones y proyectos) en relacio-Page 46nes de poder más o menos explícitas. Así, la memoria es el resultado de específicas y particulares posibilidades de ser, de recordar, construye y se construye a partir del autoreconocimiento y valoración. Esto último es particularmente relevante al estudiar memorias de mujeres.

Sobre el concepto de memoria: ¿memoria o memorias?

Paradójicamente, la memoria ha estado olvidada. Los estudios académicos sobre memoria, memorias y sus componentes, recién en los últimos años han comenzado a “revisitar” autores y corrientes teóricas en la búsqueda de su tratamiento. Los aportes de Maurice Halbwachs se han redescubierto y son tomados como inicio de análisis anclados en diferentes apropiaciones del pasado.

Desde el campo de la historia, Pierre Nora crea el concepto de lieux de memoire que conjuga las conmemoraciones que se desenvuelven en un espacio oficial nacional, en el que se identifican fechas, fiestas, ritos, héroes, gestas:

lieux de memoire no se reduce a objetos puramente materiales, sino que es una noción abstracta, de dimensión simbólica, destinada a desentrañar la dimensión rememoradora de los objetos, que pueden ser materiales, pero sobre todo inmateriales (…) Se trata de comprender la administración general del pasado en el presente (…) Lo que cuenta, repetimos, es el tipo de relación al pasado y la manera en que el presente lo utiliza y lo reconstruye, los objetos no son más que indicadores y signos de pista.6

Así, se advierte que, nuevamente de manera paradójica el pasado no ha pasado y, como plantea Regine Robin; “el pasado no es libre, el pasado del pasado está fijado. El pasado es controlado, gestionado, conservado, explicado, contado, conmemorado, magnificado o envilecido, guardado”.7Con ello se crea y alimenta la “memoria colectiva”, entendida ésta como una absorción/asimilación del pasado que se almacena a través de imágenes, gestos, consignas, disposiciones corporales.

Junto a la cronología, hay una subjetividad del tiempo que remite a procesos; a vivencias de hombres y mujeres concretos/as que actúan y sufren, a sus instituciones y organizaciones en los que “los sentidos de laPage 47temporalidad se establecen de otra manera: el presente contiene y construye la experiencia pasada y las expectativas futuras. La experiencia es un pasado presente cuyos acontecimientos han sido incorporados y pueden ser recordados”.8 La memoria colectiva se elabora a partir de asociaciones y movilizaciones ancladas en sentidos preexistentes. Constituye un espacio complejo e impreciso en el que coexisten olvidos compartidos y proscriptos, recuerdos espontáneos y prescriptos, fantasías y utopías.

La sociología durkheimiana entendía a la memoria (dentro de los componentes de la conciencia colectiva), como hecho social que otorgaba integración e identidad a individuos y grupos y su desarrollo estaba muy extendido en las sociedades tradicionales. En esta misma línea, otros teóricos clásicos de la sociología sostuvieron la idea de que la sociedad moderna iba abandonando progresivamente la tradición, por eso, la influencia del pasado sobre el presente era algo sin demasiado interés, la memoria era un rasgo de sociedades primitivas que debía desaparecer en la modernidad.9

Durante el siglo XIX, la profusión de autobiografías, diarios, memorias y epistolario de autores (sobre todo varones) reflejan la vida cotidiana y la moral burguesa, la afirmación del individualismo y “los límites de lo prohibido o permitido, así como las incumbencias de los sexos”.10 Frente a esa esfera subjetiva, se delimita el espacio público, donde se afirma la sociedad estatal, se diferencia del privado propio de la sociedad civil. La memoria se va constituyendo en un asunto público con el objeto de aglutinar identidades en la compleja sociedad industrial.

Los teóricos de la posmodernidad han otorgado a la memoria un papel central, pero frecuentemente la han utilizado ahistóricamente, perfilan pronunciadas discontinuidades entre los estados de memoria modernos y posmodernos. Muchos de estos autores consideran tal ruptura del sentido de continuidad como característica de una sociedad, excesivamente influida por instituciones y medios de comunicación en comparación con épocas anteriores. En las últimas décadas del siglo pasado, ha comenzado a diferenciarse entre historia y memoria:

Historia entendida como un saber acumulativo con sus improntas de exhaustividad, de rigor, de control de los testimonios, y por otra parte, la memoria de estos hechos cultivada por los contemporáneos y sus descendientes. Si bien sePage 48ha podido plantear una distinción de conjunto entre la disciplina científica y la construcción social del recuerdo, ha sido menos fácil precisar sus inevitables relaciones.11

El mundo contemporáneo defiende un estilo de vida en el que el cambio acelerado, lo transitorio y fugaz son valores indudables. Paradójicamente (de nuevo), los procesos y estudios de la memoria se encuentran en auge.

La revisión, enjuiciamiento y reconstrucción de hechos de regímenes dictatoriales y represivos ha motivado, en el mundo occidental fundamentalmente, una revitalización de estudios, procesos de recuperación de documentos, lugares y testimonios. Por otra parte, el rescate de acontecimientos y gestas protagonizados por grupos y comunidades marginados, dominados y silenciados, han marcado líneas de trabajo de descubrimiento y fortalecimiento de la identidad y su valorización. Nos interesa especialmente desarrollar esta última perspectiva, es decir, situarnos desde el lugar...

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