La integración de México a Estados Unidos: 1994-2010, una estrategia fallida.

AutorDávila Aldás, Francisco

The Integration of Mexico into United States: 1994-2010, A Failed Strategy

Una nueva etapa de relaciones México-Estados Unidos

Las profundas transformaciones en el contexto mundial que se presentaron en el último cuarto del siglo XX se resumen en dos movimientos articulados dialécticamente: la Tercera Revolución Industrial y la globalización económica, fundados en las aplicaciones de la ciencia y la tecnología de vanguardia, así como la crisis hegemónica de Estados Unidos, que inició en 1980. (1) Después, siguió la crisis financiera de 2007, que se desbordó a lo largo de los siguientes años a nivel mundial, regional y nacional. Los analistas comparan esta última con la que sufrió el capitalismo durante los años treinta en su proceso de consolidación; respecto a la primera, incluso hoy día no se prevén sus consecuencias. (2) Lo cierto es que estos eventos han cambiado de modo rotundo el sentido de las relaciones internacionales. En el campo político y económico han surgido nuevos actores de rango medio frente a las grandes potencias, tales como Brasil, Rusia, India y China, los llamados BRIC, por sus siglas. (3) Este hecho ha repercutido profundamente en las relaciones internacionales actuales, en particular en las que México y Estados Unidos han entablado y que son el objeto particular de este trabajo.

El inicio de esta nueva etapa de relaciones puede ubicarse en la crisis de 1980, fecha a partir de la cual la visión de la Unión Americana respecto al país cambió de manera gradual, al calor de una integración informal más estrecha entre ambas economías (4) y sus sociedades, formalizada con la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) en 1994. De este modo, sus múltiples vínculos, que en la mayoría de las ocasiones no han estado exentos de conflictos, (5) se han modificado a lo largo de los últimos 16 años; asimismo, las consecuencias, que pueden percibirse en el ámbito económico, político y cultural, no siempre han sido positivas y por lo regular se profundizan. Esto nos permite otear con mayor claridad su evolución y formular sugerencias para que México saque el mejor provecho de dicha relación.

Cabe enfatizar que la evidente valla cultural y social que tendía a proteger a ambos países de una asimilación económica y sociopolítica más profunda, peligrosa para la salvaguarda de sus respectivas identidades nacionales y de sus intereses propios, se ha ido rompiendo gracias al constante impacto del American way of life sobre la población de elevados ingresos, cuyos patrones de consumo se asemejan a los del vecino del Norte. Por su lado, la derecha nacionalista ha ido aceptando, no sin reticencias, (6) el significativo aporte no sólo del comercio bilateral, sino el de la mano de obra mexicana migrante, que busca nuevos horizontes en aquel país.

No cabe duda de que el deslumbramiento del progreso tecnológico y las mejoras materiales que éste procura, así como las facilidades de trabajo, incremento del ingreso y posibilidades de mejora en el nivel de vida que el mundo estadounidense presenta, son atractivos para una amplia gama de sectores medios y profesionales mexicanos que todavía encuentran dificultades para obtener en el país mejores alternativas de vida, dado el escaso crecimiento que se ha registrado durante los últimos 30 años (7) debido a las crisis económicas recurrentes, como la de 2007, consecuencia de la recesión de la economía estadounidense, con la que realiza el 90 por ciento de sus exportaciones.

Así, el gran flujo de emigrantes mexicanos que cruza la frontera para sobrevivir o para mejorar su situación ha generado nuevos usos culturales que, poco a poco, han roto las barreras, expresadas en presiones, malos tratos y desprecio de la mano de obra barata que, sin embargo, resulta vital para ampliar la rentabilidad de los sectores agrícolas y de servicios estadounidenses.

Sobre estas bases de apoyo informal mutuo se explica el interés de Estados Unidos de favorecer una política de acercamiento, la cual condujo a una integración económica y cultural más formal y amplia a través del TLCAN y que se ha ampliado a través de otros acuerdos que, como la Alianza para la Seguridad y la Prosperidad de América del Norte, tienden a que México se involucre de manera directa en la estrategia de seguridad que el gobierno estadounidense desea fortalecer, a cambio de ayudas económicas y respaldo a sus decisiones políticas en el ámbito internacional, en particular en América Latina.

Por eso es que a nivel gubernamental los acercamientos, las negociaciones y los compromisos mutuos no sólo se han encaminado a mantener la convivencia pacífica entre ambos Estados, sino a buscar una colaboración más estrecha, tratando de complementar ambas economías. Limar asperezas fue un proceso difícil para ambos gobiernos: por ejemplo, políticos y economistas de Estados Unidos hicieron duras críticas a las viejas instituciones socioeconómicas mexicanas, asentadas sobre un estatismo económico promovido por un régimen autoritario y antidemocrático, reacio a poner en marcha reformas de fondo en ambos planos.

Estos actores percibían que la apertura gradual de la economía a la competencia mundial y la siempre dilatada modernización política jugaban a favor de la ineficiencia y la corrupción, que no sólo minaban la economía, sino que afectaban el consenso social, ya resquebrajado por el creciente deterioro de los niveles de vida de la mayoría de la población o que amenazaban con una desestabilización en términos políticos (8) que no era funcional para los intereses de ambos países. Esto hizo más fácil el cambio de perspectiva, aunque también influyó la decisión del gobierno mexicano de realizar ajustes radicales en la estructura de la economía no sólo para salir de la crisis, sino para adecuarla a una inserción más dinámica en el marco de la competencia mundial.

En la relación predominó la cordialidad, la amistad y el diálogo prácticamente desde noviembre de 1988, cuando se realizó el primer encuentro entre los presidentes electos de ambos países en Houston, hasta su último encuentro en Monterrey en noviembre de 1990. Esto dio lugar a una cooperación más estrecha. El desahogo económico que México experimentó al pasar de la crisis económica de los años ochenta a la crisis de la deuda (9) se debió a la implementación del Plan Brady, (10) en el cual fue fundamental el apoyo de Estados Unidos. Los conatos de conflicto por la invasión de la Unión Americana a Panamá y por el problema del narcotráfico fueron manejados con habilidad por el gobierno de México, en aras de no enturbiar el clima de entendimiento favorable para formalizar las negociaciones económicas y acelerar la integración económica de México a Estados Unidos.

La conformación del nuevo escenario internacional

Puede decirse que durante los últimos años de la década de los años cuarenta se generaron las profundas transformaciones que afloraron a partir de 1980, ya que durante aquel periodo se fue perfilando el mundo contemporáneo dentro del marco global de la hegemonía compartida de las dos grandes potencias mundiales: Estados Unidos y la Unión Soviética. En el caso de México, el desarrollo industrial con el crecimiento acelerado del país y la formación de un mercado interno ampliado marcó el éxito del llamado "modelo de desarrollo hacia dentro", el "milagro mexicano", al menos hasta fines de la década de los años sesenta, (11) cuando se manifestó la crisis agraria: el empobrecimiento del campesinado, el deterioro de las tierras y la inestabilidad social que culminó con los sucesos de Tlatelolco en 1968. (12) En la década de los años setenta el agotamiento de dicho modelo se hizo evidente, pero la liquidez internacional, resultante del exceso de dinero improductivo, alentó el negocio financiero de los países desarrollados, que vivían una etapa de depresión de sus economías y creó, en los países en desarrollo, la ilusión de que se podían corregir las fallas estructurales del sistema socioeconómico. Entonces México intentó un desarrollo económico más acelerado, apoyándose en el endeudamiento externo y en la apertura gradual al mercado mundial. Intentaba recuperar el tiempo perdido: absorber rápidamente el progreso científico y tecnológico e impulsar la innovación de modo tal que se produjeran nuevos bienes o que los ya tradicionales tuvieran menores costos y mejor calidad. Sin embargo, los desequilibrios internos y las condiciones internacionales no lo permitieron. Por el contrario, a mediados de 1982 sobrevino el colapso financiero y el estancamiento crónico de la planta industrial, obsoleta para competir en los mercados mundiales, lo que puso al desnudo las debilidades del modelo de crecimiento hacia dentro.

México era entonces un país con un sistema educativo de muy baja calidad y un sistema legal poco eficiente e incapaz de corregir usos y costumbres tradicionales, basados en la informalidad y en la corrupción que, aún a la fecha, son las principales rémoras que dificultan el desarrollo nacional en los ámbitos económico, político y social.

En el contexto internacional, el excesivo entusiasmo de acreedores y prestamistas para negociar capitales ociosos y el de los deudores para crecer vía créditos y por generar ahorro interno culminó con la sobre expansión crediticia y con la insolvencia de pagos de la deuda que México también sufrió. Sin embargo, la amenaza de la crisis del sistema financiero internacional, expresada en el incumplimiento del pago de la deuda de este país, orilló a los países industrializados (Grupo de los 7) a buscar una salida negociada, que incluiría el reconocimiento de la deuda, un severo ajuste de las economías de los países endeudados y la promesa de nuevas ayudas para pagar la deuda y luego crecer.

El gobierno mexicano no dudó en seguir el camino trazado por los acreedores y lo hizo de modo ejemplar: al principio de modo ortodoxo, (13) teniendo escaso éxito, de tal manera que se vio en la necesidad de adoptar un plan de...

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