Inclusión y homogeneidad en la valoración de la desigualdad

AutorCarlos Javier Maya Ambía; Humberto Villegas Rodríguez
CargoUniversidad Autónoma de Sinaloa, México
Páginas199-224

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Introducción

El presente trabajo tiene por objeto realizar una propuesta metodológica para el análisis de la desigualdad en los mercados. Como ejemplo para ilustrar esta propuesta se toman los mercados hortícolas de Estados Unidos, donde existe una importante presencia de México como oferente externo. Para precisar la propuesta se presentan algunos indicadores que podrían sumarse a los tradicionalmente utilizados en los estudios sobre desigualdad económica.

No es el propósito de este artículo hacer un estudio sistemático de todo lo que se ha hecho sobre el tema de la desigualdad económica. Para ello ya existen excelentes trabajos, por ejemplo los de Amartya Sen,1 a los que puede acudir quien esté interesado en conocer el tema en forma más detallada. Sobre México, también se cuenta con aportaciones de reconocidos especialistas, como Julio Boltvinik, Enrique Hernández Laos, Miguel Székely, Fernando Cortés, Rolando Cordera y Carlos Tello, entre otros.2

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Por otra parte, como queda claro en particular en los textos de Sen, la desigualdad, aunque sólo sea económica, va acompañada de una serie de ingredientes políticos, culturales e ideológicos. De tal suerte que cualquier valoración del fenómeno que pretenda ser completa y profunda, deberá tener en cuenta estos elementos. De acuerdo con esto, en el presente trabajo se hacen algunas alusiones puntuales sobre este tipo de componentes del fenómeno de interés, sin que con ello se busque presentar el estado del arte en el estudio del mismo, lo que merecería un artículo completo. Estas alusiones son sólo de carácter ilustrativo y su función es invitar al lector a acercarse al fenómeno con una mirada más amplia que la exclusivamente económica.

Así, el artículo se compone de seis partes. En la primera se hacen algunas consideraciones de carácter teórico y metodológico sobre el tema. La segunda presenta una propuesta de indicadores de lo que aquí denominamos bondad del mercado y que viene a ser una combinación de las condiciones de inclusión y homogeneidad del mismo. En la tercera se aplica la propuesta al caso de los mercados hortícolas en Estados Unidos. La cuarta parte es una comparación de los indicadores propuestos con otros que son usuales en la bibliografía sobre el tema. En la quinta se hace una clasificación de los mercados hortícolas seleccionados, lo cual viene a ser una consecuencia de la aplicación de la propuesta metodológica aquí desarrollada. Se cierra el trabajo con algunas consideraciones que resumen lo antes presentado y sugieren ulteriores aplicaciones. Por último, en el apéndice estadístico se encuentran los datos que sirvieron de base para el cálculo de los indicadores mencionados.

Consideraciones preliminares

Al observar la distribución de cualquier variable económica, por ejemplo, valor agregado, ventas, exportaciones, empleo o ganancias entre cierto número de agentes económicos, surge la pregunta: ¿qué tanto se acerca la distribución observada a la distribución óptima?, donde lo óptimo puede significar justo, eficiente, funcional, en suma, deseable desde algún punto de vista teóricamente fundado.

Asimismo, lo deseable por lo general entraña dos ideas, o una idea que conlleva dos condiciones: a) maximización de la participación de los agentes económicos, que pueden ser, por ejemplo, compradores, vendedores, empresas, regiones o países, en la distribución objeto de estudio, hasta que siga siendo provechosa para todos, y b) que las participaciones sean lo más homogéneas posible. Cuando ambas condiciones, inclusión y homogeneidad, alcanzan sus valores máximos, consideramos que el espacio económico analizado logra su más alto nivel de bondad, término sobre el que profundizaremos conPage 201 posterioridad, pues el presente trabajo busca proponer una forma de medición de dicha bondad.

La primera condición tiene un fundamento económico y político. Económicamente, se supone que un mayor número de participantes en el ámbito de que se trate, es condición necesaria para que se desarrolle la competencia en dicho ámbito, suponiendo asimismo que la competencia es necesaria para el mejor desempeño de los agentes económicos.3 Como no es nuestro propósito hacer una historia del concepto de competencia en la ciencia económica, sino sólo llamar la atención sobre la relación entre el número de participantes en el mercado y la intensidad de la competencia, queremos recordar, por ejemplo, que en la obra clásica de uno de los fundadores de dicha ciencia aparece claramente esta noción, que se ha conservado a lo largo de los siglos. En su Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones, repetidamente Adam Smith señala que la intensidad de la competencia depende del número de competidores y, además, que sólo ésta asegura el buen funcionamiento de los mercados.4 Políticamente, se relaciona el número de participantes con los principios del funcionamiento de la democracia, por lo cual es deseable que un mayor número de agentes tome parte en cualquier tipo de actividad económica. Ésta es la característica de un mercado libre, es decir, donde la libre entrada sea un derecho de cualquier agente económico interesado en participar en dicho mercado; ésta es “la competencia libre y general, que obliga a actuar de la manera más económica posible”, como sostenía Smith.5 Asimismo, un reducido número de participantes podría conducir al monopolio, causante de desajustes en la economía.6 Por otra parte, un reducido número de participantes haría sospechar la existencia de principios de exclusión, incompatibles con el sistema democrático.7

La segunda condición también tiene un sustento económico y otro político. En cuanto a lo económico, se supone que para que la competencia funcione tiene que darse entre iguales o semejantes, de manera que la emulación esPage 202 factible y la rivalidad es provechosa. En otras palabras, el incremento de las desigualdades conducirá a reducir el número de participantes, y el predominio de un reducido grupo de participantes puede desembocar en ineficiencia, toda vez que están ausentes el impulso y la motivación derivados de la rivalidad.8 Desde la perspectiva política, la existencia de marcadas desigualdades puede ser indicio de abuso de poder, de relaciones asimétricas que pueden llamarse de explotación o de despojo.

Debe subrayarse que la idea de igualdad es, como apunta Sen,9 quizá la idea más poderosa en la cultura occidental y, sin duda, uno de los principios fundamentales de la sociedad capitalista democrática. Por ello cuando Tocqueville tiene ante sus ojos a los nacientes Estados Unidos de América, escribe: “Entre los temas nuevos que, durante mi estancia en Estados Unidos, llamaron mi atención, ninguno atrajo más vivamente mis miradas que la igualdad de las condiciones. Descubrí sin esfuerzo la influencia que ejerce este primer hecho sobre la marcha de la sociedad; da al espíritu público cierta dirección, cierto giro a las leyes; a los gobernantes, nuevas máximas, y hábitos especiales a los gobernados”.10 Y cuando el perspicaz viajero apunta en La democracia en América: “La igualdad, que hace a los hombres independientes unos de otros, les hace contraer el hábito y la afición a no seguir, en sus acciones particulares, más que su voluntad”,11 nos recuerda necesariamente al capitalista libre de restricciones que busca la maximización de sus ganancias y la mejor colocación de su capital en el mercado más rentable.

En la discusión contemporánea en el ámbito de la filosofía política, el tema de la desigualdad sigue estando en primera línea. John Rawls, quien ha concebido la justicia como equidad, advierte que hay muchas clases de igualdad y muchas razones para interesarse en ella. Para nuestro propósito, resultan de interés las cuatro razones que revisa para regular las desigualdades económicas y sociales. La primera es que parece erróneo que en la sociedad haya algunas personas o mucha gente ampliamente abastecida, mientras que otros, muchos o pocos, sufren privaciones. La segunda razón para limitar las desigualdades económicas y sociales es evitar el dominio de una parte de la sociedad sobre el resto. Una tercera razón es que las desigualdades políticas y económicas promueven actitudes de deferencia y servilismo, por una parte, y de dominio y arrogancia, por la otra. La cuarta razón resulta especialmente interesante para nuestro objeto de estudio, porque en ella Rawls se refiere explícitamente a los mercados. El autor de Teoría de la justicia escribe:

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La desigualdad puede ser intrínsecamente mala o injusta siempre que la sociedad haga uso de procedimientos equitativos. Pongamos dos ejemplos: los mercados equitativos, esto es, abiertos y efectivamente competitivos, y las elecciones políticas equitativas. En estos casos una cierta igualdad, o una desigualdad convenientemente moderada, es condición de la justicia económica y política. Ha de evitarse el monopolio y sus semejantes, no sólo por sus efectos perversos, entre ellos la ineficiencia, sino también porque, sin una justificación especial, vuelven inicuos a los mercados. Otro tanto ocurre con las elecciones influidas por el dominio en política de una minoría rica.12

Sin embargo, no podemos estar en desacuerdo con uno de los más lúcidos críticos de Rawls, cuando precisa que “los requerimientos de la igualdad no pueden sopesarse debidamente sin verlos en el contexto de otras exigencias, especialmente las de los objetivos agregativos y...

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