La emergencia indígena contra el neoliberalismo

AutorFabiola Escárzaga
CargoUniversidad Autónoma Metropolitana, México
Páginas101-121

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El proceso de globalización de la economía capitalista desarrollado en las dos últimas décadas del siglo XX se caracteriza, entre otros fenómenos, por el desplazamiento de viejos sujetos sociales por otros nuevos, las clases subalternas que fueron protagonistas de los cambios más importantes en las sociedades centrales y periféricas en la etapa precedente: la clase obrera y los sectores medios fueron reemplazados por los movimientos de mujeres, jóvenes e indígenas, entre otros. Nos interesa particularmente delinear la relación entre la emergencia indígena en algunos países de América Latina en las últimas décadas, y los procesos de globalización neoliberal que les han dado un marco legal y político, nacional e internacional a las movilizaciones indígenas. ¿Cuáles han sido los cambios que han favorecido la capacidad de lucha de los pueblos indígenas en el mundo actual?

Las transformaciones productivas operadas en las últimas décadas han provocado la demanda creciente de recursos naturales y la incorporación de nuevos territorios antes excluidos del mercado mundial. Las poblaciones asentadas se han visto obligadas a desplazarse en distintos sentidos y alcances a partir de los cambios producidos en los centros del capitalismo mundial. Las poblaciones indígenas antes olvidadas, particularmente las asentadas en los territorios selváticos, no obstante su escaso peso demográfico, se convirtieron así en un actorPage 102 relevante para el sistema internacional, en tanto que los recursos naturales de los que han sido depositarios durante siglos, adquirieron un valor considerable para el mercado internacional y se volvieron codiciados, por ejemplo, los hidrocarburos y otros minerales, el agua, la biodiversidad, el oxígeno, etc. La nueva lógica global dominante asume que los estados nacionales son un obstáculo para la libre disposición de tales recursos por parte de los intereses económicos transnacionales que buscan apropiárselos.

Las políticas de reconocimiento étnico, diseñadas y promovidas por organismos internacionales como la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para su aplicación por los estados nacionales latinoamericanos, están orientadas al fortalecimiento de los actores étnicos locales, dentro de los contextos nacionales que les han sido tradicionalmente adversos. Tales políticas deben ser leídas en el contexto de la globalización neoliberal dominante, interesada en debilitar a los estados nacionales que se opongan a sus intereses y en fortalecer a los grupos sociales que contribuyan a ese fin; los actores étnicos fueron considerados en este esquema.

La colocación de los sujetos étnicos como interlocutores privilegiados entre los sectores subalternos en los diversos países de América Latina ha servido además a la estrategia de desplazar a los viejos actores que, fortalecidos en su organización, se habían vuelto una amenaza para los intereses económicos dominantes y los estados nacionales. Los sujetos étnicos, por su inexperiencia organizativa y su marginalidad social, aparecían como inofensivos para los intereses mencionados.

Pero la previsión ha resultado errónea: la legislación internacional relativamente favorable a los intereses indígenas ha sido aprovechada por ellos como palanca para su fortalecimiento organizativo y su legitimación, para ir más allá de las metas y previsiones de la institucionalidad dominante y para defender los recursos de los que se pretende despojarlos. La capacidad de adaptación puesta en juego por las poblaciones indígenas para usar en su beneficio los elementos favorables de las nuevas condiciones y enfrentar las que les son adversas, como han hecho desde hace más de 500 años, es la constante que podemos observar en el variado repertorio de las estrategias de lucha de los distintos movimientos indígenas de América Latina.

Luego de reseñar los procesos de constitución de la condición subordinada de las poblaciones indígenas en los países de América Latina y de analizar el nuevo contexto internacional en que se han dado los cambios en la actual fase de globalización neoliberal, abordaremos las situaciones particulares de los movimientos indígenas en los países con mayor población indígena del continente, pues en algunos de ellos los movimientos indígenas se han desarrollado significativamente, aplicando diversas estrategias de lucha: insurgencias armadas, movilizaciones, participación electoral, etc., como en México, Bolivia yPage 103 Ecuador. En otros casos, los movimientos indígenas han sido desactivados y paralizados por la presencia de procesos de insurgencia previos, que si bien consideraban a la población indígena una potencial base social de los movimientos insurgentes, no desarrollaron un programa de reivindicación étnica y en cambio desencadenaron guerras contrainsurgentes que derivaron en genocidios contra la población indígena, como en los casos de Guatemala y Perú.

Pobreza, desigualdad y racismo

Desde el proceso de colonización española, hace más de 500 años, la diferencia cultural entre la población originaria y los conquistadores europeos ha sido el argumento central sobre el que se construyó la justificación de la dominación de los invasores sobre los pueblos invadidos, y sobre la diferencia se consolidó a lo largo de los siglos una desigualdad estructural que subsiste hasta hoy. El ciclo neoliberal instaurado al inicio de los años ochenta del siglo XX en todo el mundo, en los países de América Latina con significativa población indígena se sustenta en las diferencias étnicas, entre otros factores, y contribuye con su acción a profundizar la desigualdad entre los diferentes grupos sociales en el interior de los distintos países.

El neoliberalismo ha generado niveles de pobreza y desigualdad social sin precedentes en el mundo y en particular en América Latina, que hoy es la región más desigual del mundo en desarrollo. Al tiempo que se definían los mecanismos para golpear al factor trabajo y despojarlo de su capacidad de negociación, los organismos internacionales, como el Banco Mundial, han diseñado políticas sociales que buscan atenuar los efectos de las políticas financieras que las instituciones internacionales impusieron a los gobiernos; tales políticas están orientadas a combatir la pobreza y la pobreza extrema, proporcionando ayuda y acceso al bienestar a los sectores más vulnerables del espectro, entre los que se encuentran los campesinos e indígenas, mientras que despojan a los trabajadores urbanos y los sectores medios del bienestar previamente alcanzado.

Sin embargo, sus acciones han sido muy deficientes en el logro de sus metas: la ONU, por ejemplo, se propuso como objetivos del desarrollo del milenio reducir la pobreza extrema a la mitad en 2015, pues la superación de la pobreza se encuentra estancada en la región desde 1997.1 La capacidad de sus políticas para superar la desigualdad estructural resulta tan limitada que parecerían estar dirigidas más al objetivo de evitar la concertación y articulación de los diversos grupos de descontentos en contra de ellas, que a generar cambios significativos en la distribución del ingreso.

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El mayor obstáculo para disminuir la pobreza y la desigualdad es el escaso crecimiento económico alcanzado por la región, que en 2001 fue de 0.3% y en 2002 registró un decrecimiento de 0.7%. Contra ello ningún país puede hacer nada, pues de la misma manera que el factor trabajo se encuentra atomizado, confrontado y desorganizado dentro de cada país, en el nivel del mercado internacional los países productores de materias primas y fuerza de trabajo barata se encuentran atomizados, confrontados y desorganizados como productores y deudores, sin capacidad ni voluntad política para enfrentar a sus compradores y acreedores.

Las políticas de ajuste neoliberal golpearon a todos los sectores populares, pero los más vulnerables resultaron ser aquellos que mayor dependencia presentaban frente al capital, al mercado mundial y al Estado como empleador y como proveedor de bienes y servicios; la clase obrera y los sectores medios fueron separados en masa de sus puestos de trabajo y vieron reducidos drásticamente sus ingresos y medios de vida, y eran por cierto los que mejores condiciones de organización habían alcanzado hasta entonces para enfrentar al capital y negociar su participación en el producto social. El violento proceso de despojo no favoreció su capacidad de respuesta, sino que fue debilitándola; por su parte, los sindicatos y organizaciones representativas de sus intereses, fuesen independientes o subordinados, combativos o corporativos, perdieron su capacidad de negociación frente al capital o al Estado en la medida en que sus agremiados iban disminuyendo en número. Las reglas de la relación capital-trabajo fueron así redefinidas en perjuicio del trabajo y éste no tuvo ya la capacidad para defenderse.

La población indígena, en cambio, resintió menos los efectos directos de tales políticas, en la medida en que, no obstante su creciente participación en el mercado nacional e internacional, mantiene un alto grado de autonomía productiva y cultural, y se empeña en preservarla. Condición que la coloca en una situación relativamente favorable para enfrentar las agresiones del neoliberalismo: tanto las que vienen por el interés de incorporar sus tierras, territorios y recursos minerales y bióticos a la dinámica capitalista impulsada por las políticas neoliberales, y con ello la destrucción de su modo de vida y su cultura; como por el deterioro de los precios de sus productos para el mercado y el paralelo incremento de los precios en los productos que requiere del mercado. Ante tales presiones y agresiones, la población indígena cuenta con una cultura ancestral propia que...

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