Estatuto Provisional del Imperio Mexicano, 1865

AutorPatricia Galeana - Jaime del Arenal Fenochio
Cargo del AutorHistoriadora. Directora general del Archivo General de la Nación. - Investigador del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la Escuela Libre de Derecho y del Centro de Estudios sobre la Universidad de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Páginas284-313

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Estatuto Provisional del Imperio Mexicano, 1865

Marco histórico

PATRICIA GALEANA*

La idea de que el régimen monárquico era el idóneo para México está presente en nuestra historia política desde el movimiento insurgente encabezado por Miguel Hidalgo hasta el fin del segundo imperio, en el Cerro de las Campanas, en 1867.

Muerto Hidalgo, el que fue su secretario, Ignacio López Rayón, realizó el primer proyecto para una Constitución mexicana. En éste, López Rayón consideró la conveniencia de continuar bajo el régimen monárquico. En correspondencia con el propio Rayón, fue José María Morelos quien se pronunció por borrar toda mención de Fernando VII, y organizar al país bajo el régimen republicano.1 Por lo tanto, la dicotomía monarquía-república aparece desde la lucha misma por la independencia.

Como bien sabemos, la consumación de la Independencia se logró con el conciliador Plan de Iguala y tras la exitosa negociación de paz encabezada por Agustín de Iturbide con Vicente Guerrero, quien había mantenido viva la lucha insurgente que iniciaron Hidalgo y Morelos con el sistema de guerra de guerrillas.

De trayectoria opuesta a la insurgencia, el ex realista Iturbide se inclinó por la monarquía, encabezando él mismo el primer imperio mexicano. Este ensayo monárquico fracasó por el con-

* Historiadora. Directora general del Archivo General de la Nación.

1 Constitución, Actas y otros documentos de la Junta Revolucionaria de Chilpancingo en la Nueva España, hallados entre los papeles sorprendidos al cabecilla Morelos en la acción de Tlatotepec, el 24 de febrero de 1814, Archivo General de la Nación, vol. único, bóveda de seguridad.

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flicto que se generó entre Agustín I y los miembros del Congreso de filiación borbonista, quienes le echaban en cara el incumplimiento del Plan de Iguala original de traer a un Borbón al trono de México. Ante estos ataques, el emperador disolvió el Congreso2 y los antiguos insurgentes se levantaron en su contra, precipitando el fin del efímero imperio.

La caída de Iturbide desprestigió al régimen monárquico. Surgieron así los regímenes republicanos y el debate entre federalismo y centralismo. De 1824 a 1857 hubo dos repúblicas federales y dos unitarias, además de varios intentos federalistas frustrados y de un periodo dictatorial en el que no hubo Constitución.

Al triunfo de la revolución de Ayutla, que derribó al caudillo Antonio López de Santa Anna, la Constitución de 1857 incorporó leyes liberales reformistas. Esta carta magna dio el triunfo definitivo al régimen federal en la letra constitucional e incorporó el principio fundamental del liberalismo: la tolerancia religiosa, al quedar implícita la libertad de cultos; además hizo explícita la posibilidad de que el Estado interviniera en materia de culto religioso.

La nueva Constitución fue condenada por la Iglesia católica y desconocida por los conservadores; el país se escindió en dos gobiernos y se desencadenó la guerra civil. La Guerra, llamada de Reforma, fue la más sangrienta después de la Independencia.

El sentimiento de frustración sobre la viabilidad de la república hizo revivir el monarquismo. Ya desde 1840, José María Gutiérrez de Estrada consideraba que el régimen monárquico sería el único que podría dar estabilidad al país; por ello había rechazado el ofrecimiento del presidente Anastasio Bustamante de incorporarse a su gobierno, y había partido a Europa a trabajar en esto. Escribe Gutiérrez de Estrada:

Disértese cuanto se quiera sobre las ventajas de la República donde pueda establecerse, y nadie las proclamará más cordialmente que yo; ni tampoco se lamentará con más sinceridad que México no pueda ser por ahora, ese país privilegiado, pero la triste experiencia de lo

2 Patricia Galeana, “Prólogo”, en José María Bocanegra, Memorias para la historia de México independiente. 1822-1846, Instituto Cultural Helénico-Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana-Fondo de Cultura Económica, México, col. Clásicos de la Historia de México, 1987, vol. I, 778 pp., cita en p. XX.

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que ese sistema ha sido para nosotros, parece que nos autoriza ya a hacer en nuestra patria un ensayo de verdadera monarquía en la persona de un príncipe extranjero.3Lucas Alamán, cabeza del partido conservador, también acabó pronunciándose por la monarquía en sus artículos de El Universal.4 Sería muy largo enumerar aquí las diversas manifestaciones en favor de esta clase de régimen que se hicieron en el periodo que va del primero al segundo imperio. Baste decir que el ideal monárquico estuvo latente y que hubo diversos planes monárquicos no sólo en el país sino fuera de él para instalar a un soberano en el poder con el concurso de las potencias europeas.

Durante todos los años posteriores a la Independencia se dio una lucha por el poder entre las diferentes oligarquías y cada una creía tener la solución para sacar al país del caos, para parar el “carro de la revolución”5 y superar la bancarrota económica. Todos vieron en las normas constitucionales la panacea para resolver los problemas del país. Lograr la estabilidad política era la clave para salvar a México, para salir de la bancarrota económica.

La oposición al programa liberal en la cruenta Guerra de Reforma polarizó a la sociedad y tanto conservadores como liberales buscaron alianzas con el extranjero. Los primeros, en Europa, a través del Tratado Mon-Almonte; los segundos, en los Estados Unidos, con el Tratado McLane-Ocampo.

Finalmente, al triunfar los liberales y recuperar la ciudad de México, los conservadores buscaron el apoyo del árbitro de la política mundial de aquel tiempo, Napoleón III, el único capaz de patrocinar la empresa imperial en México.

3 José María Gutiérrez Estrada, Carta al Excmo. Sr. Presidente de la República don Anastasio Bustamante sobre la necesidad de buscar en una Convención el posible remedio de los males que aquejan a la República y opiniones del autor acerca del mismo asunto, Imprenta de Ignacio Cumplido, México, 1840, pp. 36 y 37. Véase Justo Sierra, José María Gutiérrez Estrada y Mariano Otero, Documentos de la época, 1840-1850, Secretaría de la Reforma Agraria y Centro de Estudios Históricos del Agrarismo en México, México, 1981, 214 pp.; la cita en la p. 72. Las cursivas son de Gutiérrez Estrada.

4 Jorge Gurría Lacroix, Las ideas monárquicas de don Lucas Alamán, Instituto de Historia, Publicaciones del Instituto de Historia, México, Primera Serie, 24, 1951, 125 pp.

5 Felipe Teixidor, “Prólogo”, en madame Calderón de la Barca, La vida en México. Durante una residencia de dos años en ese país, Porrúa, México, 1959, tomo I, 271 pp., cita en la p. XLIX.

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Hay que recordar que en su afán de emular a su tío y no ser él considerado “el pequeño”, Napoleón III llevó a los ejércitos franceses a todos los continentes, llegando hasta Indochina.

El emperador Bonaparte pretendía la unión de la raza latina con Francia a la cabeza. Consideró que la página más gloriosa de su reinado sería el establecimiento de un imperio en México. Estaba convencido de que era necesario poner un dique a los Estados Unidos, el gran rival de las potencias europeas, el gigante que amenazaba con engullirse a todo el continente americano.6Además, la riqueza mexicana, ya legendaria, era un imán para la codicia extranjera. La que había sido la joya más preciada de la corona española, a quien Alexander von Humboldt se había referido como una de las regiones con mayor riqueza potencial del planeta, y a la que Michel Chevalier había dedicado extensas páginas de estudio, prometía ser el terreno propicio para llevar a cabo una empresa que rendiría jugosos dividendos.

Consideraban que lo único malo que tenía este territorio eran los mexicanos, que no podían organizarse y sacar los frutos de esta tierra de promisión, con forma de cuerno de la abundancia, ni para ellos ni para el mundo.7Para realizar la empresa, Napoleón eligió a Maximiliano de Habsburgo, por convenir así a los intereses de Francia. Quería eliminar la tensión que existía en sus relaciones con el imperio austro-húngaro, debido al apoyo que había dado a los italianos en contra de la dominación austriaca. El emperador francés sabía que el soberano de los austriacos, Francisco José, vería con buenos ojos que Maximiliano, hermano incómodo, se alejara de Europa, pues sus ideas liberales le acarreaban la simpatía de los húngaros.86 John Leddy Phelan, “Pan Latinism. French Intervention in México (1861-1867) and the Genesis of the Idea of Latin America”, Conciencia y autenticidad históricas en homenaje a Edmundo O’Gorman, UNAM, México, 1968, pp. 281-283.

7 En este sentido, el ministro de Relaciones Exteriores de Francia decía en sus instrucciones al vicealmirante Jurien de la Gravière que el interés de la intervención era “ver salir á Méjico del estado de disolución social en que se halla sumergido, que paraliza todo desarrollo de su propiedad, anula para sí y para el resto del mundo todas las riquezas con que la Providencia ha dotado su suelo privilegiado […]”. Véase Francisco de Paula de Arrangoiz, Apuntes para la historia del Segundo Imperio Mejicano, Imprenta y Estereotipia de M. Rivadeneyra, Madrid, 1869, p. 49, en Archivo General de la Nación, Biblioteca.

8 El emperador francés quería un “príncipe animado por el espíritu de la época”, según lo refiere al conde de Flahault. Sobre Maximiliano agregaba: “Las cua-

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Los conservadores monarquistas quedaron en manos del emperador de Francia, y aunque algunos aseguran que ellos habían elegido a Maximiliano, es evidente que no pudieron hacerlo. En una carta, el propio Maximiliano le agradece su postulación al emperador francés.9El 3 de octubre...

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