Desempleo, acción estatal y movilización social en Argentina

AutorMaría Inés Fernández Álvarez; Virginia Manzano
Páginas143-166

María Inés Fernández Álvarez;. Doctora de la Universidad de Buenos Aires y de la Ecole de Hautes Etudes en Sciences Sociales de Paris, con mención en Antropología. Docente de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Dirección electrónica: mifal@fibertel.com.ar

Virginia Manzano. Doctoranda de la Universidad de Buenos Aires. Docente de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Dirección electrónica: virman@sinectis.com.ar

Page 144

Introducción

Julia tiene 35 años. Vive con sus tres hijos en un departamento en el barrio de la Paternal al que logró acceder después de varios años de “lucha por su vivienda”, a través de una organización de la Ciudad de Buenos Aires con la que se vinculó tras su llegada a esta ciudad. Después de pasar por distintas situaciones laborales, que oscilaron entre empleos precarios e inestables y momentos de desocupación, logró ingresar a mediados de los años noventa a una fábrica de confecciones en la que trabajaba su tía desde tiempo atrás. La fábrica entró en crisis a fines de la década y en el año 2001 fue una de las primeras empresas recuperadas de la Ciudad de Buenos Aires. La “pelea” por defender “el pan de sus hijos” es para Julia una continuación de su “lucha por la vivienda” y lograr mantener un “trabajo digno” es el único medio para lograrlo.

Rosana es originaria de la provincia de Tucumán y vive, desde que se separó de su pareja, con sus cuatro hijos en el Gran Buenos Aires. A los 16 años ingresó a trabajar en una fábrica de confecciones, sector en el que permanece desde entonces. Después de haber pasado por distintas fábricas, todas ellas “de calidad”, ingresó a una empresa reconocida de la Ciudad de Buenos Aires, algunos años antes de que la fábrica se convirtiera en una “recuperada” y ella en miembro de una cooperativa de trabajo. Como nunca antes en su vida, Rosana se involucró a los 54 años en cortes de ruta, manifestaciones, asambleas “en defensa” de su “fuente de trabajo”, la única forma de asegurar la “dignidad”, es decir, “poder seguir viviendo de su oficio y no tener que convertirse en beneficiaria de un plan”.

Alfredo tiene 51 años y actualmente es dirigente de una organización de desocupados de Argentina. Según dice, “su vida militante” comenzó en una huelga de los obreros de la carne cuando él trabajada en un frigorífico de Montevideo en el año 1969. Participó entonces en el Frente Amplio del Uruguay, y bajo la dictadura militar uruguaya estuvo trece veces encarcelado. Sin poder conseguir trabajo decidió migrar hacia Buenos Aires en 1983 con su mujer y sus cuatro hijos. “Su vida militante” continúo en una organización barrial que demandaba al Estado el acceso a la tierra y la vivienda en el Gran Buenos Aires. En 1994 intentó postularse como delegado general en el laboratorio donde había conseguido un “trabajo estable”, pero la empresa ordenó su despido. A partir de ahí Alfredo dice que “comenzó otra etapa de su vida militante”, porque con la organización barrial emprendieron la tarea de organizar a los desocupados y lograron programas sociales y subsidios para cooperativas, pero para Alfredo se trata de “paliativos para subsistir” porque la “lucha” de su organización esPage 145 “cambiar la política para que vuelvan a florecer las chimeneas de las fábricas, para que haya trabajo genuino, en relación de dependencia”.

Enrique nació en un pueblito rural de la provincia de Santiago del Estero, cuando tenía dieciséis años migró hacia Buenos Aires en busca de trabajo, donde vive hace ya cuarenta. En Buenos Aires consiguió primero empleo en una bodega en la que se sindicalizó y más tarde ingresó a una fábrica metalúrgica, en la que trabajó durante veinte años. En el año 1998 la fábrica comenzó a tener problemas, se atrasó en el pago de los salarios, dejaron de ingresar materias primas para producir y la empresa cerró. Enrique percibió durante un año el seguro por desempleo y sin encontrar trabajo estable recorría su barrio buscando “changas”. En una oportunidad, reparó la bomba de agua de una capilla de su barrio y varias personas –quienes se reconocen como miembros de una comunidad eclesial de base– le propusieron anotarse en un listado para conseguir un programa de asistencia del Estado. De ahí en más, Enrique comenzó a participar en cortes de rutas y se integró a una de las organizaciones de desocupados de la Argentina. Según cuenta, a él no le gusta cortar rutas, él solo quiere trabajar y afirma que “el gobierno tendría que ser inteligente y dar trabajo genuino a la gente porque los planes sociales son para alimentar vagos”.

Tanto para Julia como para Rosana, Alfredo y Enrique, trabajo genuino y trabajo digno son formas de significar el trabajo, en las que éste se convierte tanto en aquello que garantiza la vida (la reproducción, la supervivencia) como en aquello que le otorga sentido. Estas formas cobran particularidades según género, edad o trayectorias laborales, de participación comunitaria; y de militancia política y social. Asimismo, en el marco de las organizaciones de desocupados y empresas recuperadas, estas categorías condensan una demanda por el acceso al trabajo que expresa visiones contrapuestas a las modalidades de intervención del Estado en materia de empleo implementadas en la Argentina de los últimos años. Como nos proponemos desarrollar en este trabajo, estas categorías resultan centrales tanto en el proceso de articulación de demandas hacia el Estado como en los procesos de construcción identitaria dando cuenta de la complejidad que asume el problema del desempleo en la Argentina contemporánea.

En este sentido, en este artículo abordamos el problema del desempleo desde su dimensión de construcción social, esto es, desde un análisis que incorpora el nivel de las prácticas, los sentidos y las articulaciones entre diferentes actores sociales. Como han puesto de relieve trabajos recientes1Page 146 el desempleo en tanto que categoría social permite resignificar situaciones individuales y trayectorias sociales diferenciadas. En consecuencia esta categoría expresa procesos complejos que no implican solamente el desequilibrio cuantitativo entre la oferta y la demanda de empleo. Por el contrario, los desempleados constituyen un género específico socialmente construido.

Los trabajos recientes que procuran analizar el problema del desempleo desde la dimensión de construcción social emergieron en un contexto de cuestionamiento a los efectos de políticas de orientación neoliberal en los países europeos. Es decir, procuraron mostrar que el desempleo era una “cuestión” mucho más compleja que la adecuación técnica entre oferta y demanda de empleo. De este modo, los estudios se apartaron del eje de indagación sobre los aspectos técnicos del mercado para mostrar que el desempleo es una construcción social que si bien incorpora elementos vinculados a la organización del trabajo, encuentra su génesis histórica en el siglo XIX y articula políticas públicas y saberes disciplinarios.2 En definitiva, esta construcción implica delimitar categorías institucionales que se traducen en la definición de un status jurídico particular, resultado del desarrollo de un aparato estadístico regulador, la creación de instituciones especializadas, la delimitación de procedimientos administrativos y la acción de profesionales y expertos.3 En este marco interpretativo, la capacidad de categorización del Estado constituye un eje de indagación nodal. En nuestro caso, las historias de Julia, Rosana, Alfredo y Enrique contienen marcas que expresan referencias respecto a formas de categorización y de intervención del Estado argentino en materia de desempleo. Esta forma de intervención se enmarca en un proceso que se inicia en Argentina a mediados de la década del setenta, y que se acelera y profundiza en la década pasada, en la que este país fue escenario de la implementación de una serie de medidas de corte neoliberal que dieron como resultado un crecimiento sin precedentes de los niveles de desempleo, informalidad y precariedad laboral, así como un deterioro de las condiciones de vida de los sectores subalternos.4 Fue entonces, como argumentaremos en estePage 147 artículo, que se configuró un campo específico de intervención del Estado y de categorización de la población que superpuso la situación de desempleo con la condición de pobreza. Como lo veremos a continuación, este campo de intervención genero, a la vez, un escenario de disputa social.

Como han demostrado diferentes análisis que acentúan el papel de categorización del Estado5 las categorías oficiales no son suficientes para definir “comunidades” o “colectivos”; en este caso para definir quien es un desempleado. El género desempleado es objeto de usos inscriptos en contextos diversos; por lo tanto, se abren interrogantes en cuanto a la forma en que el desempleo es, al mismo tiempo, el resultado de categorizaciones nativas, en tensión con las categorías institucionales, a través de las cuales los sujetos expresan sus lógicas prácticas.6 Con respecto a esto último, Demaziere afirma que la categorización del desempleo es heterogénea porque remite a diferentes experiencias, universos de vida y ejes de acción colectiva. Desde estas experiencias, se redefinen categorías estatales, se las deslegitima, se las asume, etc. De este modo, la construcción social de la idea de desempleo afecta la manera en que las personas implicadas son identificadas y se identifican. En consecuencia, uno de los efectos teóricos de la visión de la construcción social del desempleo como proceso de categorización, es...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR