El isomorfismo antropológico de los múltiples imaginarios

AutorPablo Lazo Briones
Páginas140-156
CrítiCa del multiCulturalismo, resemantizaCión de la multiCulturalidad
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El isomorfismo antropológico de los múltiples imaginarios
“Frente a la enorme actividad de la
sociedad científica e iconoclasta, he aquí
que esta misma sociedad nos propone
los medios de recobrar el equilibro: el
poder y el deber de promover un intenso
activismo cultural”.
durand, g.,
La imaginación simbólica.
El intenso activismo cultural propuesto por G. Durand como compensación del pen-
samiento tecno-científico y sus abusos, hoy sólo puede plantearse en términos de
dinámica imaginaria intercultural en nuestras esferas sociales multiculturales.
Las condiciones de tal dinámica intercultural o culturalmente entrecruzada de los
imaginarios, quiero sostener aquí, ya están presentes en la propuesta más original del
pensador francés, ya sea en la forma de un “ecumenismo humanista” de talante au-
tocrítico que es resultado de la investigación, ya sea como núcleo del procedimiento
mismo de desarticulación y posterior reconstrucción del sentido en las modalidades
de una hermenéutica de la sospecha seguida de una hermenéutica restaurativa o ins-
taurativa, que Durand toma de P. Ricoeur (véase infra cap. IV) y enriquece desde la
noción de imaginarios culturales en interacción productiva.
La idea central radica en la explicación, que en ocasiones es francamente apolo-
gética, de los imaginarios culturales como despliegues de una función antropológica
universal que persigue la “equilibración social”, ínsita de los múltiples entornos y
tiempos, contextos y épocas culturales. Frente a las disociaciones entre la actitud
racionalista de dominio frente al mundo (el régimen diurno) y la actitud de simboli-
zación del sentido que quiere integrarse al mundo (el régimen nocturno), la función
del imaginario, sostiene, es mediadora, articulante o equilibrante. Esto quiere decir
que media o equilibra gran parte de las urgencias, para decirlo con una fórmula
nietzscheana, de la voluntad de dominio de Occidente, con dimensiones simbólicas
de otras culturas olvidadas o negadas. Pero también restablece el equilibrio, en la
cartografía psíquica de todo individuo, entre la oscuridad del inconsciente y la clari-
dad de la conciencia. En fin, se trata de la función general de equilibrio antropológi-
co que se manifiesta en la formación de símbolos “en todos los sectores y en todos
los entornos de la actividad humana”, y por ello se proyecta desde una teoría general
la experienCia multiversal de lo humano y su aCCeso por la antropología simbóliCa
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de lo imaginario.13 Esta teoría despliega tanto las condiciones estructurales (trascen-
dentales en clave neokantiana) de la operación sintética de la imaginación, como, y
esto es lo que más interesa para el objetivo de una reconstrucción de los imaginarios
múltiples, una crítica sobre las relaciones entre los grupos culturales, es decir, una
fundamentación reflexiva de las relaciones ético-políticas dadas entre ellos para pro-
vocar una nueva interacción más allá del “racismo cultural” que sufrimos hoy día.
El primer resultado sostenido por Durand, pues, consiste en plantear que la ima-
ginación es una función trascendental (en el sentido más propiamente kantiano, aun-
que, veremos, con cierta distancia crítica clave), propia de la especie humana, que
conecta íntimamente racionalidad y percepción empírica del mundo, y que por tanto,
a despecho de lo que pretende la teoría epistemológica clásica, no está desprovista de
una carga de realidad, combate, pues, esa teoría que da predominancia a la raciona-
lidad como acceso a lo real, y “que distingue el consciente racional de otros fenóme-
nos psíquicos, y en particular de los sectores subconscientes de lo imaginario”.14 No
hay tal estratificación irreductible: el imaginario, de hecho, es soporte de esa “estruc-
tura polarizante particular” que es el racionalismo, que en todo caso tiene carácter
derivado. El imaginario, agrega Durand, ya no es considerado déficit, o prehistoria
del verdadero pensamiento, y menos aún su fracaso o desviación. Su dinámica es de
“tensión de dos fuerzas en cohesión”: día y noche; conciencia e inconsciente; per-
cepción clara y atemorizante de la guerra, la muerte y el sufrimiento humano y con-
ciliación con el sentido del mundo en paz; construcción racionalista e impositiva del
mundo e integración no impositiva vía lenguaje mítico y simbólico con el mundo.
Para llegar a este resultado dialectizado, Durand ha llevado a cabo una aguda
crítica de las teorías simplificadoras o reductoras de la imaginación, en primer
lugar, de las que defienden que se trata de una simple preparación para el concep-
to puro, ya que la imagen es considerada una percepción debilitada o un híbrido
equívoco de solidez de la sensación y pureza de la idea; en segundo lugar, de las
teorías que la reducen a mera rememoración (Bergson) o que cosifican la imagen
en el recuerdo (Proust); en tercer término, de las que la reducen a conciencia de la
nada y declaran su pobreza esencial (Sartre) o la colocan, en un resabio de la me-
tafísica dicotómica tradicional, por debajo de la “intención intelectual” (Husserl y
los fenomenólogos husserlianos). El caso es liberar la dinámica de la imaginación
de tres reducciones “monistas”: la mecanicista-asocianista, la metafórico-rememo-
rante y la “nadificante”.15 Es necesario el retorno, dice una y otra vez Durand, a una
13 Ibid., p. 94.
14 Ibid., p. 95.
15 Las estructuras antropológicas del imaginario, p. 32.

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