Políticas culturales para el desarrollo en un contexto mundializado

AutorMaría Elena Figueroa Díaz
Páginas157-183

María Elena Figueroa Díaz Posgrado de Desarrollo Humano. Departamento de Psicología. Universidad Iberoamericana, Santa Fe, Ciudad de México. Dirección electrónica: mariele_67@yahoo.com.mx

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Introducción

Pensar en el desarrollo de individuos y pueblos que sea consecuente con la realidad cultural específica de los mismos, y que a la vez se desvincule de pretensiones occidentalizantes o modernizantes que intenten erradicar la diferencia que los constituye, para asimilarlos o excluirlos de la dinámica hacia el crecimiento, requiere de una reflexión en torno a los conceptos de desarrollo, globalización, y mundialización.1

En este texto partimos de la distinción entre globalización y mundialización, para desvincular los procesos globales de carácter económico y tecnológico, de las dinámicas culturales mundializadas, con dos fines básicos: el primero, afirmar que los procesos culturales no siguen las mismas dinámicas globalizantes de otros procesos, aunque sí se mundialicen, y que, por lo tanto, no se puede hablar de una identidad y una cultura globales. El segundo fin es afirmar que en el contexto en el que la globalización genera procesos de desequilibrio, marginación, desigualdad y exclusión, y en el que la mundialización provoca una mayor interconexión de individuos y pueblos,2 las políticas culturales surgen como una posibilidad real de que el estado-nación pueda crear, promover, orientar y gestionar estrategias que fortalezcan la dimensión cultural de la vida individual y colectiva que se desarrolla en su seno, así como que logre procesos de selección, resistencia y resignificación de elementos externos o ajenos de carácter “globalizado”.

Así, en la primera sección distinguimos globalización de mundialización, tomando en cuenta que son dos caras de la misma moneda, que se impactan recíprocamente y que comparten dinámicas y recursos, sobre todo de carácter tecnológico. Aquí enfatizamos el carácter no natural e inevitable de la globalización, así como la marginación y exclusión que genera su lógica. En la siguiente sección reflexionamos acerca del concepto de desarrollo, que surge cargado de un significado occidental, moderno, excluyente de lo que no entra en un esquema de progreso; asimismo, apostamos a pensar en un desarrollo que ofrezca a todos los individuos y comunidades las ventajas de la modernidad, que mejore las condicionesPage 159 de vida de los mismos, y que a la vez no comprometa la especificidad cultural de cada grupo humano.

Más adelante, apoyamos la tesis que niega la generación de una identidad y de una cultura que sean globales, dando así un peso marginal a los procesos que tienden a uniformizar culturalmente a la humanidad. A partir de una idea de cultura en tanto dimensión simbólica de lo social, en la que las formas interiorizadas o subjetivadas son las que pesan en la producción de sentido, afirmamos la diversidad cultural como un hecho no alterable, y entonces generamos la base para pensar en la necesidad de crear proyectos y procesos de desarrollo que se fundamenten en: por un lado, los procesos de mundialización de la cultura, y por el otro, en políticas culturales que surjan del estado-nación; pero que, en vez de tender a uniformizar con el fin de generar una imagen de cohesión nacional, se abran a otras instancias de creación de ideas y de toma de decisiones, que sean democráticas, plurales y respetuosas de la diferencia.

De este modo, se establece la necesidad y la pertinencia del estado como instancia que lejos de verse mermada, disminuida o desplazada por los nuevos actores globales, puede constituirse en una instancia renovada y sólida,3 cuyas decisiones y estrategias contribuyan a la conformación de espacios multiculturales, multinacionales, democráticos, incluyentes; así como consecuentes y complementarios de los esfuerzos que, desde el panorama de la mundialización, se están gestando para generar la instauración en todos los países de un nivel mayor de desarrollo humano, de libertad cultural, así como el asentamiento de las bases para pensar una ética global.

Globalización y mundialización cultural

El término globalización nos remite directamente a una idea de interconexión, influencia recíproca e interdependencia de las distintas comunidades del planeta, pero también, y ligado a ello, nos refiere a nuevas tecnologías de información y comunicación, mercados mundiales, consolidación de empresas trasnacionales, reglas globales para el comercio y las finanzas, y en general, a la dispersión cada vez más amplia de una única forma de comunicarse, de concebirse, de vivir. De igual manera, nos remite a la idea de que “…la acumulación del capital, el comercio yPage 160 la inversión ya no están confinados al Estado-nación”,4 y que la dimensión estatal, al menos en algunas partes del planeta, ha dejado de ser el eje que conforma la identidad, la cultura, las interrelaciones y las transacciones, no sólo económicas, sino también sociales.

Esto ha dado paso al fortalecimiento de instancias locales y regionales, y a su peculiaridad cultural, social e identitaria. Este cambio, para Petras, ha creado un nuevo orden mundial, con configuraciones de poder e instituciones específicas.

Se afirma constantemente que este fenómeno ha generado la multiplicación de flujos de ideas, ideologías, bienes, imágenes, tecnologías, técnicas, información, personas. La globalización puede ser entendida entonces, como: “la multiplicación e intensificación de relaciones supraterritoriales, es decir, de flujos, redes y transacciones disociadas de toda lógica territorial y de la localización en espacios delimitados por fronteras”.5 Esto trae como consecuencia necesaria una reconceptualización del espacio, la redefinición de los lazos entre identidades y territorio, así como la complejización de los vínculos más allá de la distancia: la aparición del hiperespacio, las redes, o más bien retículas, que funcionan como canales de innumerables flujos de diversa índole.

Es un hecho que el término de globalización, a ratos ambiguo, a ratos demasiado dado por hecho, pero naturalizado como fenómeno, está ligado, como hecho y como discurso, al sistema de producción y de consumo capitalista; y a la idea, aplastante en muchos sectores, de que nada ni nadie puede escapar a la lógica de mercado que la acompaña. Los defensores de la globalización asumen que el mundo entero se dirige hacia su inmersión en este fenómeno, principalmente a través de relaciones económicas globales, pero también tecnológicas y culturales.

Por otra parte, hay quienes se resisten a naturalizar y a asumir la globalización como un destino fatal que homogeneiza y devora toda diferencia. Enormes sectores rechazan conscientemente las propuestas para impulsar un proyecto globalizador; entre otras cosas, porque la lógica capitalista, los sistemas económicos y políticos neoliberales, los tratados económicos desiguales, todos ellos de la mano del sueño globalizador, generan desde hace tiempo grandes sectores excluidos, pobreza, marginación, explota-Page 161ción de recursos naturales y humanos, estos incluidos dentro de un esquema, más que global, “imperialista”, en palabras de James Petras.6 Para él, es el imperialismo el sentido negativo de la globalización, que por sí sola, no generaría tales problemáticas sociales.

Es claro que al tratar el tema de la globalización salta a la vista una visión maniquea:

que divide a la sociedad entre aquéllos que no sólo la aceptan sino que la perciben como la oportunidad más atractiva y prometedora que se le pueda presentar al mundo en el momento actual (“globalifílicos”) y quienes, en el extremo opuesto, la visualizan como una acción voluntariamente ejecutada por el círculo más estrecho de los detentadores del poder con el objetivo de fortalecer las condiciones que le permitan afianzarla a expensas de las mayorías desprotegidas e inermes ante sus embates , por lo que esta política es el peligro más inmediato pudiendo ser desmantelada mediante una acción concertada (“globalifóbicos”).7

En realidad, no es relevante tomar una posición de uno u otro bando, sino asumir una lectura crítica y selectiva, sabiendo de antemano que, sea lo que sea, la globalización es un fenómeno que sin ser “natural” e inevitable ni dejar de tener alternativa, ofrece ventajas que pueden optimizarse mediante su democratización, así como genera daños y problemas severos que afectan a las mayorías.8 Gilberto Giménez afirma sobre la globalización que:

El resultado de este fenómeno ha sido la polarización entre un mundo acelerado, el mundo de los sistemas flexibles de producción y de sofisticadas pautas de consumo, y el mundo lento de las comarcas rurales aisladas, de las regiones manufactureras en declinación y de los barrios suburbanos social y económicamente desfavorecidos, todos ellos muy alejados de la cultura y de los estilos de vida de las ciudades mundiales.9

Natural o no, inevitable o no, la globalización genera polaridades, extremos inconmensurables, realidades superpuestas que no compartenPage 162 nada salvo su mutua dependencia para poder existir: la posibilidad del tiempo real, gracias a la cibertecnología, es símbolo de la diferencia en: simultaneidad de épocas, de necesidades y problemáticas, de acceso de individuos y comunidades a recursos y posibilidades, de realidades; pero cuya diferencia no descansa en la diversidad cultural, propia de los seres humanos, sino en las radicales desigualdades que el mundo actual ha generado.

Es común que se hable de globalización para referirse a dinámicas y fenómenos no sólo económicos y tecnológicos, sino también culturales; o bien, que se hable de globalización cultural. Hay quienes, por el contrario, hablan de mundialización en tanto el...

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