Estrategia naval y politica exterior de Estados Unidos, 1890-1914 *.

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Resumen

El artículo discute la teoría de Alfred T. Mahan según la cual el poderío naval representa el factor determinante de la fuerza de una nación, y cómo tal idea llevó a Estados Unidos del aislacionismo a la intervención abierta en la Primera Guerra Mundial. En su calidad de presidente de la Academia Naval Militar de Estados Unidos, el pensamiento de Mahan influyó poderosamente sobre figuras como Theodore Roosevelt y Henry Cabot Lodge. El impacto de sus ideas puede apreciarse durante el desarrollo en el periodo 1890-1914 de una poderosa fuerza naval y avances expansionistas tales como la anexión de Hawai, la toma de Filipinas y la apertura del canal interoceánico en Panamá.

Abstract

The article discusses Alfred T. Mahan's theory that naval power represents the determining factor of a nation's strength, and how such notion led the USA out of isolationism into outright interventionism in the First World War. As president of the Naval War College, Mahan's thought strongly influenced high-ranking figures such as Theodore Roosevelt and Henry Cabot Lodge. Such impact may be seen in the development in the period 1890-1914 of a powerful naval force, and in such expansionist moves as the annexation of Hawaii, the takeover of the Philippines and the opening of the inter-oceanic Canal of Panama.

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El siglo XIX se cerró con un advenimiento que parecía ratificar aquella época de los grandes eventos y grandes incertidumbres con la aureola de la paz universal y del desarme; había, en efecto, quien soñaba que esto pudiese ser el resultado de la Conferencia de la Paz, convocada en La Haya por el zar Nicolás II en el propio umbral del nuevo siglo, pero no faltó quien, con un sentido más realista, pronosticara, aún antes que la Conferencia hubiera iniciado, un resultado totalmente opuesto. (1)

En realidad, la escena política y diplomática de la Conferencia (2) no dejaba duda de las intenciones de los gobiernos invitados a La Haya, como tampoco existían las condiciones internacionales que consintieran el logro del más mínimo acuerdo sobre un problema como el desarme, (3) ya que la situación estaba caracterizada por profundos desequilibrios de las potencias y sus intereses, y sobre todo por la crisis del sistema de alianzas y del equilibrio internacional que hasta entonces había asegurado una precaria estabilidad. La inestabilidad y el movimiento de las relaciones internacionales del decenio que va de 1890 a 1900, lejos de configurar la posibilidad de alcanzar un acuerdo, o por lo menos de definir un nuevo equilibrio o una bien definida contraposición de bloques que pudieran favorecer el acuerdo, subrayaban, por el contrario, el resquebrajamiento definitivo del viejo orden no sólo desde el punto de vista político, sino también, y en especial, económico y comercial.

En este cuadro de rápida transformación del equilibrio económico-político internacional --al cual regresaremos más tarde--, el desarrollo de las grandes potencias extraeuropeas (Estados Unidos y Japón) asume un significado importantísimo, en especial para una valoración global de la política internacional a lo largo de dos siglos. Estados Unidos representa un tema de referencia esencial, si se considera que su nuevo papel internacional estuvo acompañado, en aquellos años, por transformaciones internas de gran envergadura y, sobre todo, por la maduración de una nueva concepción política que superaba su tradicional posición aislacionista y que también se insertaba en la vieja doctrina del Destino Manifiesto, el slogan de la conquista del Oeste.

La grave crisis moral que había envuelto a Estados Unidos después de la Guerra Civil, que se expresó en la famosa política de la "camisa ensangrentada" y de los carpetbaggers en torno a los años ochenta --cuando la reconstrucción estaba en su culminación y el fervor económico se manifestaba en las grandes construcciones ferroviarias (4) y en la exploración minera, sectores que se revelaban como la estructura que soportaba el desarrollo industrial--, pareció ser superada finalmente. Un claro síntoma de esto fue la elección, en 1882, de Grover Cleveland, el primer demócrata en recuperar el cargo de presidente después de la Guerra de Secesión. Esta elección, que rompe con la cristalización de la lealtad política tradicional: marcó la superación del problema del Sur y a la vez representó una revuelta contra la corrupción propagada en los cargos públicos, lo cual aún sucedía en un cuadro político de pleno conservadurismo--del cual precisamente Cleveland era una perfecta expresión--, (6) dominado por las ideologías del darwinismo social, que daban a aquella época de cinismo el cariz de una auténtica fuente del progreso económico y social como efecto de la simple "selección natural". (7) Este era un concepto que, en el fondo, los americanos habían siempre cultivado más o menos de manera consciente, quizá en un primer momento con una acepción diferente, como "lucha del hombre contra la naturaleza", típica de la época de la frontier, pero que con la desaparición de ésta (8) se precisó en un sentido del todo opuesto, como "lucha del hombre contra el hombre". Se abría en realidad la edad del capitalismo rugiente, de las grandes corporaciones, mientras perduraba "la ilusión de que la tradición democrática hubiera sido transmitida intacta a la generación postbélica y que ésta pudiese continuar no obstante todo ...". (9)

Los profetas del New Manifest Destiny encarnaron esta confesión, proyectándola sobre el terreno de la competencia internacional, sobre la cual se manifestaba una singular coincidencia entre la razón de la historia y aquella, más casera pero igualmente irresistible, de la expansión y de la afirmación de la supremacía americana, tras la lucha por la supervivencia y el principio del laissez faire extendido a la esfera mundial. En realidad, el proceso del desarrollo económico estadounidense había alcanzado un estadio que dejaba ya entrever aquello que Brooks Adams, al inicio del nuevo siglo, llamaba "supremacía económica americana" (10) y, en suma, el desplome de la posición económica entre el Viejo Mundo y el Nuevo Continente.

Pero el debate ideológico que en la formulación de Adams implicaba una filosofía de la historia, cuyos elementos estructurales concurrían en identificar, en este momento particular de la historia americana, la ocasión irrepetible para la afirmación de la hegemonía de la civilización y del sistema económico político del mundo anglosajón, y que en las voces disidentes se expresaba mediante el rechazo del determinismo, por el cual el natural desarrollo de Estados Unidos atravesaba una serie positivamente continua de pasos hacia la expansión, fue sobre todo un intento por introducir, en un cuadro más amplio y complejo, una cuestión mucho más simple: la justificación, positiva o negativa, de un viraje que rompía con la tradición política del Farewell Address de Washington y la Doctrina Monroe.

Alfred T. Mahan, capitán de la Marina hasta 1890, año en el cual vio la luz su libro más célebre, The Influence of Sea Power Upon History, fue uno de los intérpretes más coherentes y perspicaces de esta situación e influenció con su obra a un pequeño grupo de "iniciados", entre los cuales se distinguían Henry Cabot Lodge y Theodore Roosevelt, quienes tomaron de su teoría la inspiración para reconsiderar la posición internacional de Estados Unidos y promover una nueva dirección política.

La tesis fundamental de Mahan era que el poder marítimo es el factor más potente y determinante de la fuerza de una nación, y que sin fuerza naval ningún Estado, y menos Estados Unidos, podía adquirir plena seguridad, influencia e importancia en los asuntos mundiales. En su calidad de presidente del Naval War College, Mahan conocía bien la intrínseca debilidad de la flota y del plano estratégico estadounidense, fundamentalmente basado en el supuesto aislacionista.

Aún en 1879, en efecto, el u.s. Navy Register contabilizaba 142 naves, pero en realidad ninguna de ellas podía ser incluida en una fuerza efectiva de combate. (11) Otro atraso estratégico y material del tropel de naves que constituían la flota estadounidense de aquella época se registró en Estados Unidos como una verdadera brecha tecnológica respecto a las potencias europeas, tanto en el campo de la metalurgia como en el de los armamentos y de la construcción naval. Además, una notable crisis amenazaba el comercio marítimo. Se puede afirmar que los intereses marítimos prevalecientes en la era de la revolución estadounidense, cuando la población estaba concentrada a lo largo de la costa atlántica, y en el momento en el que el centro de la gravedad de la nación se desplazaba hacia el Oeste, habían perdido gran parte de su influencia, y el sentido de seguridad continental y el mito de que Estados Unidos era inatacable prosperaban en la gran planicie del Midwest.

Desde un punto de vista estratégico, la política naval estadounidense estaba orientada en sentido defensivo y disuasivo: defensa costera, cruceros veloces para interceptar y destruir al comercio enemigo y un sistema de privateering, esto es, de naves pertenecientes al armamento privado, autorizadas con una patente gubernamental a cumplir acciones de guerra. (12) Era, como demostró Mahan, una concesión estratégica insuficiente, aunque cubría los limitados objetivos de política exterior que Estados Unidos se proponía en aquel periodo.

En efecto, para Mahan, la misma concesión de la defensa costera hasta entonces adoptada en Estados Unidos carecía de coherencia estratégica y de utilidad práctica: el problema de la defensa del territorio no podía reducirse a los preparativos defensivos de breve o medio radio, estaba estricta e indivisiblemente asociada al control del mar, a la capacidad de tener lejos de la propia costa, y por consiguiente de las propias bases, la flota enemiga: "si la flota no es capaz de tener el mar, si no es capaz de tener al enemigo lejos de la costa, por lo menos debe ser posible...

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