Decreto Constitucional para la Libertad de la América Mexicana, 1814

AutorErnesto de la Torre Villar - José Luis Soberanes
Cargo del AutorHistoriador. Investigador emérito del Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Nacional Autónoma de México - Doctor en derecho por la Universidad de Valencia, España
Páginas33-63

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Decreto Constitucional para la Libertad de la América Mexicana, 1814

Marco histórico

ERNESTO DE LA TORRE VILLAR*

La Constitución de Apatzingán, como generalmente se denomina a la primera Constitución que México se dio, revela clara-mente dos grandes elementos que la precisan y distinguen. El primero, y muy importante por cuanto marca el nivel cultural e ideológico de los constituyentes mexicanos, es su gran preparación jurídica y política, su capacidad para organizar una nación, para convertirla en un ente jurídico autónomo, librándola de la secular dependencia, y para introducirla en un régimen de derecho que garantizara la paz, la justicia y la libertad.

El segundo elemento es más valedero por cuanto toca al fondo de la dignidad del hombre, a la sociedad que se quiere organizar y a la cual se desea libre, igual, unida fraternalmente, encauzada al progreso y al bienestar general y con posibilidad de superación de todos sus miembros a través de la educación y la cultura. Este propósito encierra todas las inquietudes y móviles socioeconómicos que los próceres de la emancipación sustentaron desde antes de 1810 y que proclamaron desde septiembre de ese mismo año.

La Constitución de Apatzingán cierra todo un ciclo, el de nuestro proceso emancipador, que si bien se inicia como lucha reivindicadora con el grito de Dolores y su serie de proclamas libertarias, encuentra en dos momentos cumbre del proceso sus

* Historiador. Investigador emérito del Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Nacional Autónoma de México.

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expresiones máximas: la presentación que don José María Morelos, el Siervo de la Nación, hizo ante el Congreso reunido en Chilpancingo el año de 1813, de los “Sentimientos de la Nación” —el manifiesto de mayor contenido político-social de nuestra gesta libertaria, el de mayor nitidez y trascendencia— y, como culminación de ese proceso, la rotunda, valiente y clara Acta de Independencia firmada en Chilpancingo el 6 de noviembre de 1813, en la cual la nación, a través de sus representantes, declaraba “haber recobrado el ejercicio de su soberanía usurpado y que en tal concepto queda rota para siempre jamás y disuelta la dependencia del trono español”.

Estos dos monumentos de nuestra literatura político-social son los que encuadran al Decreto para la Libertad de la América Mexicana, son el alfa y el omega del movimiento emancipador.

La insurgencia mexicana, ya lo hemos indicado, surge no sólo como un sentimiento natural de libertad e independencia, justo y legítimo en todo hombre y sociedad, sino como repulsa a un estado de cosas a que nos había llevado la dependencia de la metrópoli, la existencia de una política de explotación y desconsideración a la sociedad, de injusticia, abuso y violación de los derechos más elementales, entre otros la pérdida de libertad y el desconocimiento de la dignidad humana. Muchos y bien fundados móviles socioeconómicos motivaron la guerra de independencia; igualmente la auspiciaron elementos ideológico-políticos y principalmente la maduración de una conciencia nacional que había encontrado su identidad y que necesitaba desarrollar sus posibilidades mediante una vida libre, digna y justa.

Resumiendo algunas de esas razones, México iniciaba su proceso emancipador, un proceso verdadero de liberación nacional, movido por los siguientes factores:
a) Dominio tiránico y cruel, expresado a través de la esclavitud y la segregación racial, que se manifestaba en el régimen de castas; trabajo forzado con el sistema de repartimiento y la entrega de los frutos del trabajo personal a través de la encomienda. Pese a que la corona emitió leyes protectoras para los naturales, éstas no siempre fueron acatadas.
b) Desigualdad social y económica, producto del despojo violento de las tierras y aguas que pasaron a manos de los dominadores, quienes reunieron amplios latifundios. Aprovechamiento

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de la mano de obra de los naturales, sujetos a vejaciones y a trabajos excesivos y mal remunerados.
c) Torpe política económica que instauró un enclaustramiento apoyado por un sistema monopólico que debilitó a la industria, el comercio y la agricultura locales, beneficiando sólo a la metrópoli y a los monopolistas.
d) Discriminación hacia los americanos en la administración civil y eclesiástica, desestimación de sus cualidades intelectuales y espirituales y negación a su participación en la vida política y democrática. Mantenimiento de un sistema que limitaba la libertad de trabajo y la actividad industrial, como en el caso de los gremios.
e) Exacciones excesivas con el pago de tributos, gabelas y alcabalas. Explotación de los grupos artesanales y productores en corta escala, por medio del sistema de repartimiento de mercancías.
f) Limitaciones a la posibilidad de instrucción superior tanto por el descuido en educar al pueblo por no crear instituciones educativas adecuadas, como por no facilitar a las clases desheredadas la posibilidad de instruirse para salir de su ignorancia y su miseria.

Estos factores, unidos a otros muchos, motivaron el descontento popular y propiciaron que el movimiento insurgente se convirtiera en un hondo movimiento social, no puramente político, el primero y más notable en el siglo XIX.

El grupo criollo y numerosos mestizos pudieron cultivarse por su propio esfuerzo y recibir en los colegios, seminarios y en la universidad esmerada educación, una formación cultural recia y profunda, un conocimiento profundo en el campo de las humanidades y del derecho, lo que les permitió enterarse del desarrollo político-jurídico de las naciones más avanzadas, afianzar sus ideas en torno al derecho natural y positivo y sus concepciones sobre las garantías de que todos los hombres deben gozar, y conocer, su derecho a manifestar libremente su opinión acerca de la sociedad y el Estado, de las distintas formas de organización del propio Estado y de la intervención de los individuos en el manejo de los asuntos públicos. Estos hombres conocieron también las ideas libertadoras que desde el siglo XVI el propio Estado había expuesto, discutido y aceptado, muchas de las cuales no

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se habían cumplido por los torcidos intereses de muchas autoridades y particulares interesados en mantener una situación de injusticia y explotación. La conciencia del grupo criollo se inspiró en ideas libertarias, humanitarias, de fraternidad y justicia, ideas que supieron expresar a lo largo de la lucha libertaria en las proclamas, decretos y documentos que forman nuestros primeros cuerpos legales, entre otros la primera norma fundamental que es la Constitución de Apatzingán.

Lenta pero eficazmente, todas esas situaciones produjeron en la firme estructura nacional que se había ido formando un vivo impulso de separación, representativo de su mayoría de edad, pues la nación ya había definido perfectamente sus propios intereses.

Algunos historiadores mal informados y poco perspicaces se han atrevido a decir que el movimiento emancipador no contó con planes exactos y bien organizados para precisar las metas de la lucha ni para organizar a la nación que se trataba de liberar. Los próceres que encabezaron la rebelión sabían bien qué querían y qué hacían. La violencia y lo intempestivo de la lucha, si bien impidieron la formulación de programas y manifiestos explicativos amplios y bien precisos, no evitaron que Hidalgo y sus seguidores manifestaran que nos separábamos de España, que recobrábamos nuestra libertad y luchábamos contra su dominación. Que nos organizaríamos por medio de un congreso de villas y ciudades —esto es, por la vía democrática—; que constituiríamos un gobierno basado en el sistema de la división de poderes. Que México establecía un sistema de libertad en el que no habría esclavos ni discriminación de grupo alguno; que todos seríamos sólo mexicanos a los cuales distinguirían únicamente el vicio o la virtud. Todos esos hechos e ideas, expresados en los decretos de Hidalgo, Rayón y Morelos, son el mejor plan de gobierno, que poco a poco, en medio de enormes sacrificios y dificultades, se fue precisando. No se obró al azar, no se confió en la pura imaginación; el proceso entero fue obra de la prudencia, de la inteligencia, del valor de dar la vida por hacer de la nación y su territorio una patria justa, libre y regida por las normas irreductibles del derecho.

El sucesor de Hidalgo, el hombre que tomó a su cargo la penosa tarea de organizar a los grupos dispersos de insurgentes, de instituir la Junta Nacional Americana que fue la cabeza de la in-

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surrección, el licenciado Ignacio López Rayón, confidente y auxiliar de Hidalgo, fue el primero que esbozó los principios constitucionales que habían manifestado los iniciadores de la rebelión. Atrajo a su grupo, en la Sierra de la Plata, a fray Vicente de Santa María, franciscano involucrado en la conspiración de Valladolid, religioso de ideas renovadas, bien enterado de la ciencia política y con amplio criterio social. A Santa María se le encargó elaborar un anteproyecto de constitución, al igual que al licenciado Carlos María de Bustamante, quien elaboró otro por separado. Santa María pasó después a auxiliar al grupo de letrados que acompañaban a don José María Morelos, pero al morir contagiado de cólera en Acapulco en 1813, dejó sin concluir su proyecto constitucional.

Morelos, quien se convirtió en el caudillo indiscutible de la insurgencia, hombre de buena preparación escrituraria y canónica, reunió en torno suyo a un valioso núcleo de abogados y canonistas, hombres de estudio bien enterados de los rumores que seguía la política universal. Retomó Morelos los ideales de...

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