Democracia electoral: la gran mentira

AutorClemente Valdés S.
Páginas6-13

* Este texto es la introducción del libro Sobre la democracia que actualmente se encuentra en proceso de publicación.

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Durante este mes de julio, los estados de Aguascalientes, Baja California, Coahuila, Durango, Chihuahua, Hidalgo, Oaxaca, Puebla, Quintana Roo, Sinaloa, Tamaulipas, Tlaxcala, Veracruz y Zacatecas celebrarán elecciones para elegir a los representantes de los congresos locales y de los ayuntamientos. Para el autor -connotado crítico de nuestro sistema de justicia-, estos procesos electorales (y la democracia en general) no son más que una patraña, una "gran mentira".

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Democracia, en la actualidad, es, sin duda, la palabra más usada por los hombres y las mujeres que dominan a las poblaciones en casi todos los países del mundo. Pero, curiosamente, si por democracia entendemos la participación activa de la población en el gobierno, debemos reconocer que al día de hoy no existe el menor vestigio de democracia en la mayor parte de las grandes organizaciones políticas.

Con la palabra democracia se dan algunas de las paradojas más notables en la vida política de los distintos países, en sus documentos principales y en los procesos de enajenación de las masas para someterlas al dominio de los individuos y de los pequeños grupos que viven y se enriquecen de la explotación de la mayoría de los habitantes.

Por una parte, en la historia, después de las menciones que se hacen de ella en algunos de los textos de los grandes autores de la Grecia antigua, y de las confusiones, las incongruencias y la descalificación que se hace en aquella época de la democracia como una buena forma de gobierno, la palabra casi no aparece en escritos o textos en los siguientes 2,000 años.

Las menciones a la democracia, después de aquellas viejas refiexiones y hasta antes del siglo XIX, son muy raras. John Locke, que tanta infiuencia tuvo después en la independencia y en las primeras constituciones de los nuevos estados formados sobre las colonias inglesas en Norteamérica, usaba la palabra sólo en unas cuantas frases de sus Dos tratados de gobierno. En el primero, señalaba que la democracia no era fuente de autoridad,1y en el segundo simplemente mencionaba a la democracia entre las formas posibles de gobierno, sin ningún comentario sobre ella.2

Al contrario de lo que creen muchas personas ilustradas, la democracia no era el propósito de las grandes revoluciones en las colonias inglesas de Norteamérica y en Francia a finales del siglo XVIII. La palabra democracia ni siquiera se menciona en las constituciones y en las leyes de esos tiempos; curiosamente, uno de los objetivos de los hombres de los primeros gobiernos revolucionarios -excepto, tal vez, los que hicieron la Constitución francesa de 1793 (que nunca llegó a ponerse en vigor)- era precisamente impedir la democracia.

En las constituciones de todos los nuevos estados de Norteamérica se establecían medidas para evitar la participación del pueblo en las cuestiones públicas: la primera era la limitación del voto, ya que sólo podían votar los hombres de las clases adineradas; y la segunda eran las disposiciones por las cuales sólo podían ser representantes, senadores y gobernadores, los hombres blancos más ricos de cada uno de los nuevos estados. Los escritos y los discursos de algunos de los llamados "padres fundadores" contra la democracia, especialmente los de Madison y Hamilton, son muy claros al respecto.

En Francia sucedió algo parecido: la democracia, como gobierno del pueblo, era un asunto que nadie sugería después de que, en 1762, Rousseau escribiera: "Es contra el orden natural que el mayor número gobierne y los menos sean gobernados".3

Esta aseveración era claramente contradictoria con sus principales ideas y más bien parece la expresión de alguien que no tenía una noción clara de lo que significaba, pues en su sentido más coherente se trata de la participación de los sectores más numerosos de la población en el gobierno de todos.

Entre las primeras referencias a lo que, en Inglaterra, se entendía y aún se entiende por democracia, que es algo muy diferente de lo que significa en otros países, están las sugerencias que Jeremy Bentham hacía entre 1791 y 1802, quien proponía que se ampliara el derecho al sufragio, pero excluyendo a quienes no hubieran ido a la escuela, a los pobres, a los dependientes y -obviamente en aquella época- a las mujeres.4En 1820 Bentham pensaba que la única manera de evitar que el gobierno despojara al resto de la población era que los gobernantes fueran renovables frecuentemente por la mayoría del pueblo.5La razón para buscar la participación de la mayoría de la población, decía, era protegerse de los pocos hombres que tienen el dominio sobre todos los demás: "Con la única excepción de una participación democrática capaz -decía-, los pocos e infiuyentes que mandan son enemigos de sus muchos súbditos... Y por la misma naturaleza del hombre... son sus eternos y constantes enemigos".6

Unos años después, en Estados Unidos, bajo el gobierno del presidente Jackson, la palabra democracia se convirtió en algo muy parecido a las medidas del gobierno que podían beneficiar al pueblo y, poco más tarde, gracias a la obra de Alexis de Tocqueville, De la democracia en América, la palabra se empezó a deshacer de sus connotaciones negativas y adquirió el cariz de algo respetable. Y aquí se produce algo

La gran mentira consiste en presentar como "democráticos" los procesos electorales en los que son elegidos -muchas veces en esquemas predeterminados por bribones agrupados en partidos políticos- los miembros de la oligarquía que van a someterlos y a robarlos.

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curioso en el pensamiento de los hombres de los gobiernos de Estados Unidos: si Tocqueville, un francés, miembro de una familia de la noble-za, hacía elogios de la democracia en Estados Unidos, la democracia debía tener algo bueno y los gobiernos estadounidenses debían vestirse con ella, aun cuando cuatro quintas partes de los hombres blancos no tuvieran participación alguna ni siquiera en las votaciones para elegir a los miembros de la oligarquía que estaban a cargo de sus gobiernos, y aun cuando en el gobierno federal no hubiera participación alguna de la población y la mayoría de los habitantes negros permaneciera en la esclavitud.

A partir de que se publicó el primer volumen de la obra de Tocqueville, en 1835, la palabra democracia comenzó a adquirir prestigio también en los círculos ilustrados de Francia y, poco después, empieza a discutirse en Inglaterra el tema del libro y las implicaciones de la democracia. En su Autobiografía, John Stuart Mill elabora un relato de sus impresiones cuando conoció el libro de Tocqueville: "La obra de Tocqueville, De la democracia en América, cayó en mis manos a poco de haber sido publicada por primera vez. En ese libro notable, las excelencias de la democracia estaban señaladas del modo más concluyente, por ser un modo más específico que cualquier otro que yo había conocido, incluso en los demócratas más entusiastas. Y, al mismo tiempo, los peligros específicos que acechan a la democracia como gobierno de la mayoría numérica eran expuestos con igual fuerza y sometidos a un análisis magistral, no como razones para oponerse a lo que el autor consideraba como inevitable resultado del progreso humano, sino como llamados de atención sobre los puntos débiles del gobierno popular, defensas que son necesarias para protegerlo, y correctivos que deben añadírsele a fin de que, al tiempo que se da libre juego a sus tendencias...

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